Opinión
Ver día anteriorMiércoles 8 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Wikileaks y el signo de Prometeo
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odo es información. Las revelaciones de Wikileaks y la seductora Dalila corroboran esa verdad de oro. La más famosa filistea de todos los tiempos logró la misión más complicada de la historia: descifrar el código de Dios.

Según refiere la Biblia, la hermosa Dalila logró conocer el secreto que a Sansón le había confiado la divinidad para proteger a su pueblo. Lo sucedido entonces todos lo sabemos: ocurrió, sin hipérbole, la lucha de la carne contra el espíritu y la victoria de esta última.

Dalila, personaje que parece más extraído de Las mil y una noches que de la Biblia, ha sido al parecer la principal fuente de inspiración del trabajo de espionaje de nuestros días. Sólo así entiendo el énfasis que los servicios de inteligencia estadunidenses pusieron en el botox de Muhamar Kadafi, o en las francachelas del primer ministro Silvio Berlusconi tan propenso al Silicon Valley según parece por los documentos de la diplomacia estadunidense dados a conocer por Wikileaks y por la prensa de Italia.

Pero a diferencia de Dalila que llevó con éxito su misión, los resultados de los servicios de espionaje de Estados Unidos dejan mucho que desear si nos atenemos al hecho de que miles de documentos clasificados fueron filtrados de sus bases de datos. Ni siquiera fue un trabajo de Spy versus Spy, a la manera de la revista Mad. Tampoco producto de una trama increíble imaginada por John Le Carré sino algo más cercano a la hacker Lizbeth Sallander que pone de cabeza a los servicios secretos suecos en la estupenda trilogía Millenium, escrita por el sueco Stieg Larsson.

Si alguien anticipó el tsunami informativo provocado por Wikileaks fue Larsson, quien renovó desde la tradición de la novela a ese género que ya no nos ofrece novedades con tanta frecuencia.

Si nos atenemos a hechos como los atentados contra las Torres Gemelas o las revelaciones de Wikileaks podríamos pensar que el imperio más poderoso de la historia tiene en la actualidad pies de barro en materia de inteligencia. Después del 11 de septiembre de 2001, uno esperaría un mejor blindaje de la información secreta del vecino del norte, pero no es así. Ahora sabemos que es verdad lo que Las mil y una noches sentencian en uno de sus cuentos: que secreto confiado es secreto revelado y que el universo se sostiene sólo por un secreto.

Así como la red de Internet ha relativizado el concepto de soberanía, Wikileaks nos ha mostrado que en el mundo global de la era cibernética resulta casi imposible vivir y actuar bajo la sombra del anonimato, pues todo sistema de encriptamiento de datos implementado por un hombre puede ser descifrado por otro. O mejor aún: que personajes como Dalila o Lizbeth Sallander no sólo podrán poner de cabeza a los poderes terrenales sino al reino mismo de la divinidad. El fuego que Prometeo robó a Zeus para regalarlo a los hombres seguirá haciendo arder a no pocas buenas conciencias. Todo secreto es un privilegio del poder. Revelarlo, otro aún mayor por su poder liberador. Con Wikileaks y la web ya vivimos bajo el signo de Prometeo. Alumbrarnos con el fuego robado a Zeus es nuestro privilegio. Nuestro riesgo incendiarnos con él. La detención de Julian Assange es el principio del incendio.