omo señalaba Víctor Flores Olea el lunes pasado, los cables de Wikileaks no son tan diferentes de los informes que elaboran los agentes diplomáticos de todo el mundo. Informar a sus gobiernos es uno de los aspectos centrales de la función de las embajadas. Escritos para ser leídos sólo por sus jefes en un ámbito de estricta confidencialidad, cada pieza refleja la capacidad de observación, la agudeza de quien la redacta, pero también sus prejuicios, limitaciones y la visión política implícita en la actividad de los funcionarios adscritos al Departamento de Estado.
Esa libertad, amparada por el secreto, hace desfilar por las poderosas ventanillas de las embajadas a un sinfín de personajes grandes o pequeños, presentados como figuras ínfimas de un gran guiñol, donde presidentes o jefes de Estado son calibrados como simples informantes sin talla, transfigurados en muñecos ridículos, obsecuentes, sumisos ante el Hermano Mayor. Ésa es la parte más explosiva de las revelaciones, pues nos brinda la radiografía del modo de ser y actuar en el mundo de la diplomacia estadunidense (y viceversa), despojada en la intimidad de sus comunicaciones de la grandeza con que los políticos estadunidenses suelen definir su papel en la sociedad global.
De esta bajada a las cañerías exhalan como malos olores la confusión entre la búsqueda de informaciones sensibles
, pero legítimas, y el espionaje o las presiones ejercidas para condicionar las actuaciones de los involucrados, es decir, la arrogancia, cuando no el franco injerencismo que está en la naturaleza misma del imperio y de su hegemonía, pese a los síntomas –no siempre visibles– que subrayan su creciente paso a la decadencia.
Claro que Wiki nos ofrece una parte del inmenso cuadro, no la pintura completa, pues para eso haría falta saber cómo encajan todas esas piezas sueltas en el gran tablero, al conjugarse las múltiples labores de inteligencia con los intereses en juego para así fijar las razones de Estado y, en última instancia, las posiciones a seguir en cada país. Sin embargo, lo visto nos permite constatar un significado, digamos, a la catarata de palabras que hoy leemos dosificadas por los periódicos que aceptaron el compromiso de hacerlas ver la luz. Y es que, como bien escribió Arturo Balderas, cuando se trata de informes del embajador en ese momento el asunto pasa a ser cuestión de Estado y tiene efectos políticos, independientemente de que la información parezca trivial
(Culpar al mensajero
, La Jornada, 12/6/10).
En el caso de las informaciones ya publicadas sobre México hay un tema central cuya importancia resulta indiscutible y delicada: la valoración del papel de las fuerzas armadas (Ejército y Marina, y en otro nivel la Policía Federal) en el combate al crimen organizado y sus posibles implicaciones en el plano de las relaciones bilaterales y en la situación nacional.
Los cables confirman sospechas recogidas por editorialistas al advertir que no todo es miel sobre hojuelas en el alto mando de la guerra contra el crimen organizado y subrayan las presuntas discrepancias entre los cuerpos que la encabezan, así como de los obvios efectos negativos derivados de la falta de coordinación entre los organismos encargados de confrontar a la delincuencia organizada. Y si el examen de los informes da pie a especulaciones acerca de la actitud del gobierno, también ofrece líneas preocupantes, pues dejan entrever algunas razones de Estado subyacentes en la investigación diplomática estadunidense.
No repetiré aquí los juicios del embajador o de los funcionarios de inteligencia que se entrevistaron con altas autoridades mexicanas, cuyos dichos –o al menos una versión de los mismos– se transcriben en párrafos que el gobierno mexicano apenas si ha desmentido de soslayo, aludiendo a la naturaleza ilegal del paquete informativo, pero sin hacerse cargo de la gravedad del asunto que le atañe directamente.
Mediante los cables se transmite la impresión de un peligroso desorden en el que se especula, digamos, sobre la imposición o no del estado de excepción, sin que en el intercambio se cite una sola vez al Presidente, al Poder Judicial o a los jefes parlamentarios. Tampoco es asunto menor la crítica al Ejército, descrita como una institución suspendida en el pasado, conformista e indispuesta a la modernización, que es, al parecer, el tema de fondo que preocupa al gobierno estadunidense y al que, según las notas filtradas, ha respondido favorablemente.
Decir que Estados Unidos tiene una estrategia de seguridad que incluye a México es apenas un dato de la realidad, pero aquí la cuestión se toma como si no hubiera implicaciones que discutir y resolver, se eluden los problemas o se sepultan bajo la retórica triunfalista del gobierno. Cabe recordar que algunas de las revelaciones
contenidas en los cables ya estaban en la prensa nacional, aunque la insistencia estadunidense por alinear al eje con Colombia, incorporando a México en las acciones internacionales de paz, da cuenta de los tiempos que corren.
En cuanto al combate a la delincuencia organizada, a la luz de las opiniones vertidas en los cables resultan más evidentes las fallas de una política que compromete a todas las fuerzas del Estado sin asumir sus propias debilidades y, lo peor, sin hacerla acompañar de otras opciones en favor de la cohesión social.
Algo importante se ha roto con Wikileaks y la detención de Assante no conseguirá volver el tiempo atrás, pues es indiscutible que, independientemente de si la filtración es legal o no, la autenticidad de los documentos no ha sido hasta hoy cuestionada, aunque los implicados procuren desautorizarlos.
Por lo pronto, se ha desatado un saludable debate en torno al derecho a la información y la transparencia en la sociedad de hoy y el futuro que, sin duda, afectará los usos y costumbres de la diplomacia. Ojalá y nos sirvan como un penúltimo llamado de atención.