n la propuesta de pago por resultados
a los profesores se distinguen dos propósitos: motivarlos para que hagan mejor su trabajo y cumplir con el criterio justo de pagar más a quien produce más. Quienes han analizado con cuidado estas propuestas aceptan que los argumentos son válidos para una fábrica de tornillos (aun en este caso con salvedades), pero advierten que en otros muchos espacios en donde se realizan trabajos profesionales complejos el pago por resultados
es desatinado, y éste es por supuesto el caso de la educación, a menos que los resultados
se consideren con una perspectiva amplia y sólidamente sustentada en la ciencia y las humanidades.
Una pregunta elemental: ¿qué podemos esperar de un profesor que acepta poner más empeño en su trabajo porque esto le va a significar más dinero? ¿Es un profesor que motivará a sus estudiantes a aprender?, ¿es un profesor que les hará apreciar el conocimiento y la cultura y les transmitirá sed de saber? ¿Qué pensarían de esto Enrique Rébsamen, Gregorio Torres Quintero, Carlos Carrillo y otros educadores? Las motivaciones del profesor serán las motivaciones que inducirá en sus estudiantes. Por supuesto sería tonto pretender que los profesores desprecien el dinero (menos cuando viven con muchas limitaciones), lo que se critica es que de manera institucional se imponga al dinero como la motivación eficaz para mejorar el desempeño de los docentes.
Es alentador constatar que no es esa la motivación central en el magisterio mexicano y que si bien exigen con justicia anualmente incrementos salariales, por su mente no ha pasado la mezquina idea de exigir un sistema de bonos de productividad. Con todo y sus defectos, el escolar es un ámbito que, en su gran mayoría, ha escapado a la dictadura y corrupción del dinero. Pero esto es intolerable para quienes han construido y siguen alimentando un sistema socioeconómico basado precisamente en la ambición, el lucro y la mezquindad, y buscan por todos los medios someter a las escuelas a la hegemonía crematística.
Antes de continuar con el caso de los profesores es apremiante señalar que los señores del dinero ya tienen en la mira a los estudiantes y que en esto nuestro país es de los más adelantados. La revista The Economist publicó hace poco más de dos años un artículo que abre con el artero comentario: no todos los días las ciudades estadunidenses toman lecciones de soborno de Latinoamérica
. Se refiere al programa Oportunidades de la ciudad de Nueva York, mediante el cual se hacen pagos en efectivo a los pobres de esa ciudad, entre ellos a estudiantes en función de las calificaciones
que obtienen en la escuela.
El nombre del programa neoyorquino fue copiado del de México y ha tenido los resultados esperados: los estudiantes beneficiados han mejorado sus calificaciones
. Pero, ¿qué significa esa mejora y qué otros efectos han tenido? Los economistas que promueven estas medidas por supuesto ignoran que hay una riqueza de conocimiento (científico, filosófico, histórico, literario, pedagógico, sociológico, antropológico) acerca de las motivaciones humanas y específicamente de las motivaciones de los estudiantes para aprender, y que los resultados obtenidos con el reparto de dinero no son inesperados, pero que ameritan un estudio cuidadoso para entender su significado y consecuencias.
El profesor Steven Reiss, de la Universidad de Ohio, es un exponente del relativismo valoral que coincide con esas propuestas. Afirma que “no hay razón para negar que el dinero puede ser una motivación efectiva… es un asunto de diferencias entre individuos. Personas diferentes son motivadas por caminos diferentes”. Como si denunciara algo incorrecto, dice que afirmar que unas motivaciones son mejores que otras constituye un juicio de valor
y que no puede afirmarse que algunas motivaciones como el dinero son inherentemente inferiores
.
Por supuesto que el asunto es de juicios y de valores, solamente desde un positivismo trasnochado e ignorante puede plantearse que todo vale igual: la cooperación, la búsqueda de dinero, la búsqueda de poder, la rivalidad, la generosidad. Las motivaciones para aprender dependen de la forma como se valora el conocimiento y, siguiendo la pertinente categorización de Aristóteles, el conocimiento tiene dos tipos de valor, valor de uso y valor de cambio. Es perfectamente legítimo aprender para ganarse honradamente la vida y resolver los problemas prácticos de la misma, pero es reprobable aprender para dominar a otros; es legítimo y altamente valioso aprender para encontrar sentido a la vida y entender el mundo, pero es reprochable aprender para aprovecharse de los ignorantes y de los débiles.
Las motivaciones de los profesores están identificadas con las de los estudiantes. Estudiantes y profesores deben constituir una comunidad de aprendizaje con fines compartidos. Si los profesores son orillados a valorar por encima de todo el dinero, no podemos esperar que fomenten otros valores en los estudiantes y por supuesto la motivación y la calidad de la educación –la preocupación que dicen tener los promotores del pago por resultados
– van de la mano. Son muchas las investigaciones que demuestran que las motivaciones extrínsecas, como los premios y los castigos (léase a Alfie Kohn), tienen efectos destructivos en la educación.
Por supuesto los señores del dinero consideran que todo cuadra muy bien: los estudiantes obtienen buenas calificaciones
porque se les paga para ello, las buenas calificaciones de los estudiantes justifican que se les paguen premios a los profesores y todo esto significa la buena calidad de la educación. Sólo quienes han perdido el olfato dejarán de percibir el olor que esto despide. El artículo de The Economist –titulado Cuando los sobornos dan resultados
– concluye con esta escatológica expresión de un funcionario neoyorquino: El dinero habla y el excremento camina por esta ciudad
.