a oruga fea como todas las orugas; entre gris y verdosa, erizada de pelusa, tan rugosa y abollonada que al verla arrastrarse se sublevaban cien carcovas. Pero si feo era su cuerpo, su espíritu era de singular belleza. Tenía un ideal y solamente para él vivía; aletargarse en su crisálida como en una celda encantada, para despojarse de su prosaica grosera y antipática vestidura y metamorfosearse en voltijeante mariposa que maravillara a cuantos la contemplasen y se acentuara en la sutileza y la policromía de su vuelo, que más que alado insecto le diese apariencia de ser el alma del céfiro en que se meciese.
La oruga que vivía a la sombra de un árbol muy frondoso en revuelta mezcolanza con conejos, gallinas, palomas, gorriones y pajarillos insectívoros al acecho de gusanillos que atrapar rastreando el sucio suelo. Contagiada del cuchicheo y el relajo de verse todos contentos, intentó hacerse oír de sus vecinos con misteriosa voz en ese lenguaje con que los seres de la naturaleza se hacen entender y les dijo.
Si las hadas pasan una temporada metamorfoseadas en repugnantes reptiles, yo no soy lo que parezco. En mi crisálida dejaré esta horrible forma que aprisiona a mi inquieto y soñador espíritu y me tornaré la más linda mariposa que encantaron los ojos humanos. Aunque mi ideal es otro, aspiro volar para deleite de todos.
En esas estaba cuando de repente ocurrió algo inesperado: un gallo que había tenido muchas veces a sus pies a la oruga y la había considerado desperdiciable hasta para matarla, subió de un vuelo al árbol y de un picotazo la arrojo al suelo. Otros bichos del vecindario del árbol lo imitaron y la pobre oruga, medio acribillada, torturada, fue rodando de pico en pico, sin comprender el porqué de tanta crueldad. Deshilachada, reventada, fue a caer en un agujero, donde un viejo sapo la esperaba con la boca abierta, ¿también tú?, gritó aterrorizada la oruga. ¿Qué me vas a hacer?
Nada… Comerte
Déjame vivir… yo seré mariposa y te procuraré los deleites más puros con la belleza de mis alas y el arte de mi vuelo. Además, está bien que tú me comas, puesto que mi muerte es útil para tu vida. Pero, ¿esos jijos por qué se ensañan en procurarme todo el dolor físico y mental posible?
Por envidia, le contestó el sapo; por ejemplo, los demás animales no envidiamos a las águilas, porque sabemos que nunca podremos conseguir su alto vuelo, por los cielos azules, en busca de Dios. Lo que envidiamos los demás, lo que ninguno, ni aun las águilas pueden soportar, es a ti oruga que quieres dejar de arrastrarte y volar, ¡es tan espléndida la visión de los desamparados que nos subleva la idea de que uno de ellos pueda transformarse. Porque si todos fuéramos dioses el mundo perdería su encanto! Por eso se te aplasta y castra tan cruelmente, porque lo que cala no es el águila que vuela, sino tú que quieres dejar de arrastrarte y volar, volar, y aspiras a ser Dios.