partir del año de 1989, después de la caída del muro de Berlín, diversos autores auguraron la consolidación del modelo de desarrollo occidental basado en la economía de libre mercado. De acuerdo con esa corriente de pensamiento, el papel del Estado como coordinador y rector de la vida pública y promotor del bienestar social sería relegado a un segundo término, y su función se debería restringirse a propiciar las condiciones adecuadas para el desarrollo de la economía de libre mercado.
La crisis que explotó en la década que acabamos de dejar atrás demostró que tal supuesto es erróneo.
La democracia liberal, tal como la conciben los más fervientes defensores del libre mercado, ha sido insuficiente para evitar profundas crisis cuyo resultado más evidente es el desempleo masivo y la profundización de la desigualdad y la pobreza.
En 2008 el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, encabezó un amplio movimiento que lo llevó a la presidencia, con la promesa de salvar a la democracia liberal de sus excesos y equivocaciones. Dos años más tarde, en una elección que pudiera representar otro profundo cambio en la dirección del país, el electorado decidió que el salvador
de la democracia no es tal y, virtualmente, le devuelve la dirección del país a los responsables de la crisis que afecta a la mayoría de los estadunidenses.
La derrota que los demócratas sufrieron al perder la Cámara de Representantes, los congresos locales y los gobiernos en varios estados fue un duro golpe para quienes creen que hay una forma civilizada de resolver las deficiencias de la democracia liberal.
¿Cómo explicar la paradoja de que, habiéndose demostrado la necesidad de un cambio, se pretenda ahora dar marcha atrás en ese propósito? No es fácil entenderlo, pero los interesados en evitar ese cambio lo lograron.
Quienes desde la izquierda han criticado al presidente Obama por su indecisión o tibieza para enfrentar a la derecha en forma más contundente y propiciar las condiciones para dicho cambio, creen que insistirá en una ilusoria solución bipartidista para resolver los problemas del país. Advierten que en los dos próximos años los conservadores, desde una posición de poder consolidada en las últimas elecciones, continuarán en su proyecto para debilitar al Estado.
De ser así, lo más probable es que se rediten las condiciones que propiciaron la llegada de Obama a la presidencia; dependerá de su reacción y la del liderazgo demócrata la posibilidad de recuperar la conducción del país. A esto último pueden ayudar las contradicciones y fisuras que ya se observan en el Partido Republicano.
Algunos de sus miembros están en desacuerdo con el radicalismo conservador de sus líderes, semejante al que caracterizó la presidencia de Ronald Reagan en los años 1980 y que fue determinante en la desarticulación progresiva del Estado en los años siguientes.
Son escenarios que empezarán a definirse en las próximas semanas del año que empieza.