Gerente del sexenio
Fan se SuperFeli
Adiós a don Samuel
Sicarios electorales
Pevemista ganó la nota
Rescate bancario en España
El borrego de la venta de Iusacell
Negocio con la retacería de oro
Crece el empleo eventual
Javier Lozano y el regateo
La robusta informalidad
Una declaración comprometedora
Dos raseros para un mismo asunto
Palmito
a muerte del obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz –tatic, como lo llamaban, en lengua tzotzil los indígenas de Chiapas—, ocurrida ayer en esta capital, deja un amplio y profundo sentir de orfandad para los pueblos indígenas de México, los organismos defensores de los derechos humanos, los sectores progresistas de la Iglesia católica y, en general, para los ciudadanos que aspiran a un país más justo, digno y equitativo.
Samuel Ruiz vivirá en las generaciones indígenas futuras
emos caminado incansables por nuestro destino. Se suman quienes ven en nuestros ojos la luz de la esperanza de un mundo justo y respetuoso de nuestra cosmogonía indígena. Hoy lloramos la pérdida física de nuestro tatic, sabio conocedor de nuestra gran cultura ancestral y del peligro por la ambición a la riqueza en biodiversidad en nuestros territorios. Has ofrendado tu misión a la lucha por la igualdad, el respeto a nuestros derechos, a nuestras prácticas tradicionales, a nuestra identidad indígena.
n el futuro podría llamarse la guerra chiquita
o la guerra que nunca fue
.
on Samuel Ruiz muere a los 86 años. Deja huérfanos a millones de indígenas a quienes defendió con pasión social y fervor religioso. El Tatic, como lo llamaban, dio y arriesgó su vida no sólo por los indígenas mexicanos, sino centroamericanos sometidos a siglos de explotación, marginación y desprecio. Esta opción lo transformó en un personaje polémico e incómodo, especialmente para los acaudalados del poder secular y del poder religioso.
l etanol es un agrocarburante elaborado, entre otros productos, con maíz. Su fabricación acaparará casi 40 por ciento de la cosecha de este cereal en Estados Unidos, el principal productor mundial. El inventario de este grano disminuyó la semana pasada al nivel más bajo en 30 años. La producción del agrocombustible es, en buena parte, responsable de ello.
n México y en otros países hay de obispos a obispos. Unos son conservadores y otros progresistas; unos protegen en su ámbito de influencia a los ricos y a los gobernantes, otros abrazan las causas de los más desprotegidos y explotados; unos están por el sacrificio de las personas en el aquí y el ahora a cambio de indulgencias para después de su muerte, otros promueven la liberación de los pobres en el aquí y en el ahora y no en el más allá. Samuel Ruiz era de los segundos, un obispo que perteneció a la estirpe de Méndez Arceo, en Cuernavaca; de Arturo Lona, en Tehuantepec; de José Llaguno, en la Tarahumara; de Bartolomé Carrasco, en Oaxaca; de Raúl Vera, en Saltillo. Éstos se han distinguido por oponerse a los conservadores y a los colaboracionistas tanto del PRI como del PAN, a Girolamo Prigione en su momento, a la ortodoxia pastoral y, en lo político y lo social, se han opuesto también a los poderes fácticos que han impedido el desarrollo y la realización de los más pobres del país como personas, cuya liberación debe darse en el aquí y el ahora y no para las calendas griegas.
on un grupo pequeñito y aguerrido. Infligieron un grave daño al desorden mundial imperante, y lo saben. Se han hecho detestables para un puñado de poderosos –para los más poderosos del mundo, de seguro– y se han ganado la admiración, la solidaridad y la gratitud de millones de personas. Nada parecido a una organización ni a un tejido. Es, simplemente, un estado de ánimo fundado en la recuperación de la verdad. Nos habíamos acostumbrado a que un montón de hipócritas y de maleantes –hipócrita, Obama, aunque hable con ritmo de rap; maleante, Bush, con su acento de predicador analfabeto– nos devaluaran esa palabra hasta el grado de suponer que su contenido era inexistente. Y gracias a este puñado de chavales locos y delirantes, nos reencontramos con ella, redescubrimos su sabor ácido y amargo y dulce al mismo tiempo, y caempos en la cuenta de cuánto y por cuántos años nos ha sido escamoteada.
uando concluya este sexenio y quede al descubierto –ya sin el cobijo de la retórica oficial y la de los intelectuales al servicio del poder– el fracaso de la guerra contra el narcotráfico, ¿qué vamos a hacer los mexicanos? Es una pregunta que conforme transcurre el tiempo adquiere mayor relevancia. ¿Acaso habrá que continuar con una política de confrontación que se hunde en la espiral de la violencia, con enfrentamientos entre grupos rivales, el crecimiento de los cuerpos policiacos, la presencia de las fuerzas armadas en las calles y la muerte de civiles inocentes? En otras palabras, ¿continuará el baño de sangre? Si la respuesta que damos a estas interrogantes es no, que no queremos seguir viviendo así, entonces, ¿qué hacer?
n la exposición Huellas/ trayectos, Perla Krauze no se postula como ejemplo de la ultravanguardia, ni siente que es radicalmente distinta o superior a las personas que no son artistas, parece compartir las vicisitudes de los ambientes y personas que la rodean, así como conocer, tanto sus propias posibilidades creativas, como sus limitaciones. No pretende la grandiosidad ni el propósito de impactar, sino la observación, el calibre y la atención en ciertos detalles que pudieran pasar desapercibidos, entre éstos están dos pequeñísimos ramitos de flores artificiales, que parecen naturales, incrustados en la base de los ventanales.