ay un consenso acerca del desenvolvimiento previsto de la economía mexicana durante este año. Lo define principalmente el Banco de México, que hoy tiene prácticamente un control total del manejo de la economía, poniendo a la Secretaría de Hacienda en un lugar muy marginal.
Quien forja el consenso ejerce una influencia en el modo en que los demás agentes económicos, especialmente los que controlan los flujos de dinero y capital hacen sus previsiones, deciden acerca de las inversiones y los gastos. Entre ellos están los bancos, otras instituciones financieras y las más grandes empresas.
En este sentido, el consenso tiene un rasgo teleológico, se convierte en una especie de profecía autocumplida
y, en la medida en que eso ocurre tiende a validarse y, más aun, se convierte en una forma de acuerdo entre los participantes del consenso para justificar las pautas de la política económica.
De esta manera, se cierra un círculo en el que lo más relevante se convierte en cumplir o satisfacer el consenso, y eso independientemente de que el resultado sea el deseable, el mejor posible o el que sea necesario para la sociedad en el que se desarrolla el proceso económico, o sea, la generación del producto, la creación de empleo o el aumento de las condiciones de bienestar.
Hay pocos insumos alternativos para crear consensos fuera de los que provee el gobierno. La convergencia es muy grande con lo que dicen los analistas calificados que son los que admite el propio Banco de México en sus encuestas periódicas sobre las expectativas económicas.
Incluso hay un mismo tenor con respecto de lo que proponen los departamentos especializados de los grandes bancos comerciales, que son de propiedad extranjera. Eso incide en sus decisiones de operación: cuánto y a quién prestan, cómo asignan su cartera de inversión y el tipo de transacciones que hacen (por ejemplo la compra de deuda pública) y, por supuesto, es un factor para determinar la corriente de sus ganancias a las casas matrices.
Su influencia es también clave en la determinación de los criterios de operación de los bancos más pequeños y así se van fijando los límites de la gestión general de la economía, de la forma en que se establecen las complejas transacciones en los mercados y se crean acuerdos y contratos que son la base de las relaciones entre quienes compran y venden toda clase de bienes y servicios, sea internamente o en el exterior.
Ser capaz de crear el consenso o de ser un participante clave de su conformación es una fuente de poder. Por eso es difícil salirse del consenso, puesto que representa riesgos para quien lo hace. Es más cómodo moverse en la norma, estar siempre en lo que puede llamarse como el pensamiento de grupo. Si ocurre algo que impida que se cumpla el consenso, siempre habrá manera de justificarlo. La experiencia de la crisis financiera de 2008 es aleccionadora.
Reaccionar ex post es más conveniente en el ámbito de los negocios y también en el de la política pública, que preveer escenarios alternativos y criterios de toma de decisiones que se desprendan de ellos. Por ello se habla de que hay una cierta banda de confort en las proyecciones de consenso. Mientras se fije esa banda, se pueden cumplir con más facilidad las metas que se proponen.
El Banco de México define una meta de inflación anual de 3 por ciento con un margen de un punto hacia arriba o hacia abajo, lo que es en realidad una variación bastante grande. Esa es la pauta del consenso, pero el resultado final de 2010 fue un crecimiento de los precios de 4.4 por ciento, y todos están conformes. Lo mismo ocurre en cuanto a las variaciones registradas del PIB, o del empleo, de las tasas de interés o del tipo de cambio.
El consenso se crea sobre bases de una información acotada y de calidad bastante dudosa; sirve para los propósitos que se han vuelto convencionales en la práctica de la economía y que son los modelos estadísticos. No obstante, hay una distancia cada vez más grande con lo que pasa en la calle.
Puede pensarse en lo que está ocurriendo en esta economía, con recursos cada vez más grandes provenientes de actividades como el narcotráfico y que se vuelve lavado de dinero, o con la magnitud de la economía informal, que según algunas estimaciones representa la mitad de la actividad total en el país.
El consenso es sólo un punto de partida y no un criterio suficiente para definir las pautas de acción. Es sólo uno de los insumos necesarios. Las fuentes oficiales de información y otras que estén disponibles y la forma institucional e informal en el que se allegan criterios alternativos para crear escenario conforman hoy un entorno insuficiente. Para empezar, la autonomía del Inegi es una pieza esencial y esa debe ser efectiva y no caer en las distorsiones de otros entes autónomos, como es el caso del IFE.
Ya hay indicios de que los capitales están saliendo de las economías emergentes, la inestabilidad del Medio Oriente va a impactar en los mercados, así como la carestía de los alimentos. Los escenarios en México basados en el consenso oficial son inerciales y se basan en las deformaciones de las estructuras de la producción, del mercado laboral y de los flujos de mercancías y capitales.
El consenso que se genera desde el gobierno, por medio del banco central, es rígido, está sesgado por la necesidad política de validar las medidas de gestión que se aplican. No hay espacio para controversias, pero sobre todo no hay cabida siquiera para la sospecha.