¿BCS por Guerrero?
Cuerpo azul, sangre amarilla
Nuevas formas de alianza
Militarización de niños
e confirmarse el triunfo del partido blanquiazul en Baja California Sur (a la hora de cerrar esta columna apenas abría el PREP), se estaría en presencia de una maravilla de biotecnología partidista operada desde la Clínica Los Pinos: la primera victoria de un cuerpo blanco y azul inyectado de sangre negra y amarilla; triunfo panista
con candidatos recién transferidos del perredismo derrotado
, chuchismo buena paga que quitó fuerza a su candidato polémico a gobernador para dar paso al triunfo de un falso panismo henchido de transfusiones perredistas, nueva forma de aplicar las alianzas tan mentadas: ya ni siquiera es necesario un acuerdo formal, ni la declinación expresa de un candidato, sino que ahora basta con doblegar a uno de los aspirantes para dar ventaja al otro. Guerrero en manos de un perredista
que es priísta, a cambio de Baja California Sur con un panista que hace poquito era perredista y antes priísta. La Fábrica Calderónica de Frankensteins se habría vuelto a cubrir de gloria.
El PRI, sin embargo, insistía en sostener su viabilidad peñanietista. A diferencia de Guerrero, donde el gobernador del estado de México abandonó oportunamente a Manuel Añorve cuando se prefiguraba su naufragio, ahora el presidenciable gaviotón se atrevió matutinamente a vaticinar el triunfo del aspirante de tres colores: hacer la chica, fue la expresión seleccionada por Quique para empujar al candidato de BCS. Según eso, Peña Nieto y Humberto Moreira habían estado especialmente atentos al curso final de la campaña del PRI en aquella entidad y creían muy posible el triunfo.
Lo único seguro anoche era que el PRD habría perdido aquella gubernatura y habría quedado en tercer lugar. Así terminaría una historia de saqueo, apropiación territorial, entreguismo playero a extranjeros, nepotismo y otras linduras que durante 12 años asestó el sol azteca a Baja California Sur. Perdió el PRD pero no los Chuchos, que maniobraron lo suficiente para enturbiar el escenario electoral y acabaron abandonando a su candidato a gobernador para dar paso al panismo, en cumplimiento de deudas guerrerenses. Las alianzas avanzan.
Astillas
Decenas de miles de niños y adolescentes mexicanos forman ya la generación del odio. Perdieron a sus padres, familiares o conocidos en condiciones de crueldad extrema –decapitados, destazados, colgados, exhibidos públicamente, según cada caso– o vivieron con crudeza las experiencias de los allanamientos de domicilio, las detenciones arbitrarias, los abusos de policías y militares, los juicios injustos, la manipulación de los procesos y la inexistencia del estado de derecho, de la legalidad. Esa generación del odio difícilmente se reintegrará positivamente a los moldes de la sociedad tradicional: vivirá llena de resentimiento, deseosa de venganza, incrédula de cambios o mejoras que las autoridades anuncien. Junto a esa generación caminará la de los niños y adolescentes marginados económica y socialmente, los que saben, con certeza marcada con fuego, que este sistema no les ofrece ninguna posibilidad de supervivencia decorosa ni de prosperidad mediante el esfuerzo honesto: son los aspirantes a narcotraficantes, los que sueñan con ser jefes de jefes y entonan narcocorridos. El Estado mexicano desatiende criminalmente la existencia de esas generaciones del odio y de la inviabilidad, sin destinar recursos ni elaborar programas para enfrentar el problema civilizadamente (es decir, no en términos militares ni con criterios de exterminio). Pero, aunque pareciera imposible hacer algo peor, en estos tiempos de guerra
sucia se promueve entre la niñez el apego al armamentismo, al camuflaje guerrero, a la vida de cuartel, a la operatividad castrense. Ya en otros desfiles militares se dejó armamento al alcance de familias, obviamente con toda intención, y se difundieron con acento oficial las fotografías de niños posando junto a soldados del pueblo
o encaramados en cañones o tanquetas. El jueves anterior se pasó a una fase más elevada de militarización infantil: la secretaría de la Defensa Nacional montó en el antiguo Colegio Militar de Popotla una exposición interactiva
denominada La gran fuerza de México, en la que algunos de los pequeños asistentes fueron maquillados como si fueren combatientes en la selva, con chalecos antibalas a su medida y actividades programadas en una pista de comando a escala. Incluso, a esos niños, como al resto de los visitantes, se les permitió practicar en el estand de tiro para después realizar rappel en el stand de las Fuerzas Especiales
(en http://bit.ly-/gNgMK6 está la nota)... Andrés Manuel López Obrador tuvo que intervenir directamente en el escándalo de la manta colocada por tres diputados del PT en San Lázaro. Condenó las acusaciones de alcoholismo contra Felipe Calderón, pero lo hizo por una vía sesgada: dijo que esos asuntos correspondían al ámbito privado, íntimo, cuando es evidente que los vicios privados son de interés público cuando afectan el funcionamiento de las instituciones o pueden pervertir el ejercicio político. Tan preocupante y peligrosa es la adicción a sustancias tóxicas que un panista distinguido, que presidió el PAN a escala nacional y fue una especie de tutor político e ideológico de Felipe Calderón, advirtió, en una carta publicada en 2009 en Proceso, de los problemas de alcohol y mando político que sufría el entonces presidente del comité nacional del PAN. En octubre de 1997, según lo publicado en el libro Secuestrados, de don Julio Scherer, a Castillo Peraza le llamaban la atención los reportes que había recibido de “las aventuras más que frecuentes –etílicas y demás– de algunos de tus colaboradores. Entendí o creí entender entonces por qué la vida comienza después de la 10 de la mañana en el CEN”. No sólo eso: Castillo Peraza lamentaba que Calderón lo hubiera dejado plantado en una cita nocturna, sin avisarle nada, pues, se enteró después, “por boca de subalternos menores, que el presidente del partido había salido de la oficina ‘muy bien servido’”... ¡hasta mañana!
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