ueve años tenía Dante cuando conoció a Beatriz, quien también era niña y de su edad e iba como Dante refiere en Vita nuova vestida con el más noble color carmesí desvaído y rico, y Dante sintió que una rara y fuerte potencia se le infundía y le había de gobernar toda la vida y el amor fue la agencia de la vida nueva, de esa existencia que en cada instante había de ser mucha vida. No es el amor físico, amor de hombre a mujer, sino amor de peregrino y milagroso linaje.
Beatriz, hija de Folco Portinati, se casó con Simón de Dardi y murió de 24 años. Más para Dante vivió siempre y como si propiamente se le apareciera en presencia mortal, le iba pisando los pasos. Parece como que es algo que desde el cielo ha llegado a la tierra para mostrar el milagro
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Y hace entrar por los ojos hasta el alma una dulcedumbre que no podrá entenderla quien no la haya probado. Y de sus labios nacerá un aliento suave y lleno de amor que le diga al alma ¡acércate! La claridad permitirá entrar al templo del amor en la penumbra atenuada por la lánguida luz de su hermosura que agigantara la filigrana de un cuerpo de pluma. Que invocaran lamentos y voluptuosidad inalcanzable.
¿Y quién era Beatriz para Dante? Beatriz era el espíritu que reflejada en las cosas viejas y caducas las tornaba nuevas; el espíritu que condujo al poeta hasta la región serena de los círculos paradisiacos donde la vida se renueva incesantemente y todo goza de novedad eterna e inaccesible.
¿No será posible que cada uno busque su Beatriz? Cada día es año nuevo. Destruyamos el mundo viejo, dejándonos los círculos paradisiacos y desapareciendo hasta donde es posible la crueldad, la violencia, en todas sus formas. Como Dante retrotraigámonos al estado paradisiaco.
Despejémonos de rutinas, ritos, mitos, tradiciones, convencionalismos y atavíos, como Abraham dejó servidumbre e impedimentos antes de encaminarse al lugar donde iba a sacrificar a su hijo.
Fuera grilletes, consejos infamantes con que la muerte sigue llamando más muerte, sangre más sangre, y regresemos a la palabra de Dante a Beatriz, torrente de fuerza natural que se deslizaba cual ola de fondo o el desbordarse de un río o el frescor de la llama de un fuego capaz de acabar con el siniestro instinto de muerte, expresado en la repetición sin fin.
Enigmática palabra de Dante, diáfana hechicería en mallas de embrujo, tejida rueca ancestral que en hebras de eternidad es hilatura que no llega, no llega, y si llega la muerte. Palabra de muerte-vida, presencia y ausencia, sin línea.