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El liderazgo político de Cuauhtémoc Cárdenas
A

finales del año pasado se publicó Sobre mis pasos (México, Aguilar, 2010), la memoria política de Cuauhtémoc Cárdenas. El documento es valioso por diferentes razones, pero destaco primero que se trata de una narración de la transición democrática desde la perspectiva de la construcción del Partido de la Revolución Democrática (PRD) por parte de un protagonista central, que puso en juego comodidades y privilegios para retar al PRI. Afortunadamente, el desafío rebasó con mucho los límites de un partido oficial, que ya era algo menos que un instrumento en manos del presidente de la República en turno, y en lugar de una reforma, lo que precipitó la disidencia de Cuauhtémoc Cárdenas y de Porfirio Muñoz Ledo fue una fructífera escisión. La Corriente Democrática que se formó en torno a la identidad cardenista se convirtió en el eje de una organización política independiente, cuya aparición fue decisiva para la transformación institucional del sistema político. El relato inicia con las primeras experiencias políticas del autor como joven testigo del fallido intento de llegar a la Presidencia del general Miguel Henríquez Guzmán (1952), a quien se atribuía filiación cardenista; y termina con la elección presidencial de 2006 y una reflexión amplia sobre la democracia y sobre algunos de los temas relevantes para la conmemoración de 2010. Este repaso incluye, desde luego, su experiencia como candidato presidencial (1988, 1994 y 2000) y como primer jefe de Gobierno del Distrito Federal (1997).

Tanto Cuauhtémoc Cárdenas como el PRD –que nació en 1989– fueron pilares del proceso de transición, que según él comenzó con la severa crisis económica de diciembre de 1994, aunque yo disputaría esta fecha que resta importancia a 1988, que sería también el año de lanzamiento de lo que resultó ser para él una nueva carrera. Para las costumbres de la época Cárdenas era ya un político jubilable: había sido gobernador de su estado, senador, subsecretario. ¿A qué más podía aspirar, sino a un dulce retiro en las márgenes del PRI? No obstante, rechazó el camino fácil y optó por la vía de la resistencia. Cárdenas creció en este trayecto para convertirse en el líder moral de una propuesta restauradora de lo que muchos consideran las mejores tradiciones de la Revolución Mexicana, mientras que el partido se desarrolló como una institución que ha tenido un papel central en la articulación y el funcionamiento de nuestra maltratada democracia; también ha contribuido a la formación de un nuevo personal político, aunque el comportamiento de muchos de sus integrantes esté a leguas de distancia del ideal democrático, e incluso del estilo de Cárdenas, cuyas características personales más notables son, a mi manera de ver, la lealtad a sus ideales, la rectitud de miras, la honestidad, la cortesía y la prudencia. En pocas palabras, una cierta elegancia que echamos de menos en la vociferante oposición de políticos como Fernández Noroña, que no por ser más estridente es más efectivo.

El libro también nos pone en contacto con la personalidad de un político, normalmente discreto y reservado, que inició su carrera a la sombra gigantesca de su padre y en el seno del PRI, pero que en la lucha por la democracia encontró su propio discurso y forjó un liderazgo personal que ya no necesita acogerse a la figura paterna para hacer valer sus posiciones. No hubo en este crecimiento una ruptura, y tampoco la denuncia de un legado que es, en última instancia, de todos los mexicanos. La evolución de Cuauhtémoc Cárdenas fue producto de su experiencia particular, del contexto que le impuso el México de finales del siglo XX, un país en el que se implantó el ideal democrático acompañado de la defensa del sufragio, de comicios libres y del pluralismo político. Temas todos estos que tuvieron muy sin cuidado al general. La lucha de Cuauhtémoc por la democracia ha sido distinta a la que emprendió su padre, aun cuando ésta haya sido el punto de partida. Más todavía, en este libro es conmovedor el registro que hace el autor de la sostenida compañía de su familia, de su esposa Celeste y de sus hijos, a lo largo del camino.

Creo que los mexicanos hemos sido muy afortunados de tener en Cuauhtémoc Cárdenas un líder político en tiempos de transición. Por una parte, imprimió nuevo vigor al cardenismo, que más que un grupo político es para nosotros una identidad que se construye a partir de propósitos de largo plazo tales como la defensa de la soberanía, del Estado laico, de la responsabilidad social del Estado en el combate a la desigualdad. El cardenismo es una opción de gobierno, con la que podemos estar de acuerdo o no, pero es una poderosa referencia que forma la personalidad política de millones de mexicanos. La lucha de Cuauhtémoc Cárdenas ha enriquecido esta identidad con los ideales de la democracia electoral y el respeto al pluralismo político. También ha ejercido su liderazgo con responsabilidad, sin perder de vista los posibles costos de acciones que hubieran podido explotar la irritación y la euforia colectivas para lanzar a la gente a ofensivas desordenadas y mal pensadas: “Quien lo hubiera hecho habría cometido no sólo un acto de inmensa irresponsabilidad, sino un verdadero crimen, pues se hubiera pagado un altísmo costo…” (p. 255), escribe, en relación con el verano de 1988. Y le doy las gracias, pues a mí no me cabe duda de que la transición democrática, es decir, el desmantelamiento del régimen autoritario, habría sido sacrificada a los alaridos de los imprudentes.