ara los latinoamericanos, acostumbrados como estamos a dictadores autoritarios y partidos que se perpetúan en el poder, los acontecimientos en Egipto no guardan ningún misterio. ¿Qué misterio podría esconder la historia de un militar que asume el poder tras el magnicidio de su superior (Anwar Sadat), y que después forma su propio círculo de seguidores, con quienes gobierna y se enriquece en un país de pobres, maneja el poder con mano de hierro al margen del estado de derecho y detenta la presidencia por espacio de 30 años? Los mexicanos lo vivimos con Porfirio Díaz, y después con la dictadura perfecta
y centenaria del Partido Revolucionario Institucional.
Lo que constituye un misterio es la astucia con la que Hosni Mubarak voló por debajo del radar, sirviendo los intereses de Estados Unidos, mientras adquiría una fortuna calculada en 70 mil millones de dólares (nada extraordinario, considerando los mil 300 millones anuales que recibía de Estados Unidos, y que probablemente terminaban en Suiza, junto con las ganancias por la venta de terrenos públicos en el paraíso turístico de Sharm el-Sheikh).
A cambio de esa ayuda extraordinaria, Mubarak dispensaba favores importantes: pacificaba la región, sofocaba la guerra santa, mantenía la vigencia del tratado de paz con Israel y daba la apariencia de normalidad en un país de cultura milenaria, que es al mismo tiempo eje del mundo árabe. (No se debe olvidar que durante el reinado
de Dick Cheney, Mubarak ofreció además los servicios de su famosa policía secreta para torturar a sospechosos de terrorismo secuestrados por la CIA en aeropuertos de Europa y Medio Oriente.)
Mubarak gobernó con la fastuosidad del depuesto rey Farouk, en un estado de excepción, sin garantías constitucionales, y oculto tras los misterios de faraones, dinastías, pirámides, esfinges y sarcófagos; en un país donde una parte importante del producto interno bruto proviene del turismo internacional.
En Egipto, los misterios ocurren bajo la manta de una aparente normalidad. Así lo prueba el increíble caso del doctor Aribert Ferdinand Heim, el doctor muerte, oculto en El Cairo, como otros oficiales nazis, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Heim optó por Egipto, en vez de Sudamérica, y desapareció en el caos urbano de El Cairo, donde la corrupción oficial lo convirtió rápidamente en residente musulmán con el inverosímil nombre de Tarek Hussein Farid. Trabajó como doctor de la temible policía egipcia, y vivió sin complicaciones hasta 1999, cuando la recompensa por su captura se elevó de 400 mil dólares a más de un millón 300 mil: demasiada tentación para sus protectores egipcios.
A Mubarak lo mantuvieron en el poder el ejército, su policía secreta, Estados Unidos, los grupos de choque (que a la manera de los halcones mexicanos embistieron a los manifestantes con caballos y camellos), y una inmensa red de funcionarios y empresarios incondicionales que se enriquecieron a su lado. ¿Quién habría de imaginar que las redes sociales terminarían por ganarle la partida a la corrupción?
Hoy, mientras los jóvenes manifestantes barren orgullosos los escombros, y limpian la sangre en la plaza Tahrir, deberían comprender que la salida de Mubarak no representa necesariamente una liberación
. Quedan demasiadas incógnitas y demasiados rastros del régimen anterior. Omar Suleiman, designado por Mubarak al final como vicepresidente, fue jefe de inteligencia militar, y en ese puesto era considerado el mayor torturador de Egipto
. ¿Y qué decir de Mohamed Hussein Tantawi, secretario de Defensa, jefe del consejo militar que asumió el poder, y que gobierna hoy como presidente de facto? Tantawi es incondicional de Mubarak y amigo de Robert Gates, secretario de Defensa de Estados Unidos. Wikileaks lo exhibió como un militar enemigo del cambio. Fuentes del Departamento de Estado aseguraron que durante la crisis Tantawi estuvo en constante contacto con Gates. Buscaban una salida sin riesgos para Egipto, para la región y para los intereses de Estados Unidos. Si esos son los signos del cambio
, ¡pobre Egipto!
A Roger Cohen, columnista de The New York Times que cubrió la revolución de la plaza Tahrir, le advirtió un diplomático acreditado en Egipto: ¿cómo creer en el cambio si el país no tiene rendición de cuentas ni un Poder Judicial independiente?
Explicando las causas de la crisis, Cohen concluyó correctamente que, con Mubarak, Egipto fue un país con economía de libre mercado, apoyado por Occidente (debió decir Estados Unidos) y administrado por una familia que no creía en la libertad
. Desde 2000 Mubarak, cual moderno faraón, preparaba la sucesión con su hijo Gamal. Hoy, Egipto ha vuelto a la historia de siempre: los generales han suspendido la Constitución y disuelto el Parlamento.
Mi padre nació en Egipto, así que he seguido siempre, junto con la rica cultura egipcia, la política tormentosa de un país gobernado por militares desde el derrocamiento del rey Farouk, en 1952. ¿Continuarán las dictaduras militares, al estilo de Nasser, Sadat, Mubarak, y ahora Tantawi, o surgirá finalmente un gobierno civil?
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