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Primer mexicano en ganar un cetro mundial minimosca

No desperdicié mi dinero, todo me sirvió para gozar: Freddy Castillo
 
Periódico La Jornada
Domingo 27 de febrero de 2011, p. a19

Mérida, Yuc., 26 de febrero. La alegría de un ex boxeador que perdió toda su fortuna se contagia. No es la figura triste de un hombre arruinado, sino un personaje risueño, feliz y malhablado: Freddy Castillo, el primer mexicano en conquistar un campeonato mundial minimosca. No se arrepiente de haber gastado todo lo que ganó en su exitosa carrera sobre los cuadriláteros, porque todo le sirvió para gozar la vida.

Lo que gané me lo bebí, lo disfruté, lo regalé. Me lo chingué. No me duele ni me arrepiento, fue dinero bien aprovechado, dice El Chato Castillo con la convicción de un hombre satisfecho a los 55 años de edad.

Con un madrazo ganaba mucho dinero, pero también de un madrazo me lo gastaba, suelta en medio de una carcajada. No le quedó casi nada, excepto la alegría inquebrantable, la misma con la que decidió triunfar en el boxeo para sacar adelante a su familia.

No mitifica su pasado. De hecho, su elección por los cuadriláteros fue más bien un cálculo financiero. Cuando era joven, allá en el barrio bravo de San Sebastián, en la ciudad de Mérida, preguntó cómo podía hacerle para ser rico. Había pensado que si se dedicaba al futbol pronto podría amasar una fortuna, pero le previnieron que dedicarse al balón en Yucatán era la apuesta con más probabilidades de terminar en el fracaso.

Entonces –se preguntó–, ¿dónde está el dinero? Y alguien le dijo que sobre los cuadriláteros. Así de simple fue su elección, como quien invierte en la bolsa de valores.

No sólo eso, antes además teníamos más hambre. Se refiere a la que punza en el estómago y al deseo de destacar cuando las condiciones en las que se viven son absolutamente desfavorables.

Bueno, con decir que como trabajaba en el rastro, mi única cena era meter las manos al chorro de sangre de la res que había matado y me la bebía así, recién escurrida del animal.

Una vez decidido el futuro, no dejó de pelear hasta conseguir lo suficiente para ayudar a su familia, la que tenía en ese momento y la que imaginaba tendría más adelante.

Así me dije: yo no quiero ni una chingada para mí. Lo único que quiero es una casa grande con patio y puerta de dos hojas para que entre la gente y no se salgan mis nietos, porque ya desde entonces soñaba con nietos, cuando aún ni hijos tenía.

Todo lo demás lo despilfarró. Es decir, lo disfrutó, en el sentido que le da este hombre pequeñito y regordete, que se anticipó a la era de los campeones mexicanos en las divisiones menores. No sólo eso –advierte–, también ayudó a muchas personas, como suelen hacer los boxeadores, como si sintieran una obligación por apoyar a quienes consideran su gente.

No podía ver sufrir a nadie, me decía: para qué sufren, si para eso estoy yo, para recibir chingadazos y ayudarlos, dice cerrando los puños con coraje.

–¿Aunque no fueran sus parientes?

–Todo el que sea humano es mi pariente –responde mientras abre los puños para cargar a su pequeña nieta, Camila.

Parece sincero cuando dice que no le duele su situación y su risa frecuente lo suscribe. Hoy vive de una pensión de 5 mil pesos, que la fundación Slim le otorgó por ser un ex campeón, y está atento al desarrollo de la carrera de boxeador de su hijo, Naciff, quien pelea este sábado ante Miguel Tique. Espera que haya heredado algo del talento de su padre, de lo contrario, está seguro de no hay nada que hacer.

Si mi hijo gana o pierde me da lo mismo. Yo lo apoyo, sobre todo por su madre, que es la que sufre. A la mejor digo esto porque soy muy hideputa, un cabrón muy duro, pero ni modo, apenas puede terminar la frase cuando otra carcajada anuncia su estallido.