a confusión de los sentimientos. Son pocas las ocasiones en que la televisión mexicana reserva una verdadera sorpresa para los cinéfilos. Por lo general su programación cultural incluye ciclos de cine a partir de la obra de directores consagrados o recicla los títulos de mayor impacto en el circuito de cine de arte.
Un espacio como el dominical Zona D, del Canal 22, centrado en dar a conocer el cine de temática gay, o de modo más amplio propuestas de género y diversidad sexual, rescata películas poco vistas en México, pero también ofrece, de modo esporádico, verdaderos hallazgos en el cine alternativo. Ander (2009), largometraje vasco del joven debutante gallego Roberto Castón, es una de esas sorpresas. En el pasado Festival de Cine Español en la ciudad de México, la cinta de Castón fue premiada junto con otra obra formidable, aún inédita en nuestra cartelera, La isla interior (2009), de Dunya Ayaso y Félix Sabroso, un drama sobre la desintegración emocional de toda una familia y los esfuerzos de sus miembros por encontrar asideros firmes en la solidaridad afectiva de una vida en pareja.
No es algo muy distinto a lo que asistimos en Ander. Un hombre de 40 años (Joxean Bengoetxea) vive en compañía de su madre anciana y aprensiva, y de una hermana menor próxima a casarse. Prisionero de la rutina familiar y de las faenas agrícolas en Oro, pequeño poblado del país vasco, Ander descubre súbitamente pulsiones eróticas muy alejadas de su cansino desfogue sexual con las prostitutas del lugar, y en particular con Reme (Mamen Rivera), compañera muy accesible de su mejor amigo y cómplice de juergas. Luego de un accidente que lo inmoviliza parcialmente, Ander se ve obligado a recurrir a la ayuda laboral y a los cuidados de un inmigrante, el peruano José (Christian Esquivel), quien paulatinamente acaba ocupando un lugar insólito en el seno del tradicional hogar vasco.
Dividida en tres segmentos, la cinta de Castón, hablada en vasco con ocasionales parlamentos en castellano, es una fascinante incursión en un mundo rural hermético y en un recinto doméstico dominado por la figura materna y sus rituales imperiosos. La llegada de un extranjero, intrusión incómoda, es vista con aversión y recelo por la madre, quien de inmediato intuye la capacidad de José para subvertir el orden establecido. Una estupenda recreación de atmósferas, capturada en tono realista, cede el paso después de una escena de erotismo exacerbado, a un conflicto dramático que confiere una gran complejidad sicológica a personajes sólo en apariencia planos.
Las lecturas son diversas. Ander puede ser comentario social y metáfora de un país y una región crecientemente multirracial, culturalmente diversa, o bien la exploración incisiva de una sexualidad reprimida que con dificultades encuentra una voz propia en medio del prejuicio y el rechazo, a partir de novedosas propuestas de convivencia afectiva.
Ander sitúa su acción en vísperas del año 2000, como si la fecha simbólica fuera portadora de cambios impostergables en el cuerpo social: una tolerancia mayor, concepto de familia plural y ampliada, conquistas legales para las minorías, clima creciente de generosidad moral. La conjunción del espacio público (vida cotidiana en la comunidad rural) y el espacio privado (progresiva afirmación de la heterodoxia sexual de Ander), la va precisando con pulso tan firme el director debutante, que los clichés de la cinta (prostituta amable y comprensiva, madre temerosa y chantajista, hijo mayor presa de torturas morales) pasan muy pronto a un segundo plano.
Lo que queda es una cinta original y vigorosa, cercana al cine autobiográfico del francés Jacques Nolot (El terruño, 1998), que bien pudiera ser el primer momento de una obra más consistente aún y de sobriedad semejante.
Ander, estreno de Zona D en el canal 22, se proyecta este domingo a medianoche.