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La caravana Del color de la sangre se reunirá hoy con el gobernador Gabino Cué

No queremos venganza, sólo estar en nuestro pueblo: desplazados de Copala

Opositores al municipio autónomo violan mujeres y disparan a pobladores, acusan

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Integrantes de la caravana triqui marcharon del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino, en demanda de solidaridad de organizaciones socialesFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Sábado 28 de mayo de 2011, p. 14

Se acerca la temporada de lluvias. En el nudo serrano de la Mixteca, donde se ubica la región triqui, las laderas áridas se pondrán verdes. Los campesinos saben que de lo que siembren dependerá su sobrevivencia. Esta es una de las razones que empujan al Movimiento de Unificación y Lucha Triqui-Independiente (Multi) para intentar, este fin de semana por cuarta ocasión, el retorno a San Juan Copala. Dice Rogelia López: Vamos a volver a nuestras casas, no a las de ellos. No queremos venganza, sólo estar en nuestro pueblo.

La caravana que llamaron Del color de la sangre –por el traje de sus mujeres, por la fratricida historia de su pueblo– tomó camino la tarde del viernes hacia Oaxaca en un convoy de siete autobuses. Este sábado, antes de seguir su ruta, tienen una cita con el gobernador Gabino Cué, quien los recibirá en la capital estatal. Ayer advirtió a los dirigentes que todavía no hay condiciones de seguridad en Copala, informó el vocero Jorge Albino. Tres caravanas previas organizadas por el Multi en 2009 y 2010 fueron emboscadas poco antes de llegar al pueblo por grupos armados de las organizaciones rivales, Mult y la Unión de Bienestar Social de la Región Triqui (Ubisort).

A lo largo de la pasada década el conflicto entre las organizaciones triquis ha provocado cientos de muertos, entre los que se incluyen a líderes históricos. La mayoría de las víctimas de uno y otro bando son mujeres. Finalmente, en septiembre del año pasado, luego de un prolongado sitio, las familias que quedaban en Copala fieles al Multi –que fundó el municipio autónomo en enero de 2007– fueron expulsadas a balazos.

Por eso, Naila Heidi Velasco, que tiene siete años y una mirada fiera, ha perdido dos años de escuela y vive desde hace ocho meses a la intemperie, en la plaza central oaxaqueña. En los dos plantones –el de Oaxaca y el del Distrito Federal– quedan todavía 400 desplazados de Copala. En su breve vida, Naila ha caminado docenas de marchas, entre ellas la de Cuernavaca-México que organizó recientemente el poeta Javier Sicilia. Añora la vida que dejó atrás, en su pueblo. Y tiene vivos recuerdos de la violencia. Esos señores que mandó Ulises (Ruiz) mataron a mis pollitos y a mi perro. Y también mataron a un niño.

Elías Fernández era de su edad. Iba en cuarto de primaria. Era noviembre de 2009. Estaba jugando con una pandilla alborotada de chamacos mientras los adultos preparaban una fiesta de bienvenida para los pobladores de San Salvador Atenco, que iban en otra caravana solidaria. Los hombres –los del Multi dicen que fueron del Mult, un eslabón más en la cadena de acusaciones mutuas– dispararon para echarles a perder la fiesta, una bala le dio en la cabeza a Elías.

Eso ocurrió durante el cerco.

Vivir sitiados

Desde 2009 el conflicto entre triquis se exacerbó. Hombres armados por las organizaciones opuestas al municipio autónomo de Copala ubicaron francotiradores en los cerros que rodean al pueblo e impusieron un estado de sitio que el gobierno del estado toleró. Marcelina de Jesús López cuenta: Como no pudimos sembrar había que comprar la despensa, pero los paramilitares tenían control de la carretera. Entonces formábamos grupos de seis, ocho mujeres para antes del amanecer salir por las veredas, cruzando el río. A veces desde el monte nos disparaban para asustarnos. Otro día fui en comisión a una reunión. Lo hicimos a escondidas, corriendo. Iba con Celestina. Una bala me atravesó el brazo y entró en mi pecho. Como ya era tarde no recibí atención médica en toda la noche, hasta el día siguiente que pudieron llevarme a Juxtlahuaca. Pero después la cosa se puso peor. Otro día atacaron a otro grupo de mujeres. A dos las violaron, a Francisa y a Natalia. A ella la dejaron ahí tirada, encuerada. Las balaceras eran todo el día, a cada rato. Así que un grupo grande (50 familias) decidimos salir. Fuimos a Yosoyuxi con los heridos y los ancianos. Pensábamos que era por pocos días, que el gobierno iba a solucionar. Eso fue el 10 de septiembre del año pasado.

Rogelia López, que tiene una tienda de abarrotes en el centro del pueblo y su casa en las orillas, recuerda que dejó bien cerrado con candado cuando se fue. Ahora, por versiones que ha escuchado, sabe que todas sus pertenencias han sido saqueadas.

María Agustina, de 60 años y su esposo Eugenio, también ya mayor, tienen miedo de volver. Pero igual está dispuesta. Ella fue de las últimas en salir. Ellos, los paramilitares, ya estaban en el pueblo; caminaban enseñando sus armas por la calle. A los independientes nos prohibieron salir de las casas, nos prohibieron ir por agua, prender lumbre. Pero yo cocí mi nixtamal, lo molí en el metate y encendí el fogón. Cuando vieron que salía el humo dispararon. La bala atravesó la lámina del techo y se encajó en el brasero. Entonces el miedo los paralizó. En tres días la pareja de ancianos no se atrevió ni a cruzar el patio por un balde de agua. Entonces decidieron huir de noche. Sólo quedaban ellos dos, Evangelina y su mamá, ya muy abuelita. La viejita no pudo avanzar y se quedó con su hija. Los otros dos ancianos llegaron con el último resuello a Yosoyuxi.

Detenidas por la gente armada de Ubisort, días después las dos últimas mujeres fueron evacuadas por la policía estatal. Y San Juan Copala quedó bajo control del Mult. Ahora ellos se niegan a recibir a sus vecinos y rivales. Y no es verdad, como dice Televisa, que en Copala ya se puede vivir en libertad. Nosotros ahí pertenecemos y no podemos ni volver, concluye Rogelia.