eza es el símbolo de la imaginación y de la verdadera riqueza de México, huyó de la podredumbre materialista de la ciudad de México y se instaló encima del bordo de Xochiaca (inundaciones, agua que sale del infierno, olores nauseabundos, etcétera), para aislarse y refugiarse en sus sensaciones y sentimientos, y quedarse sólo con su soledad.
El cambio, si hay alguno, será en Neza. Estará fincado en la conciencia metafísica de nuestro sentido trágico de la vida, por carecer de lo indispensable, sólo le queda el espíritu, la magia, la imaginación, por eso su riqueza.
La historia de Neza es la historia de México al microscopio. La del indio y sus fantasmas detrás de una historia de muertos y derrotas, de monólogos y diálogos ensimismados y de elecciones de presidentes, gobernadores, senadores y diputados que los ahogan igual que las inundaciones y no interesan.
Es historia de lloronas y gemidos y zincuantles castrados y madrezotas querendonas. Es historia de pueblos subterráneos con violencias cotidianas, de luchas campesinas por la posesión de tierras, antes en el campo que ganó y perdió, hoy de zonas suburbanas, que gana y pierde.
Los triunfos son nuevas pérdidas, despliegues de desintegración y caos. Memorias de hombres muertos en batallas, de torturas y humillaciones, de niños muertos por desnutrición, de abortos.
La historia de Neza, como la de México, es diálogo de muertos descritos por Juan Rulfo. Que viven al morir y mueren al vivir. Que se integran y desintegran cotidianamente y crean miles de mecanismos de adaptación para sobrevivir y que son difíciles de describir y clasificar por su variación, producto de su imaginación, son riqueza inagotable, nuestro futuro.
Nuestra historia es terror, tristeza y rencor acumulado, que se refleja en las miradas y que se proyecta en la fisonomía de una geografía árida y montañosa, marco de playa caribeña y turistas biquinudas por contraste.
Nuestra historia es desamparo, relación con muertos vivos, duelos no elaborados que impiden luchar, que permiten simplemente sufrir. Vivir perseguidos, con incapacidad para integrarse, sin sueños ni fantasías, sólo imaginación. Que es nuestra riqueza, historia de desolación, impulso anterior no de progreso. Tugurios sin alternativas, en un tiempo de decadencias y ruinas, de soledad que sólo se justifica en el tiempo, al igual que la muerte.
Rostro descarnado de un porvenir inevitable ya sin máscaras. Mundo de monólogos, de fantasmas, lloronas y muertos que cantan canciones lúgubres llenas de quejidos y lamentaciones y ayes lastimeros que nos definen y dan identidad, de rencores cruzados provenientes del no tiempo, recuerdos muertos y de muertos.
Neza y sus fantasmas no van al presente, se quedan en el pasado, idioma único con que el tugurio y el bordo se expresan. En la historia de México la muerte asume su más estricto sentido, pero no elimina la perspectiva de la otra verdad: la vida, que hoy se llama Neza y Anexas y podrá ser la superación de nuestros duelos.