s una fecha histórica para España. Ese día se inició la sublevación que después de una guerra cruenta e injusta provocó la dictadura en el país.
Vivíamos en Madrid, donde mi padre, Demófilo de Buen, connotado jurista, se desempeñaba como presidente de la sala de lo civil en el Tribunal Supremo. En esos días, mi madre y mis hermanos Paz y Jorge gozaban de vacaciones en San Rafael, un pueblecito cercano a Madrid. Odón y yo no fuimos porque los resultados de los exámenes habían sido negativos. A mí, en el Liceo Francés, me habían suspendido (reprobado) en matemáticas y en ciencias. Odón también tenía problemas.
El 19 de julio mi padre nos llevó a conocer el lugar donde se encontraba el Cuartel de la Montaña, centro de la rebelión en Madrid que había fracasado dado el coraje de los obreros que, armados por el presidente del gobierno, José Giral, hicieron frente con éxito al ejército. En un café, al término de nuestra visita, un miliciano bien armado le exigió identificación a mi padre.
Papá se trasladó de inmediato a San Rafael y pudo llevar a Madrid a mi madre y mis hermanos. No tardó esa región en ser ocupada por los fascistas.
Después pasaron muchas cosas personales. A mi padre lo nombraron delegado de España en la Sociedad Internacional del Trabajo y decidió trasladarnos a todos a Barcelona, para de allí viajar él a Ginebra. Le ofrecieron un alto cargo en la OIT, pero papá no lo aceptó porque consideró que su deber era estar en España.
La guerra y sus vaivenes provocaron varios viajes familiares. De Barcelona nos fuimos a Valencia, a donde se había trasladado el gobierno de la República. Permanecimos en la zona, en un hermoso pueblo que se llama Godella, y en un nuevo viaje del gobierno volvimos a Barcelona.
Odón y yo pasamos los exámenes extraordinarios en Valencia. Al llegar a Barcelona, mi padre nos inscribió en diversos institutos para continuar nuestros estudios. Me tocó el Balmes, donde hice segundo de bachillerato.
En 1938, Barcelona se convirtió en objetivo de los franquistas apoyados por los nazis. Los yunkers hitlerianos empezaron a bombardear Barcelona. Confieso que viví una época de terror, sin faltar el hambre, porque la República, salvo de México, no recibía mayor ayuda. Cayeron bombas por todos lados, incluso en el edificio que estaba enfrente de nuestro departamento.
Mi padre decidió trasladarnos a Francia, especialmente a un hermoso pueblo de vacaciones, al otro lado de los Pirineos: Banyuls-sur-mer. Con la derrota de Cataluña mi padre se incorporó a nuestra residencia y de allí viajamos primero a Toulouse y después a París, a donde llegamos el 12 de julio de 1939. Dos días después asistimos, en la Plaza de la Concordia, al desfile de las tropas coloniales francesas, en conmemoración de los ciento cincuenta años de la Revolución francesa.
El primero de septiembre, Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania e Italia. Ese invierno no pasó nada e hicimos una vida tranquila con asistencia a liceos que hoy me resultan inolvidables.
El 10 de mayo, Hitler invadió Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Un auténtico día de las Madres. Conquistados los tres países, las tropas alemanas fueron a Dunquerque con la intención de invadir Inglaterra, pero la aviación inglesa no lo permitió. Los alemanes cambiaron de rumbo y se dirigieron a París. Tuvimos que abandonar París por miedo a la segura deportación de mi padre a la España de Franco y nos trasladamos a Burdeos para embarcarnos con destino a República Dominicana. En el barco, el Cuba, viajaban cerca de quinientos españoles que venían de los campos de concentración.
El generalísimo Trujillo no nos permitió desembarcar. Seguimos camino con rumbo incierto, que culminó en Martinica, donde, gracias al general Cárdenas, otro barco, el Saint Domingue, nos trasladó a lo que las cartas de navegación llamaban Puerto México
, pero que en realidad tenía otro nombre imposible: Coatzacoalcos. Llegamos a México el 26 de julio de 1940, donde nos hicieron una recepción impresionante. Quince días después culminó el viaje un autobús ADO que desde Veracruz nos trasladó al Distrito Federal.
Por unos días permanecimos en el hotel Asturias, en República de El Salvador. Después alquilamos un departamento en las calles de Dinamarca y Marsella. Lo demás fue seguir estudiando en el Instituto Luis Vives y conocer México y muchas cosas más. Ciertamente una historia inolvidable.