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Ver día anteriorDomingo 24 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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División de clases
L

os Seres Tanque se dividen en dos, Tanquecitos y Tanquesotes. Esta división y definición también se aplica a los problemas que a todos nos amenazan diariamente. Tanto unos como otros, Seres Tanque y problemas, sólo existen para aplastar a quien no pueda con ellos, y la medida en que logren su cometido es la que los define, ya sea como Tanquecitos o Tanquesotes, ya que rara vez se mantienen quietos o en su calidad de simples Tanques, que equivale a mantenerse como amenazas, más simples o más compuestas o complejas, pero por fortuna quietas, un garrote suspendido sobre nuestra cabeza día y noche, de estación en estación, permanente, ineludible, inescrutable, invariablemente.

Nosotros, los amenazados, también somos clasificables, entre los que saben defenderse, que en el español de México se apodan Los Chichos, y los que no sabemos defendernos, que en el español de México se nos llama Los Bueyes. Hay un tercer conjunto, que estaría constituido por unos, llamables Santos en cualquier idioma, o Quijotes, en el español de España, que tratan, de un modo u otro, de convertir a Los Bueyes en Chichos para que, así fusionados y formando un único cuerpo, acaben no sólo con los Tanques a secas, los Tanquecitos y los Tanquesotes, sino, de una vez, con El Tanque Mayor, que se me había olvidado considerar en este panorama de la humanidad.

Sobra decir que, aunque Los Santos me caen muy bien (bueno, todos menos los que se flagelan), no me animo a emularlos por más que me lo proponga. No por otra razón, sino porque me repugnan los dos elementos con los que juega el alquimista, que convierte la mierda en oro, si no recuerdo mal. Los Santos tratan de convertir a Los Bueyes en Chichos pero, si lo consiguen, la quimera que resulta es efímera, ya que, si todos seguimos existiendo, los unos y los otros, como lo que hemos sido siempre, es fehaciente o incuestionable que no hay cambio perceptible en el ser humano, lo que hace suponer al Sabio (que no se ubica absolutamente en ninguna clasificación existente o por existir, tan escasos y elusivos son) que tampoco lo habrá en el futuro, ni próximo ni, es de temerse, lejano.

Aun así, con todas estas consideraciones con las que sólo un buen malabarista no enloquece y se da un tiro –o uno tras otro, mientras no acierte–, en estos días tuve ocasión de atestiguar las hazañas, tanto de un Tanquecito como de un casi Santo, al que no sé por qué no le concedo la santidad total, quizá porque todavía no puedo creer que la buena fortuna me concediera a mí ver de cerca a uno de estos seres extraordinarios como son Los Santos, voluntarios o involuntarios (hay Santos, Santitos, Santotes y un Santo Mayor, que por supuesto es hermafrodita).

El Tanquecito al que me refiero se trata de una mujer, que fue invitada a un banquete. A partir del momento en que recibió la invitación, hizo todo por aplastar a la anfitriona, desde sonsacarla y hacerse de la lista de los demás invitados y modificarles por iniciativa propia la hora de la cita, hasta averiguar el menú previsto y no sólo cambiarlo por otro, más acorde a su gusto y principios, sino ejecutarlo ella misma y hacerlo llegar a la casa sede de la reunión, con los atentos saludos de. Así, contrariara a quien contrariara, y abusara de quien abusara, la Tanquecita hizo lo suyo y aplastó, incluso antes de que el banquete bajo sus suelas efectivamente echara a andar, a la anfitriona y su festejo. Cuando éste echó a andar y, en el mismo minuto y para desconcierto y aturdimiento de la anfitriona, que no los esperaba tan temprano, llegaron todos y cada uno de los invitados, la Tanquecita hizo su aplaste definitivo pues, mediante un mensaje que mandó a través de su hermana, avisó que no llegaría al banquete. Y no llegó. Ni se disculpó tampoco.

El ejemplo que presencié del casi Santo es, no sé si por conciso o por insólito, todavía más contundente que el de la Tanquecita. Consistió en que vi, y Agustín Monsreal y su mujer son testigos, al licenciado E. G. P., ex gobernador, ex senador, ex casi Secretario de Gobernación y/o de Educación Pública de no sé qué sexenio, haciendo cola para sacar un turno en una oficina de la Tesorería de Haciendo y Crédito Público, exactamente como cualquiera de nosotros, los eternos amenazados, en el español de México llamados con un apelativo diferente, pero por lo que hace a significado, prácticamente igual.