ntre enero y junio de 2011 se reportaron en Europa más de 21 mil casos de sarampión, distribuidos en 30 países de ese continente. El mayor número correspondió a Francia, con casi 13 mil. En la actualidad, las enfermedades infecciosas difícilmente pueden limitarse a una sola región en el mundo, por la incesante movilidad entre personas. En México, donde esta patología viral se consideraba erradicada, se presentó el primer caso hace apenas tres semanas. Se trata de una niña que arribó a la ciudad de México procedente de territorio francés. El segundo caso, también en la capital del país, fue el de una joven procedente de Londres, lo que llevó a establecer un cerco sanitario en alguna zona de la delegación Coyoacán. El caso más reciente se presentó hace pocos días en Celaya, Guanajuato; se trata de un adulto de 45 años procedente, no de una nación europea, sino de Estados Unidos. La pregunta que surge es si ante la aparición de sólo tres casos se justifica establecer una estado de alerta, o bien, si se está actuando ante ellos de forma exagerada.
El sarampión es una enfermedad muy contagiosa producida por un virus bien conocido (se trata de un paramixovirus muy estable, con una cadena simple de ácido ribonucleico), que se transmite por el contacto con las gotitas provenientes de la nariz, la boca o la garganta de personas enfermas, que se dispersan por la tos o el estornudo. Los signos y síntomas que pueden presentarse incluyen tos, fiebre, escurrimiento nasal, dolor de garganta y muscular, enrojecimiento e irritación de los ojos (conjuntivitis), e hipersensibilidad a la luz (fotofobia).
Entre los signos que facilitan su identificación se encuentran las erupciones en la piel, que se inician primero en la cabeza y luego se extienden al resto del cuerpo. Estas lesiones cutáneas pueden ser planas y descoloridas (máculas), o bien rojas y prominentes (pápulas) y producen mucha comezón. Otro signo característico es la aparición de lunares rojos con tonos blancos en la cara interna de las mejillas y en la lengua, a las que se denomina manchas de Koplik.
Hace algunas décadas era una patología muy común en México, especialmente en los niños, y se le consideraba algo inevitable y generalmente benigno; incluso se propiciaba el contacto entre infantes para que pasaran cuanto antes por ella. Una vez contraída la enfermedad, se adquiere inmunidad, lo que significa que el organismo produce las defensas que evitan las remisiones. Pero si bien la enfermedad puede resolverse de manera espontánea (no existe un tratamiento específico contra ella), puede dar lugar a diversas complicaciones, algunas muy graves, como la bronquitis, la encefalitis o la neumonía, que pueden conducir a la muerte.
En los países pobres en los que prevalece la desnutrición, la proporción de casos fatales puede ser muy alta: según los datos del Coneval, publicados ayer en La Jornada, en México padecen escasez alimentaria casi 50 millones de personas.
Al igual que otras enfermedades virales como la viruela y la poliomielitis, el sarampión había sido erradicado de nuestro país gracias al desarrollo ejemplar de la medicina preventiva. Las campañas masivas de vacunación, dirigidas especialmente a los niños, y la inmunidad adquirida por las generaciones precedentes, lograron eliminar por completo, durante varios años, el riesgo de adquirir la enfermedad. En la actualidad, ante el brote que se produce en Europa, el riesgo de contraerla se limita a quienes no han sido vacunados (como los niños muy pequeños) o los adultos que no han padecido la enfermedad y que nunca fueron vacunados.
A propósito de la vacuna –llamada triple viral, pues también brinda protección contra la rubéola y la parotiditis (paperas)– en algunas naciones, incluidas varias europeas, se llegó a rechazar su empleo por una idea difundida de que podía conducir a los niños al autismo. Es muy importante señalar que no existen datos científicos serios que respalden esta creencia, por lo que puede afirmarse que se trata de una vacuna segura.
Los tres enfermos que se han detectado hasta ahora en México indican que el virus ha ingresado a nuestro territorio, por lo que es previsible que el número de casos aumente en las próximas semanas, aunque en una proporción que podría ser muy baja, considerando todo el trabajo realizado en las décadas pasadas, lo que contrasta con lo que se observa en otros países (en Estados Unidos, por ejemplo, la enfermedad llegó antes, y entre enero y mayo de este año se contabilizaron 118 casos).
Una golondrina no hace verano, tres tampoco. Pero si bien no, está justificado el alarmismo, sí lo está plenamente la puesta en marcha de los sistemas de alerta epidemiológica. En mi opinión no debe haber exceso de confianza ni descuido y es importante actuar a pesar de que puedan sobrevenir algunas críticas. Hasta ahora las autoridades sanitarias están actuando de forma racional. Dado que los casos son importados, se ha establecido una estrecha vigilancia en los aeropuertos, se tienden cercos en torno a los casos detectados y se refuerza la aplicación de vacunas, que son por el momento las medidas que hay que tomar… aunque convendría dirigir una atención muy especial a las zonas más pobres y marginadas.