Circos y administración pública
fines del siglo XVIII apareció en Francia el circo moderno (opuesto al clásico latino) con espectáculos ecuestres importados de Estados Unidos, malabaristas reductos del medievo, payasos –concepto original alemán donde llevaban campesinos para imitar torpemente a jinetes y malabares haciendo reír al público– y domadores de fieras a partir de la colonización de África. En el siglo XIX, fueron construidos circos permanentes en muchas ciudades galas, como los de Teodoro Rancy o los de Franconi cuyo auge respectivo declinó hacia 1930, dejando la plaza sólo al Circo de Invierno parisino y a los llamados circos foráneos
, tanto franceses como ingleses, italianos, alemanes e incluso norteamericanos, que llenaron hasta los años noventa del siglo XX los sitios estivales, incorporando desde el exotismo de nuevos animales y de músicos rusos o gitanos, hasta funciones realizadas sobre tres pistas.
Circos todos ellos que, por tradición secular, eran empresas familiares
con cinco o más generaciones de relevo. Pero desde 1990, Francia adoptó el modelo canadiense del Cirque du Soleil y democratizó el oficio con escuelas de circo, creando una decena de compañías no familiares. Y, como por casualidad la administración francesa, que maneja dos categorías laborales itinerantes: foráneo
, cuando es trabajo individual y nómada
, para el trabajo colectivo, aplicado sobre todo a los gitanos, definidos como minoría transnacional europea
sin derechos ciudadanos plenos en Francia, decidió asimilar las familias circenses francesas, o de cualquier otro origen, a la categoría nómada
.
De esta manera, los alcaldes de una cada vez más nutrida mayoría de pueblos y ciudades galos obstaculizan los permisos para esta manifestación de cultura inmaterial francesa, pretendiendo compensarla –como hace el neoliberalismo incrustado en la Unesco– mediante un museo de los circos foráneos (en el barrio de Bercy) para exponer las reliquias de esta profesión casi vencida.
Yuriria Iturriaga