El cuadro de la UNAM caía 1-0, pero los Guerreros pagaron caro apostar al contragolpe
El capitán auriazul Paco Palencia tuvo que abandonar la cancha por lesión
Herrera sigue respondiendo a la confianza del técnico Vázquez
No convenía medirse a los músculos: Cocca
Lunes 15 de agosto de 2011, p. 2
La razón pocas veces asiste al futbol. Ayer, sin embargo, terminó por imponerse en el empate que Pumas arrebató casi al final del partido a Santos, y que le permite seguir invicto en el torneo.
Los auriazules no tenían otra consigna que poner a rodar la pelota y salir a buscar la cara a los rivales, pero éstos poseían otra idea de lo que debía ocurrir en la cancha: atrincherados en su porción de campo, sin permitir la entrada de ningún extraño y confiados en los fogonazos que, eventualmente, pudieran elaborar jugadores como Christian Suárez, Daniel Ludueña u Oribe Peralta.
Con las intenciones claras desde el principio, fue predecible que la pelota estuviera pegada la mayor parte del tiempo a los botines del cuadro universitario, cuyos jóvenes buscaban el arco contrario casi con insolencia, mientras los visitantes perfeccionaban una versión de catenaccio lagunero, avaros y desconfiados a la hora de mover el balón.
El sentido común dictaría que quien busca encuentra. No en el futbol, donde Pumas recibió un gol justo cuando parecía que estaba más cerca de conseguir su primera anotación.
La única manera en la que podía ocurrir semejante despropósito era mediante un contragolpe, como el que organizó el Hachita Ludueña, que derivó en un disparo de Chema Cárdenas hacia el hombre que parecía que la tenía más complicada, Peralta, de espaldas a la portería, pero la respuesta fue asombrosa; éste resolvió con una chilena impecable, de esas que hacen que la afición contraria se lleve las manos a la cabeza y reconozca a regañadientes que sí, lamentablemente
para los locales, eso fue un golazo.
La sensación de que había un sin sentido entre lo que reflejaba el marcador y lo que se veía en la cancha se acentuaba al recordar un primer tiempo en el que Pumas había capitalizado el juego, incluso con tres oportunidades a punto de convertirse en goles.
Primero, un disparo descabellado del Pikolín Palacios, quien desde media cancha pateó un despeje que se volvió tiro al arco y obligó a Oswaldo Sánchez a salir de la meta para impedir lo que parecía un gol absurdo.
Luego el indomable Javier Cortés exhibía su habilidad para el amague, esa trampa que consiste en hacer exactamente lo contrario de lo que se anuncia; envió un centro impecable para Martín Bravo, quien sin pensarlo prendió con furia, pero la pelota se estrelló maliciosa en el poste izquierdo del arco para rabia de los aficionados universitarios y alivio de los visitantes.
Luego, el fuelle de los auriazules, el veterano Francisco Palencia, se resintió de un golpe en la pierna izquierda y tuvo que salir del campo. En adelante el equipo perdió un poco de la intensidad que había mostrado hasta entonces.
El tercer aviso de que no siempre quien se esfuerza lo consigue ocurrió en una jugada en la que el canterano Eduardo Herrera titubeó, quizá por la poca experiencia o por el miedo al ridículo, y prefirió dejársela al Chispa Velarde, quien sólo pudo dar un golpe horrible al balón con el botín izquierdo, que lo mandó muy por encima de la meta.
Con esos antecedentes ambos equipos regresaron al segundo tiempo hasta que apareció Peralta, al minuto 58, y el gol que puso encima a Santos durante casi 20 minutos.
La desesperación empezó a pesar en el conjunto de la UNAM, que intentaba todo desde donde fuera: derecha, izquierda, gambetas, tiros de castigo, de media distancia, pero el esférico se volvió para ellos un objeto esquivo y caprichoso.
Se complicó además por el planteamiento del técnico argentino de Santos, Diego Cocca, quien decidió que no importa cómo se juegue, porque su única responsabilidad son los resultados.
Con esa vocación administrativa pensó en el partido desde antes de que los Guerreros pisaran la cancha y los vio compactos, cediendo la pelota para que eso no se convirtiera en un duelo físico, sino más especulativo. Y le salía bien. Los de la Comarca Lagunera apenas hacían el mínimo desgaste, mientras los auriazules corrían por toda la cancha.
Al final el futbol recobró la razón, y si los Guerreros no aprovecharon para rematarlos, los jóvenes universitarios nunca perdieron el ímpetu para buscar el empate. Casi al final, un centro de Pikolín Palacios llegó hasta Eduardo Herrera, quien esta vez no titubeó ni especuló; la prendió sin pensarla de volea, con la izquierda y directo al arco.
Fue un gol que hizo justicia a los felinos, que devolvió la razón al futbol.
Después todo fue un combate, más físico que intelectual. Llegadas fuertes, reclamos absurdos y miradas asesinas. El resultado fue dos expulsados, uno por bando: Pikolín el zaguero, por defender a su hermano, Pikolín el portero. Santiago Hoyos, por Santos, por derribar a Cortés cuando vio que nada podía detenerlo para anotar.
Luego del encuentro, el entrenador Cocca lamentó que no pudieran marcharse con la victoria, sobre todo cuando desperdiciaron las pocas ocasiones que llegaron a la portería.
No importa cómo se gane, hay equipos que salen campeones al contragolpe
, dijo, y agregó que lo suyo fue plantear un partido especulativo ante un equipo con el que no conviene medirse a los músculos. Hay que jugarlo con inteligencia, más que con fuerza.
Tal vez por eso Santos no aprovechó la ventaja. Jugó con la cabeza, pero el futbol es asunto de pies.