Sobre combate a la criminalidad, un tercio del mensaje en el Museo de Antropología
La abrumadora preocupación
por la seguridad ha opacado los logros del gobierno, expresa
Sábado 3 de septiembre de 2011, p. 8
Cincuenta mil muertos después, el presidente Felipe Calderón Hinojosa decide que ya es momento de iniciar algo parecido a un acto de justicia: la creación de una procuraduría social para la atención a las víctimas de la violencia. Y el anuncio llega luego de pedir para aquellas un minuto de silencio, pero 15 después de lanzar una frase no por reiterada, menos lapidaria: la única manera de terminar verdaderamente con este cáncer es perseverar en la estrategia
.
Esta vez su expresión queda patente en la ceremonia para el mensaje alusivo al penúltimo informe de gestión, y en la cual el jefe del Ejecutivo recurre –como sus antecesores en el quinto año, antes del obligado declive de los fulgores del poder pleno– al autohomenaje y al puntual recordatorio de cuánto y de qué manera, según él, ha llevado al país por la senda del desarrollo.
Así, Calderón pronuncia ante los mil invitados al Museo de Antropología aquello dispuesto originalmente para ser dicho ante 10 mil personas en el Auditorio Nacional, en un fasto cancelado debido a los hechos del 25 de agosto en el casino Royale de Monterrey.
Este cambio llevó, por supuesto, a la obligada desinvitación de 90 por ciento de los convocados y la lista se constriñó a quienes debían estar ahí en atención a la civilidad republicana, por adhesión partidista o la mera militancia compartida en la nómina.
Los imprescindibles, pues: representantes de los poderes de la Unión, gobernadores, líderes políticos, empresarios, presidentes de organismos autónomos, diplomáticos, jerarcas religiosos y algunos dueños y comentaristas de medios de información.
Están, por ejemplo, los líderes del PRI, Humberto Moreira, y del PAN, Gustavo Madero, pero no el del PRD, Jesús Zambrano. Y llegan todos los gobernadores, salvo Leonel Godoy, de Michoacán (también del PRD), quien argumentó compromisos previamente contraídos. Y hubo intercambio de saludos entre Calderón y el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.
Tampoco asisten el empresario Carlos Slim ni el magnate de la televisión Emilio Azcárraga Jean, pero sí el cardenal Norberto Rivera Carrera y los líderes sindicales Carlos Romero Deschamps, Joel Ayala y Víctor Flores, aunque no Elba Esther Gordillo. Y sí, los abogados Diego Fernández de Cevallos y Fernando Gómez Mont.
De pronto, sin ser atronador ni unánime, pero sí perfectamente audible, un aplauso anuncia la llegada de Josefina Vázquez Mota, quien recorre entre saludos, abrazos y sonrisas la distancia que la lleva hasta su lugar con los líderes de las bancadas en el Congreso. No ocurre lo mismo, empero, con Santiago Creel ni con Ernesto Cordero, junto con ella los principales aspirantes a la candidatura del PAN a la Presidencia.
Intelectuales, prácticamente ninguno. Ni representantes de pueblos indígenas o de alguno de esos oficios cuyas vestimentas y uniformes tanta vista dan a las escenografías oficialistas. Ayer, pues, debajo de la reluciente fuente de la sombrilla, sólo hay trajes oscuros y discretos atuendos de falda y saco de un solo tono. ¡Ah!, y obviamente, uniformes militares. Porque, como siempre en estas ceremonias, también ayer –todos de pie– el más largo aplauso es para reconocer a las fuerzas armadas.
A partir de las 9:10, Calderón invierte los primeros 35 minutos de su discurso en una exposición didáctica de su perspectiva sobre la expansión de la criminalidad y en detallar cómo, gracias a su estrategia para combatirla, ésta no ha logrado, como sería su intención, apoderarse del Estado, usarlo para sus fines o de plano suplantarlo.
Sigue por esa ruta. Reitera su franca disposición
a escuchar alternativas y propuestas, a dialogar y a realizar los ajustes
que las circunstancias aconsejen en su guerra contra el narcotráfico, pero porfía: si perseveramos en este esfuerzo lograremos contener y dominar a los criminales hasta vencerlos
.
Un México que vendrá
Más adelante, desmenuza los logros de su administración, desafortunadamente opacados
, dice, ante la abrumadora preocupación
por la seguridad.
Habla entonces de estabilidad económica, finanzas públicas sanas, deuda externa baja, construcción del mayor número de instituciones de educación media superior y superior en la historia del país
, cifra récord en la edificación y modernización de infraestructura, otorgamiento de créditos a empresarios y para obtener vivienda... En suma, un país, asegura, que está saliendo adelante pese a las adversidades
.
Pero la realidad se le impone también aquí, y entonces Calderón debe admitir –aunque sin recurrir a cifras tan a la mano como las divulgadas recientemente por el Coneval– que hay millones de mexicanos
en pobreza extrema.
En algún momento del mensaje, hubo quien ubicó paralelismos entre los discursos del hoy tan distanciado Vicente Fox –a estas mismas alturas de su sexenio– con expresiones de Calderón cuando pide, de nuevo, perseverancia
en la ruta diseñada, y seguir por ese camino
para desterrar a mediano plazo
pobreza e insalubridad.
Y no olvida pasar revista a los pendientes que le deben el Legislativo y el Judicial en reformas estructurales; advierte de la frustración
derivada de la falta de acuerdos entre las fuerzas políticas y, una vez más, apela al diálogo entre los actores políticos y con la sociedad, y se pone a sí mismo como ejemplo de tal ejercicio.
Así, al igual que cuando buscaba la Presidencia, sigue, luego de cinco años de ocuparla, a la espera de un México que vendrá
.
Para ello se aferra a una divisa: perseverar en la estrategia.
Ha pasado poco más de hora y media desde que arribó al Museo Nacional de Antropología. Se cumple el protocolo. Calderón se despide y se va a continuar perseverando... y, claro, movidos por sus propias razones, sus invitados, también.