lama la atención en la intervención imperialista de la OTAN en Libia que, a diferencia de lo que sucedió en los bombardeos al pequeñísimo Kosovo, los ataques aéreos se concentren sobre las ciudades y sean casi 10 veces menos numerosos que los que se abatieron sobre Serbia. Además, las refinerías y los campos petrolíferos no fueron atacados porque ya desde hace años, gracias a Kadafi, pertenecen a empresas italianas, francesas y británicas, las cuales esperan seguir produciendo combustible dentro de sólo unos días (a fines de septiembre, dice el ENI).
Todo parece indicar que el carácter y la magnitud de los bombardeos derivan de la decisión de amedrentar y golpear sobre todo a la población civil en los centros donde Kadafi tiene base (tribal o política) y de no desorganizar demasiado ni al ejército ni a la policía, para utilizarlos después en la reconstrucción política y material del país, a diferencia de lo que hicieron con el ejército y la policía baasistas en el Irak posSaddam Hussein.
Como se ve en la televisión, los antikadafistas no han recibido medios militares pesados de ningún tipo, como artillería de campo o tanques, y se desplazan en camionetas reacondicionadas para llevar ametralladoras o lanzacohetes. El armamento de sus milicianos consiste en piezas livianas, lo cual sugiere también que la OTAN desea alargar los plazos de la eliminación del régimen de Kadafi para poder llegar a acuerdos con algunos tránsfugas del mismo y con las tendencias más conservadoras y proimperialistas del Consejo Nacional de Transición (CNT). Y también, fundamentalmente, que los imperialistas saben perfectamente que una cosa es negociar con ex ministros de Kadafi –reciclados a última hora– o con monárquicos, comerciantes y bandidos de todo tipo, y otra muy diferente tratar con tendencias islámicas antimperialistas o con militares y militantes nacionalistas marxistizantes presentes no tanto en el CNT (donde estos grupos están en minoría) sino en la masa de combatientes armados y los chehabs (muchachos) que ya han declarado al comienzo de la rebelión que no tolerarán la invasión de tropas extranjeras y que acaban de repetir que no aceptarán ni siquiera cascos azules de la ONU.
Ésta –trascendió– tiene un plan que la prensa italiana ya hizo público: el mismo plantea convocar en ocho meses una constituyente y realizar elecciones generales en un plazo de 20 meses, que serán muy pocos porque estarán jaloneados por los juicios a los responsables de crímenes de guerra y de delitos económicos contra el país y porque en Libia jamás existieron partidos ni experiencias electorales y subsistirá el enfrentamiento intertribal. Para que pueda haber un mínimo de orden, la ONU espera destacar en Libia a 200 supuestos observadores militares desarmados (en realidad, agentes de las potencias especializados en comprar apoyos tribales y políticos) y 190 policías que trabajarán entrenando y capacitando a la nueva policía surgida del derrumbe kadafista. Todo eso, sin duda, será resistido en nombre del antimperialismo por la población (kadafista o antikadafista) y por sectores importantes (comerciales, regionales, tribales o políticos) de las mismas clases dominantes libias.
En realidad, les quedaría a los imperialistas la opción de negociar con Kadafi la intervención en Libia de fuerzas armadas árabes reaccionarias, como las de Qatar, que participan en los bombardeos de la OTAN y financian al CNT, o de países africanos islámicos en nombre de la Organización de la Unidad Africana, aunque la presencia de soldados negros extranjeros recordaría demasiado los mercenarios africanos que utilizaba Kadafi. Y, por supuesto, también la posibilidad de apostar fuertemente al regionalismo histórico (la Cirenaica, en efecto, siempre estuvo diferenciada de la Tripolitania y del Fezzán) y la compra de notables tribales para impedir la reaparición de un gobierno único y fuerte en todo el territorio de Libia.
El imperialismo piensa utilizar a ese país como instrumento para su política en todo el mundo árabe. Ni a Estados Unidos ni a Europa ni a Israel le convienen, en efecto, que caiga el gobierno de Bachir el Assad en Siria, que es una garantía de estabilidad para Tel Aviv y un freno constante a la lucha palestina (Assad declaró, por ejemplo, que los palestinos son sirios del sur
y siempre pretendió controlarlos). Tampoco les convienen regímenes semidemocráticos en Túnez y en Egipto, obligados a tener en cuenta la hipoteca de la movilización de las masas de desocupados que la crisis mundial estimula a la acción y la política racista y xenófoba de los gobiernos extranjeros deja sin otra salida que la lucha para cambiar la situación en sus respectivos países. La alianza europeo-estadunidense tendrá, por consiguiente, un activo papel contrarrevolucionario y colonialista en Libia y en la región. Los que desean conservar las dictaduras –de Yemen, de Siria, de Libia– como dique frente a este rebrote del colonialismo no sólo están condenados a un ignominioso fracaso sino que, además, pierden todo prestigio y toda posibilidad de colocarse junto a los pueblos en rebelión ofreciéndoles una alternativa anticapitalista.
La suerte de los dictadores está echada porque el imperialismo ya no los sostiene y sus pueblos harán de todo para derrocarlos. El problema actual es evitar que esos tiranos sean reemplazados por agentes directos de las grandes potencias colonialistas como sucedió en Panamá cuando Bush padre eliminó a su agente Noriega. En sociedades a las que la dictadura impidió organizarse y crear sus dirigentes, mediante libre vida política, la confusión es normal. Pero los acontecimientos obligan a encontrar soluciones urgentes y a recurrir a la autorganización. El papel de una izquierda que merezca ese nombre consiste en ayudar aportando ideas para la construcción de poder popular al mismo tiempo que se moviliza contra el intento de recolonizar esos países.