in orden ni concierto, el mundo avanzado se confiesa rehén de unos mercados financieros apenas ayer rescatados por sus estados, mientras el mundo en desarrollo se debate entre el entusiasmo del auge de las exportaciones primarias y la inmisericorde realidad de la pobreza masiva, la migración acosada, y el resurgimiento de prácticas coloniales en la disputa por territorios y recursos naturales.
Es como si después de aquellas historias dejadas atrás de las dos terribles guerras calientes, y una poco fría pero igualmente aterradora, la humanidad hubiese decidido dar marcha atrás en busca de alguna belle èpoque que no fuese portadora de terribles desempates.
No vivimos un empate entre grandes potencias, pero tampoco tenemos enfrente una conflagración que involucre a millones de almas y que, por esa vía atroz, saque de su pasmo al mercado capitalista, sometido a una estabilidad corrosiva que es, a su vez, el fruto irremediable del auge previo. Los grandes capitales y las grandes capitales del mundo asisten a la reacción más elemental y humana, que se traduce en la renuencia al consumo y en la búsqueda de salidas para un endeudamiento privado que parece insostenible.
Por su parte, los estados se debaten entre el reclamo ululante de los reaccionarios, que quieren volver a una inventada Edad de Oro del Estado guardián, y el desencanto a punto de la revuelta de sus masas ciudadanas que atestiguaron el rescate de bancos y empresas demasiado grandes para caer
, y ahora se preguntan si, además de lo tributado para ese rescate, deben aportar una curiosa austeridad unilateral para quedar bien con los rescatados, convertidos de la noche a la mañana en abanderados de la pureza fiscal y en auténticos secuestradores de las sociedades y de los Estados que los salvaron de una caída que, de haberse dado, hubiera sido inmisericorde. Y catastrófica.
Todo lo que se hizo de 2008 en adelante fue en nombre del interés general o del bien común, pero el reparto de los costos y los beneficios no ha sido parejo y ahora, con el cambio de piel impuesto por los grupos financieros, lo será menos. La debilidad estatal no deja de sorprender, como en estos días lo ilustran la rendición española, los fervorines de Felipe González y los responsos del socialismo obrero de Pablo Iglesias. Recurrir a Juan Gabriel y su pero qué necesidad
es lo primero que se ocurre, aunque la verdad es que la complejidad del mundo y de esta su primera gran crisis global reclaman otras referencias, otras voces para otros ámbitos, para parafrasear a Truman Capote.
Lo negro del escenario que nos ofrece como consuelo un presente continuo que poco tiene de posmoderno, no promete nada a la vuelta de la esquina. El panorama americano de pérdida progresiva de un dinamismo nunca recuperado, con un desempleo enorme, y una agresividad de los ricos que deja con la boca abierta a Bill Gates o Warren Buffet, abre para nosotros una perspectiva de letargo económico prolongado, con poco o ningún empleo nuevo, de lo que la población empobrecida y aumentada por jóvenes que buscan trabajo o un lugar en la educación media superior y superior, no parecen dispuestos a tomar nota.
Las restricciones inmediatas son abrumadoras pero las que siguen, asociadas al cambio climático y a la nueva presión demográfica encarnada en los muchos jóvenes y las cada vez más madres adolescentes, van a multiplicar el acoso al Estado y a la política, y a convertir el reclamo democrático que marcara el arranque del milenio, en un grito estentóreo por una mínima redistribución que le ofrezca a los más las condiciones elementales de una supervivencia digna.
Los términos de la ecuación mexicana de la lucha por el poder, enlodados en 2006 por el IFE, el Trife y el presidente Fox y sus corifeos oficiales y oficiosos, van a tener que cambiar en una dirección y una profundidad que los exegetas del tránsito terso a la democracia no hubieran podido imaginar.
Quien sea capaz de imaginarlo y darle voz, será quien pueda darle al poder constituido una orientación que, por lo menos, sea capaz de responder a un llamado que hoy está en la selva, alojado en los territorios polvosos y pedregosos de las periferias urbanas, siempre dispuesto a saltar de la peor manera, como ocurrió en Juárez y ahora en Monterrey, pero no del todo sometido al mandato inclemente de la violencia ciega o la criminalidad insensible y salvaje. No será sencillo y más bien será doloroso, pero el reclamo está ante todos nosotros sin maquillaje ni disfraz: o se reparte de otra y mejor manera, o la cooperación indispensable para el desarrollo descansará en el recurso de la fuerza, legítima o no, siempre demandante del reconocimiento con cargo a su eficacia…creíble o no.
Pero qué le vamos a hacer, si aquí nos tocó… diría Ixca, el gran personaje de Carlos Fuentes, antes de que se rindiera a los mandatos de la geopolítica.