Sábado 10 de septiembre de 2011, p. a16
Como continuación de su autobiografía, titulada Life, convertida en todo un éxito editorial, el señor Keith Richards emitió un agasajo que suena: Keith Richard’s Jukebox. The songs that inspired the man (La rocola de Keith Richards. Las canciones que lo inspiraron).
La honestidad, valentía, congruencia y sobre todo sentido fino del humor, el desparpajo y la alegría de vivir, pueblan ambos documentos: el libro y el disco, que ahora nos ocupa.
En 27 capítulos, La Gárgola Sagrada se muestra tal y como vino al mundo: desnudo y abierto al asombro, listo a degustar los placeres que solamente en este plano terrenal pueden saborearse.
No en balde en su biografía dice haber vivido, a la fecha, ya tres vidas. Y lo demuestra: si hoy tiene 67 años y solamente duerme dos días de lo que dura una semana, échele lápiz, reta El Gremlin Matemático.
Se necesita mucho valor para mostrarse entero, sin ocultar nada. Requiere un grado de sabiduría y madurez que permita responder a preguntas del tipo, ¿cuál es tu compositor favorito?
La Esfinge Mística ocupa solamente un disco para decir: este soy, de aquí vengo, de aquí soy. Y comparte entonces sus quereres y saberes musicales (el track listing lo compartimos en la foto superior derecha de esta página, que reproduce la contraportada del disco).
Es como un curriculum vitae, carta de presentación, autorretrato. Autobiografía. Algo así como: uno es la música que escucha. Es como mostrar el contenido del iPod sin sentir más que orgullo, nunca vergüenza. Éste soy, esto escucho.
Además, el único placer culposo que alguien podría atribuirle a El Homúnculo Entrañable, es el track 19: All I have to do is dream, rolita fresísima de los Everly Brothers. Fresa, sí, pero sublime. (El que esté libre de fresés, que tire la primera baladita).
Muchos se llevarán sorpresas. Si esperaban puro blues, blús, bluuussss, que es la quintaesencia de Sus Satanísimas Majestades Los Rucolin Estóns, toparán con pared edificada con ladrillos de jazzecitos clásicos (Satchmo, con Ella Fitzgerald), rocanrolitos sabrosos (Bo Diddley, Buddy Holly, Jerry Lee Lewis, et al), algún buen reguecito (Bob Marley, por supuesto) y muchas monerías.
Desde luego que están las improntas que convirtieron al chamaco Richards, crecido en un barrio de rufianes (eso se lleva en la sangre, si uno nació en Dartford
, documenta en sus memorias): en primer lugar su maestro de guitarra: el mismísimo Chuck Berry (consiga el lector el filme imprescindible Hail! Hail! Rockanroll, de 1987) y otros hallazgos y confesiones.
Intimidades del tipo: “yo me fui a dormir después de escuchar Heartbreak Hotel, y al despertar ya era yo otra persona”, por lo que produjo en él la escucha de Elvis Pelvis (conocido en hogares cristianos como Elvis Presley), a quien pone en el segundo lugar de su lista, pues el número uno lo ocupa Louis, enormísimo cronopio, Armstrong.
El Gran Elfo Alucinado, que no tenía cuando adolescente para comprar los acetatos de Muddy Waters; El Hechicero Romántico, que gusta ahora de grabar baladas suaves; El Mago Atroz, que aprendió El Arte del Buen Amor de los jefes negros del blús; El Hechicero del Alma nos comparte su educación sentimental, en un salto que es el equivalente de pasar de Gustave Flaubert a Les Fleurs du Mal, haciendo escala en El barco ebrio de Arthur Rimbaud.
Escuchar este disco es el equivalente a sentarse en la sala de Keith Richards para que nos ponga
sus discos más queridos. ¿Qué desean tomar? Pregunta entonces el anfitrión.
Y luego de un ratito, empezamos a ver una luuuuuuzzzz.