Todo lo que se va
o sé por qué, pero a nosotros nunca nos dura la alegría. Ricardo y yo pasamos el domingo muy contentos porque nuestro hijo Martín vino a visitarnos. Cosa rara, no quiso tomarse ni un tequila y se pasó toda la tarde preguntándonos cosas de la familia. Jamás le interesaron. Ahora sí, y mucho, porque va a ser papá. El doctor le dijo que tendrán un niño y Rita, mi nuera, estuvo de acuerdo en que se llame Martín Ricardo.
Aunque Martín ya cumplió 32 años seguimos viéndolo como un niño. Le conté a Rita que cuando Martín era chiquillo, al volver de la escuela se ponía a hacer la tarea recargado en el mostrador, pero en cuanto entraba algún cliente corría a atenderlo porque su encanto era pesar alguna cosa en la báscula. Ricardo lo veía feliz, imaginándose que cuando nuestro hijo creciera trabajaría con nosotros en La Bondadosa.
Mi suegra, ya viuda, fue quien abrió esta miscelánea. Al principio no le puso nombre porque no tenía dinero para el rótulo. Luego, cuando empezó a hacerse de clientela, la llamó La Bondadosa porque gracias a las ventas logró hacerse de estos cuartos y sacar adelante a Ricardo. Él habría podido estudiar una carrera corta. No lo hizo porque prefirió ayudarle a su madre en la tiendita.
Ricardo volvió a contármelo después de que Rita y Martín se fueron. Lloró por la emoción de saber que un día veremos a nuestro primer nieto haciendo la tarea en el mostrador. Me reí. Le dije que los muchachos de hoy hacen las cosas distinto, en computadora. Me respondió que le comprará una a Martín Ricardo y hasta pensó que va a ponerla en una mesa, en el sitio en donde ahora tenemos el refrigerador. Es viejito pero sigue trabajando muy bien porque es de los de antes. Jamás pensé en venderlo. Después de lo que leí en el periódico, más vale que me haga a la idea de que pronto tendremos que rematar el refrigerador y todo lo demás.
II
Luego de haber pasado un domingo tan bonito, el lunes me levanté sintiéndome mal, con el pecho oprimido. Creí que iba a darme gripa y me tomé una aspirina. Como está la situación no puedo enfermarme, y menos en lunes. Es el día en que Ricardo va a La Merced y yo hago los pedidos. Cada vez son menos. Desde que abrieron el Oxxo en la avenida nuestros clientes prefieren comprar allá. Dicen que les sale más barato que en la miscelánea (cosa que no es verdad: ya lo comprobé) y que además esos locales tienen la ventaja de que nunca cierran.
Me quejé de la situación cuando pasé al puesto para recoger mi periódico. La Güera también se lamentó porque sus ventas han bajado mucho. Y es lógico. La gente anda mal de dinero y por ahorrarse unos pesos ya no compra los periódicos tanto como antes. Aunque no sea lo mismo que leerlas, puede enterarse de las noticias al minuto en la radio, la televisión y sobre todo en la dichosa Internet.
Al oír a La Güera pensé que nuestra situación, aunque mala, es mejor que la suya. Nunca faltará quien necesite venir a La Bondadosa para comprar una verdura, una fruta, dos blanquillos o productos a granel. A últimas fechas hay quien viene por un cuarto de arroz, un cigarro o dos pesos de azúcar.
III
Me sentí un poco más animada. La alegría me duró hasta que tomé el periódico y leí que Oxxo abrirá 3 mil nuevos locales por toda la ciudad. De seguro muchos de ellos quedarán en esta colonia y, entonces, ¿qué sucederá con las tienditas como La Bondadosa? Cerrarán.
Imaginé la cara que pondría Ricardo al enterarse de la noticia y sobre todo después de haberse pasado el domingo haciendo planes y pensando en remodelar la miscelánea para que, cuando vaya a la escuela, Martín Ricardo tenga un espacio adecuado dónde hacer la tarea y de paso aprenda el oficio de sus abuelos.
Sabía que era imposible ocultarle la noticia a Ricardo. Sin embargo, cuando lo vi entrar con un carrito en forma de tortuga ninja, eché el periódico para atrás de mi banco y me hice la enojada. Le reclamé a mi esposo que en vez de traerme las mercancías que nos faltan hubiera gastado el dinero en comprarle un juguete al nietecito que nacerá en diciembre.
Ricardo nada más levantó los hombros y me preguntó si había pasado a recoger el periódico. Le dije que sí, pero no recordaba en dónde lo había puesto. En vez de enojarse me hizo una broma: Ojalá que Martín Ricardo no vaya a salir tan olvidadizo como su abuela, porque entonces sí que la amolamos
.
No pude contenerme y me solté llorando. Me justifiqué diciendo que era de emoción porque nunca antes me habían dicho abuela. Ricardo, que es tan seco, me abrazó y enseguida se puso a meter los refrescos en el refrigerador. En eso entró Pascual a comprar medio kilo de garbanzos. Cuando le di el cambio se le cayeron las monedas. Se agachó a buscarlas, encontró el periódico, lo puso en el mostrador y se fue corriendo.
Ricardo le echó una miradita al periódico, lo devolvió al mostrador y siguió acarreando refrescos. Respiré aliviada y después de pensarlo me di cuenta de que no podía pasarme el resto del día escondiendo el periódico. Hacerlo era inútil. Agarré el toro por los cuernos y le enseñé la noticia a mi esposo. No comentó nada, pero noté cómo se le iba desprendiendo de la cara la expresión de alegría que le duró apenas unas horas.
Varias veces le pregunté qué opinaba de los 3 mil nuevos Oxxos y no me contestó. Eso me dio muy mala espina. Ricardo es de las personas que cuando se contrarían estallan, pero enseguida se les pasa. Tuve miedo de que estuviera pensando en cometer una locura y quise hacerlo reaccionar.
Le dije que hacía mal en ponerse así cuando ni siquiera estábamos seguros de que fueran a abrir un Oxxo en nuestra colonia. Pero de ser así, eso no significaba el fin del mundo. Metiéndole nuevos productos a La Bondadosa y echándole muchas ganas saldríamos adelante una vez más.
Como no reaccionó le recordé que este negocio lo estableció su madre. En su memoria y por el nieto que vamos a tener debemos luchar por mantenerlo abierto. ¿Cómo?
Ya no supe qué contestarle.
IV
En toda la tarde no vino ningún cliente. Para colmo nos dijeron por teléfono que estamos atrasados con una factura. Ricardo prometió que la pagaríamos dentro de una semana. En cuanto colgó le pregunté de dónde iba a sacar el dinero. Dijo que él sabría y se fue.
Me quedé en La Bondadosa pensando qué podrá ser de nuestra vida sin este negocio. Lo único que sabemos es vender. No tenemos estudios, y aunque los tuviéramos a esta edad, ¿quién va a darnos trabajo?
Este es mi mundo. Paso aquí 12 horas diarias desde hace 20 años. Ricardo lleva mucho más tiempo metido en esta rutina, sin contar los ratos en que, de niño, venía para hacer la tarea y jugar con la báscula, sintiéndose adulto y ya dueño del negocio. Entonces quién iba a decirle la forma en que todo iba a decaer y acabarse.
Si para nosotros cerrar La Bondadosa significará un golpe muy duro, también lo será para quienes vienen aquí. Por ejemplo doña Sara. Con el pretexto de comprarnos alguna cosita, se queda conversando conmigo o con Ricardo porque no tiene a nadie más en el mundo.
Pensé también en todas las personas que entran en la miscelánea para pedir informes, dejarle un recado a su vecino, hacernos un encargo. Pensé en los campesinos que llegan a vendernos algún producto y de paso nos cuentan del rancho o del pueblo de donde salieron para buscarse la vida aquí porque ya no hay nada en su tierra.
Ricardo volvió antes de las ocho. No le pregunté adónde había ido, pero le conté lo que había estado pensando. Por la forma en que sus ojos se iluminaron comprendí que está decidido a luchar por mantener viva La Bondadosa. Es mucho más que una miscelánea: un refugio, un lugar de encuentro, un punto en el que se cruzan todos los caminos.