compañado por dos de sus amigos y compañeros de generación –la del 29–, José Alvarado aparece por primera vez en el paisaje monumental del Monterrey metropolitano. Flanquea a Raúl Rangel Frías, el más joven de los tres; del otro lado hace lo mismo Juan Manuel Elizondo, el de mayor edad. El escultor Cuauhtémoc Zamudio colocó a estas tres figuras señeras de la cultura de Nuevo León en una banca y las autoridades de la universidad pública decidieron situarla mirando hacia el edificio que alberga la rectoría de la institución.
La develación de la escultura por el rector Jesús Ancer Rodríguez coincidió con la conmemoración, tanto en Nuevo León como en la ciudad de México, del primer centenario del natalicio de José Alvarado, escritor, periodista y rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León entre 1962 y 1963. Un acto estricto de justicia poética. Casi medio siglo atrás debió abandonar su alma máter y su meritoria investidura perseguido por la histeria y el ludibrio de una derecha que no podía tolerar la crítica de su hipocresía ni la exaltación de actos y figuras diferentes de los consagrados por ella. A esa persecución sólo se podía responder con dignidad y ésta era una virtud de la que, a cambio de fortuna, José Alvarado dejó pruebas opulentas. Cuando la Universidad Autónoma de Nuevo León entregó el grado de doctor honoris causa a Carlos Monsiváis, de su amigo dijo: José Alvarado, quien fue tratado de manera inicua y que respondió con dignidad, sigue siendo uno de los emblemas de resistencia moral de Nuevo León
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Los tres personajes así representados constituyen el símbolo de la juventud heredera de los mejores logros del régimen producto de la revolución de 1910-17. Sus maestros fueron los fundadores del Ateneo de la Juventud. Uno de ellos, José Vasconcelos, los tuvo como voces de su campaña y de las lecciones democráticas que de ella nacieron. La influencia de la Reforma de Córdoba de 1918 se tornó en sus manos en bandera por la autonomía universitaria al doblar los veintes y en impulso para que Nuevo León contara con una universidad pública. De hecho fue fundada en 1933. Pero si en la universidad encontraron una madre generosa, en la crisis del 29 tuvieron una madrastra cruel.
A las luchas universitarias por la autonomía y en contra de la enseñanza a la que la demagogia oficial motejó de socialista siguieron las de contenido social al lado de los obreros y campesinos. El 29 de julio de 1936 marca, en Monterrey, el vértice más alto de la emergencia popular y de la respuesta patronal. Las calles de Monterrey se tiñeron de sangre obrera derramada por quienes se empeñaban y se empeñan en negar la lucha de clases. José Alvarado escribió en 1939 para la revista Futuro un texto –Los capitalistas de Monterrey
– donde el periodista comprometido cedía el terreno al Mariátegui de nuestros días. Leámoslo:
El liberalismo está basado en la libertad; la democracia en la igualdad. El liberalismo dice: todos los hombres son libres y, por lo tanto, iguales, es decir, la igualdad es una consecuencia de la libertad. La democracia, por el contrario, hace derivar la libertad de la igualdad: puesto que todos son iguales, nadie tiene el derecho de oprimir a nadie. El liberalismo es contradictorio porque al querer buscar la libertad y por medio de ella, la igualdad, produce justamente lo contrario, es decir, la opresión y la desigualdad.
Juan Manuel Elizondo –desde ahora y para siempre su compañero de banca–, que destacó como dirigente nacional de los electricistas, y más tarde como senador de la República y diputado federal, en sus Memorias improvisadas habla con admiración de su amigo Pepe: En ocasiones se refería a problemas de la política mexicana que, siendo de todos conocidos, no se suponía que fueran temas de conversación, o de preocupación de un jovencito de su edad. Pepe era un año menor que yo
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La buena literatura y la buena teoría no proclaman su nombre cuando su autor pretende dialogar con muchos. Actitud indispensable, si desea que entre sus lectores se hallen los jóvenes, es la de no olvidar que se tuvo esa edad. Ya nombrado rector de la Universidad de Nuevo León (no alcanzaba aún la condición de autónoma) y habiendo recibido el grado honorario de doctor en filosofía por la Universidad Nicolaita de Michoacán, Alvarado se definía a sí mismo como periodista estudiantil
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En el homenaje que le hizo el Centro Neoleonés de la ciudad de México, un hombre, Jorge Covarrubias, recordó sus años de universitario en la universidad pública de Nuevo León como director del periódico El Tigre. Sentado en el mismo sillón y al escritorio que fue de don Pepe, dejó claro al auditorio el porqué de la identificación inmediata de los jóvenes ilustrados y de pensamiento democrático de Nuevo León con el nuevo rector hace cincuenta años.
A ese porqué lo ha llamado Gabriel Zaid prosa admirable
. Celso José Garza, el director de las ediciones de la UANL, ha ampliado la valoración de Zaid que muchos compartimos: Creo que José Alvarado es una especie de manual del buen escritor, por eso creo que es una figura fundamental
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Los escritos de esa figura fundamental donde late la seducción, tanto al acometer como al enamorar, son los que disfrutamos los jóvenes, los adultos y los viejos en las hemerotecas que eran las antiguas peluquerías (las nuevas, verdaderas Luvinas de la cultura, se han tornado en lugares invisitables). Allí, a la mano, nos los ofrecían las páginas de la revista Siempre!, del buen Excélsior, de El Nacional, de El Día. Son los que han inspirado valiosos trabajos de compilación que debieran merecer grandes tirajes: Escritos, Tiempo guardado, Luces de la ciudad, Alvarado el Joven. En el homenaje que le organizó la UANL al escritor de Lampazos se añadiría Crónicas –la crónica fue en sus manos un trabajo de orfebrería– en las que habla de cine, de la ciudad de México, de la cultura popular. Este libro fue compilado, justo es decirlo, por José Guadalupe Martínez.
Entre quienes le hicieron a José Alvarado un homenaje de esos que implican días laboriosos y un minucioso criterio selectivo se contó Raúl Rangel Frías, rector de la UANL, impulsor de la Ciudad Universitaria de esta institución, gobernador del estado y un humanista de clásica solera. En Luces de la ciudad compiló numerosos escritos de Alvarado. El afecto que le tenía lo lleva a escribir frases apasionadas sobre su amigo: “Su lengua llegó a las virtudes de los ofendidos y los humillados, se encrespó en el apóstrofe a los poderosos… Un hombre, un mexicano, el joven de Monterrey que tuvo en una misma línea la flaqueza y el honor de vida y muerte; un héroe de su tiempo, altivo, sentimental, jovial y colérico, alucinado por una emoción del paisaje mexicano y la alegría de su pueblo. Y siempre pobre, honesto y generoso”.