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La Coyotera sigue siendo refugio de adictos, ex convictos, desempleados y migrantes

El comedor del padre Infante: 50 años al servicio de los excluidos de Monterrey

De acuerdo con el Inegi, alrededor de 9% de los mexicanos subsiste de la caridad pública

Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 24 de octubre de 2011, p. 35

Monterrey NL, 23 de octubre. El Comedor de los Pobres del Padre Infante, sitio emblemático de esta capital, opera desde hace 50 años en apoyo de los indigentes regiomontanos. Ubicado en La Coyotera, uno de los sectores más conflictivos de Monterrey, atiende lo mismo a menesterosos que a adictos, sexoservidores de uno u otro género y ex convictos.

La Coyotera, ubicada a la orilla de la avenida Bernardo Reyes, ha sido durante años sinónimo de drogadicción, prostitución y violencia. El sector salud calcula que más de 95 por ciento de los habitantes de la zona consume algún tipo de droga, problema que superó a la prostitución.

Aunque la extensión de La Coyotera ha ido disminuyendo por los desalojos que provocó la construcción de la avenida Venustiano Carranza, todavía es una de las zonas de sexoservicio más baratas de Monterrey.

Familias de este lugar se han dedicado a la prostitución durante generaciones. Hoy no existen grandes prostíbulos. Los clientes entran y salen de pequeñas casas o habitaciones durante todo el día.

Muchos de los marginados que acuden al comedor se mezclan con otros desamparados: ancianos, discapacitados, trabajadores eventuales, desempleados, migrantes sudamericanos y madres solteras o divorciadas que acuden con regularidad a recibir una de las comidas que este lugar ha ofrecido ininterrumpidamente desde 1961, cuando lo fundó el sacerdote católico Roberto Infante, párroco de la iglesia de Santa María Goretti.

En los dos turnos en que el comedor da servicio acuden alrededor de 300 hombres y 60 mujeres, algunas con hijos, informó la encargada de la cocina, Sotera Jiménez, quien trabaja aquí desde hace 30 años.

En julio, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dio a conocer que 9 por ciento de población en México vive de la beneficencia, pues no puede satisfacer por sí misma sus necesidades básicas de salud, educación, vivienda y alimentación, entre otros.

Se calcula que poco más de 400 mil personas viven de la caridad en el estado y existen alrededor de 66 instituciones registradas que atienden las necesidades básicas de personas de escasos recursos o indigentes. Otras 40 organizaciones ofrecen ayuda sicológica y rehabilitación a infractores.

Paliativo para la marginación

El especialista español Peru Sasia analiza el fenómeno: La beneficencia es una manera ineficiente de redistribuir que no atiende la raíz del problema. La población beneficiada está excluida de su ciudadanía; le están siendo negados sus derechos básicos. Agrega que este tipo de auxilio divide a la sociedad entre quienes encuentran mecanismos para vivir sin necesidad de intervención y quienes no pueden desarrollar sus propias posibilidades.

Las historias se entrelazan en el comedor de manera dolorosa desde principios de la década de 1960, cuando feligresas del templo de Santa María Goretti que se hacían llamar las limosneras del comedor pasaban casa por casa a recoger frijol, arroz, aceite, pasta o lo que los vecinos quisieran donar a los 30 pobres con que el padre Infante inició el refugio.

Hoy, los vecinos y algunas empresas acuden al recinto y en una libreta anotan su aportación para la preparación diaria de 20 kilos de frijol, 15 de arroz, 10 de carne, siete de verdura y de vez en cuando, pasteles.

Los comensales se conocen pero comen en silencio. Francisco tiene 81 años y es un asistente asiduo. No tiene casa ni familia y duerme en las instalaciones de la Cruz Roja. A su lado come José Luis del Ruedo Cerda, originario de Tamaulipas, quien vino a Nuevo León a buscar la vida, pero sólo encontró el comedor. Desde que se quedó sin trabajo, hace 10 años, lo visita, vive en la calle, duerme donde sea. Tiene esposa e hijos, pero no lo quieren porque bebo, cuenta.

Javier Caballero, de 38 años, sufrió un accidente laboral en 2006 y su patrón no se hizo cargo: sus manos se debilitaron y sus pies no responden.

Algunos días consigue trabajo. Su último empleo fue de guardia de seguridad, pero no pudo conservarlo porque estar mucho tiempo de pie le provoca temblor en las piernas. A veces barre calles, pepena vidrio y cartón. Junta 50 pesos, que no le alcanzan para rentar un cuarto. Vive arriba del cerro del Mirador y duerme sobre unas tablas.

Constantino López padece discapacidad intelectual; se dedica a limpiar baldíos y ha estado dos veces en la cárcel porque: de vez en diario hay que pegarle a la mujer, para que sepa quién es el hombre, dice cantando.

Originario del Distrito Federal, José Moisés Herrada, de 50 años, vive en Monterrey desde que lo deportaron de Estados Unidos. Cruzó el río Bravo y se casó en Houston, Texas, donde vivía de vender periódicos. Luego de su divorcio perdió hijos y casa, y lo deportaron. Tomó el primer autobús que pasó y llegó a la capital de Nuevo León.

Al arribar a esta ciudad se enteró de la existencia de los comedores; antes visitaba uno en el centro de Monterrey, pero no siempre está abierto. Vive en una vecindad y paga 300 pesos a la semana. Cuando no tiene dónde alimentarse va al Comedor de los Pobres.

Por lo menos un plato de frijoles

El salvadoreño Omar Hernández González, de 34 años, también fue deportado por las autoridades estadunidenses. Lleva cinco meses en Monterrey, pero no ha conseguido trabajo por falta de documentos.

Así, los habitantes o ambulantes de las colonias populares García Nieto, Miguel Nieto, Industrial, Bella Vista, 10 de Marzo, Rubén Jaramillo, Miralbo y Estrella saben que si les va mal, por lo menos tienen en dónde comer.

También quienes vienen de polizones en algún tren o llegan a la central de autobuses de Colón, ya sea que busquen trabajo en Monterrey o estén sólo de paso, son remitidos atrás de la iglesia de Santa María Goretti. Ahí está el Comedor del padre Infante, donde no te faltará un puchero y frijoles, les informan.