Tiempo de exequias
n un mundo de explotadores idiotas que suponen que repartirse el planeta y acumular ganancias es sinónimo de inmortalidad, y de explotables pasmados que siguen besando la mano de quienes los explotan, siempre es plausible la aparición de voces que se ocupan de la muerte y el morir humanos, no de asesinatos colectivos en engañoso combate a la delincuencia organizada.
Y si esas voces poseen la doble virtud de la reflexión y el aliento poético, entonces estamos frente a testimonios enriquecedores para aprender a vivir-morir con herramientas menos torpes que las proporcionadas por un sistema demencial y sus voceros, que trivializan la muerte con el pretexto de informar y ganar rating.
Manuel Camacho Higareda, fino poeta tlaxcalteca, acaba de publicar el poemario Tiempo de exequias, en Ediciones Páginas ([email protected]), una inspirada reflexión en voz alta acerca de la muerte, de sus muertes y sus muertos, es decir, de los de todos. Como bien señala Alberto Aguilar en el prólogo: “Si consideramos que la muerte es insobornable y que todo poema es, al menos en parte, un fracaso, corresponde al leedor de versos estar relativamente vivo para recibir una poética de la muerte…”
En efecto, sólo cuando no se está del todo muerto es que se puede aceptar con serenidad esta condición de mortales, no de personas a merced de balazos y de violencias múltiples en nombre de inciertas causas. Con lúcida ternura que funde inspiración y duelo, con la valiente certeza ante lo que sin quererlo ha sido, el poeta dice: Siempre me he preguntado porqué los perros/ ladran con ansiedad de madrugada/ Cuando nadie va/ Cuando nadie viene/ Cuando nadie es/ Quizás por eso/ el poder de dios se les viene encima en constelaciones/ Se sienten solos y apenas dicen lo que pueden/ para que titilen las estrellas/ Desde que ya no eres/ Juan/ desde que ya no vas/ desde que ya no vienes/ estoy aprendiendo el lenguaje de los perros
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Más adelante constata: A paso de recua aplanamos el mundo/ Con peso de mundo que a cuestas llevamos/ Tañemos cencerros para irnos juntitos/ A ritmo de polvo intragable/ al carajo
. Y nos apercibe: No es que duelan los ausentes/ Es sólo que me he bebido/ Su recuerdo en cantidades impropias
. Para reconocer: Estoy que me caigo de ausencia./ De qué me sostengo ahora/ Si ya no tiene huesos tu recuerdo
. Lectura nutricia que ayuda a elaborar el duelo son estos poemas de Camacho Higareda.