ice un amigo: Si pido prestado y quiero pagar, el problema es mío. Pero si pido prestado y no quiero pagar, el problema es de mi acreedor
. Tiene razón. Lo peor que le puede pasar al sistema financiero internacional es que los deudores decidieran no pagar. De otra manera, el asunto es manejable. Frente a esto dice Perogrullo: lo que el mundo debe se lo debe al mundo.
¡Claro! ¡Brillante! ¿Cómo le haces para saber esto, le pregunto? Atento y solícito, Perogrullo me contesta: es obvio. ¡Claro que es obvio! Pero –me aclara, para que no me confunda– lo que un país debe no se lo debe a sí mismo. Se lo debe a otro. Aunque Estados Unidos que le deba a China… El mundo sí, pero cada país no. Hay países acreedores y países deudores. ¿De qué depende eso?, pregunto. Perogrullo guarda silencio. Toman su lugar muchos funcionarios públicos de todo el mundo. Y muchos empresarios también de todo el mundo, que exclaman a coro: ¡Qué irresponsables los gobiernos y las sociedades que se endeudan …y se endeudan… y se endeudan! ¡Pobres de sus pueblos!
Pero a muchísimos de esos funcionarios –si no es que a todos– hace unos años se les escuchó alabar el crecimiento brutal de Estados Unidos y de Europa, y de China, y de la India y del mundo en general. No obstante, no podían ocultar el crecimiento similarmente brutal del crédito, hipotecario y al consumo, primordialmente, que operaron como palanca emergente para impulsar el crecimiento mundial.
Financiarización en pleno, dirían Costa Lapavitsas y Carlos Morera en un libro recientemente editado por la UNAM y por Flacso, donde también Makoto Itoh y Juan Pablo Paincieria dan luz –con profunda nitidez– sobre el endeudamiento de las naciones en el mundo de hoy. ¡Pobre Grecia, cómo la ofenden! ¡Pobre España, cómo la ofenden! ¡Pobre Portugal, cómo lo ofenden! ¡Pobre..! La lista puede ser interminable…Sí, interminable.
Pero, finalmente, Perogrullo tiene razón. El mundo le debe al mundo, es decir, no hay problema. Con un producto bruto mundial actual evaluado en 63 trillones de dólares de 2010, el mundo debe 95 trillones de esos mismos dólares. Justamente 150 por ciento de su producto. En buen romance significa que hay que esperar año y medio de producción mundial para quedar a mano
. Aunque por aquello de la diversidad nacional, en algunos casos hay que esperar más y en otros menos. Medio año para pagar la deuda de los gobiernos. Y un año para pagar la deuda de los privados. Ni más ni menos. Pero eso –aclaremos– suponiendo que se generan recursos para ello. Y que –imaginariamente– las sociedades de esos países no consuman nada, es decir, se aprieten el cinturón
. ¡Qué indignación! Y, sin embargo, una pregunta flota en el aire. ¿De dónde salió tanto dinero para prestarse? ¿Quién lo concentró? ¿Quién lo centralizó? ¿Quién cobra los intereses? ¿Por qué unos pagan su deuda al 2 por ciento y otros al 10 por ciento de interés? ¿Por qué? Y ¿por qué –por cierto– al estudiar el comportamiento de la producción industrial en muchos países del mundo, no puede uno menos que reconocer el alargamiento artificial del ciclo de producción, merced al crédito? ¿Qué diablos pasó en todo el mundo?
Y es que hubo mucho dinero para prestarse. Muchísimo. ¿De dónde salió? Tres fuentes principales: 1) del sólido ahorro de algunos países, como los cuatro –sólo cuatro– que en 2010 concentraron la mitad de las exportaciones netas de capital: Alemania, Japón, China y Suiza; 2) de los ingresos extraordinarios que reciben algunos países por la extraordinaria elevación del precio internacional de las llamadas commodities y que en estos momentos concentran poco más de la tercera parte de los recursos disponibles para invertirse o prestarse en todo el mundo; 3) de otras razones que permiten que algunos países –por diversas y múltiples razones– pueden ser exportadores netos de capital, unos un año y otros otro. De aquí, precisamente de aquí, la enorme disponibilidad de capitales para su flujo internacional. Un flujo que se expresa en tres líneas primordiales: 1) inversión extranjera directa; 2) inversión de portafolio; 3) préstamos u obligaciones a personas, empresas, organismos o gobiernos.
Registremos el endeudamiento actual: 95 trillones de dólares en 2010, casi 100 en estos momentos. Y el producto mundial: cerca de 63 trillones, ya casi 65 también en estos momentos. El 44 por ciento lo deben los gobiernos. Y el 56 los privados. Pero hay países que deben mucho en relación a su producto y a sus ingresos. ¿Ejemplo de moda? Cierto, Grecia. Aporta 0.5 del producto mundial pero participa con 0.7 por ciento en la deuda mundial. Su coeficiente de capacidad de pago (peso en el producto entre peso en el endeudamiento) es inferior a uno, de sólo 67 por ciento. Terrible.
Portugal, por su parte, tiene un coeficiente de 63 por ciento. España de 65 por ciento. Italia –la bella Italia– de 71 por ciento. Si es menor de uno ya hay –de suyo– una señal de extremo riesgo. Y mientras más bajo sea ese riesgo es mayor. Y eso sólo pensando en el pago del principal. Falta evaluar los requerimientos para pagar intereses. Estados Unidos, por cierto, tiene un coeficiente del 67 por ciento. Y, sin embargo, sus inversiones en todo el mundo, preferentemente en China, obligan a re-evaluar su capacidad para enfrentar su endeudamiento. A más de su capacidad para imprimir billetes. En Europa, por cierto, eso ya no es posible. El régimen de moneda única lo impide. Y otro aspecto que obliga a dicha re-evaluación es la estructura de los acreedores. Pero –sin duda– sobre este aspecto deberemos profundizar en otro momento. Muy pronto.