e ha dado un gran paso adelante para recuperar la confianza en la palabra de los líderes de la izquierda. El anuncio de que Andrés Manuel López Obrador ganó las encuestas para definir al candidato presidencial no soslaya la crisis del PRD ni las derrotas electorales acumuladas, pero pone las cosas en una perspectiva política que permite recrear el optimismo, siempre necesario al emprender un nuevo desafío de alcance histórico: la construcción de un nuevo pacto social para la equidad y el progreso. Marcelo Ebrard ha dado una lección de responsabilidad política que merece destacarse frente a la frivolidad y la pequeñez reinante. Así lo ha reconocido Andrés Manuel en su primera intervención pública tras las encuestas y lo ha hecho con todas sus letras, sin cortapisas, abriendo los puentes de la unidad hacia un frente capaz de reunir a los millones de mexicanos que buscan soluciones reales a los problemas del país. Claro que por ahí seguirán algunos, cegados por el sectarismo o la intolerancia, que no asuman el compromiso y prefieran explorar los caminos de la división. Pero serán los menos. Por lo pronto, la izquierda retoma el escenario de la mejor manera imaginable, con civilidad, sin innecesarias estridencias. Es una fuerza que quiere competir para ganar, pero va más allá al proyectarse como un elemento de futuro, es decir, como la garantía de que sí hay opciones pese al fracaso de los partidos que hoy se arrogan toda la representación nacional.
Desde el punto de vista del movimiento que dirige Andrés Manuel, el resultado de la encuesta premia y fortalece un esfuerzo congruente para alzarse de la adversidad mediante una opción construida pieza a pieza, a ras del suelo, sin concesiones a las prédicas desmovilizadoras de quienes ven al mundo a través del cristal coloreado por sus propias necesidades y ambiciones. Se trata ahora de construir un amplio frente, un polo capaz de atraer no sólo a los ciudadanos que ya están convencidos de la urgencia de actuar a favor de los cambios, sino a la mayoría cuyas condiciones de existencia los sitúan, objetiva y moralmente, al margen de las componendas del poder establecido, siempre en beneficio de los grandes intereses que están en juego.
Significativa fue la referencia de López Obrador al Distrito Federal y al papel de Marcelo Ebrard en la orientación política
con vistas a las elecciones locales, tema crucial para el proyecto unitario y el éxito del frente amplio que debe formarse. La izquierda no se puede dar el lujo de la división en el corazón de la República.
El camino no será coser y cantar. Se requiere sumar grandes esfuerzos para evitar que las víctimas de la crisis –los jóvenes, los desempleados, las comunidades rurales– sean manipuladas para votar por partidos que se eternizan en los gobiernos pastoreando
los problemas pero sin ofrecer soluciones de raíz. México tiene que tomar conciencia de que no hay problema más agudo y devastador que la desigualdad, con su rastro de pobreza intolerable y despilfarro de capacidades humanas. Si la democracia no es capaz de afrontar y resolver con éxito las graves consecuencias derivadas de la desigualdad, su descrédito será inevitable y, con él, la reanimación de los reflejos autoritarios que privilegian el control, la gobernabilidad
y, en definitiva, la preservación a cualquier precio de un régimen político y social injusto. Por eso es muy importante la insistencia en el carácter pacífico del cambio que la izquierda propone a la nación en su conjunto. La regeneración nacional no es una frase, un cliché para las campañas electorales. La violencia cala en los poros de la sociedad montada sobre la ineficacia de las instituciones para asumir la iniciativa que el momento reclama. La economía está estancada, y sin crecimiento el retroceso es inevitable. La corrupción desborda y corrompe a la autoridad y la justicia aparece como sinónimo de impunidad, mientras la ciudadanía espera lo peor, vencida por el desánimo y el temor. El panismo, que llegó a la Presidencia con las banderas del cambio, fracasó en el intento, pero ahora quiere disputarle al PRI los favores de los grandes electores tras bambalinas. Su ideal no ha cambiado. Al PAN le incomoda la pluralidad que no encaja con el bipartidismo, pues carece de proyecto propio. El PRI, con su candidato Peña Nieto (favorito de la oligarquía), se hace fuerte aprovechando los temores de la gente y el residuo autoritario que ve en la discrepancia un signo de debilidad. Su promesa es seguir el patrón inaugurado con el ajuste estructural y la privatización, pero instrumentado con mano dura, al viejo estilo. Apuesta por la inercia, no por el cambio.
La izquierda tiene ante sí una tarea formidable que no será fácil cumplir, pero se ha dado un primer paso muy importante para conseguir la unidad que hace muy poco parecía imposible. A pesar de la malquerencia, la franca denostación y las campañas de todo signo para reducir a la izquierda a un papel testimonial en el marco bipartidista, su presencia es un hecho real, aunque los aficionados a la mercadotecnia lo ignoren o vivan inmersos en el círculo de sus propias mentiras.
En los próximos días se concretará la coalición partidista de la izquierda y, como se anuncia, también se iniciarán las maniobras para recortarle las alas de la comunicación y la propaganda. La derecha en el gobierno, y el PRI trepado en buena parte del aparato del poder, harán hasta lo imposible para frenar, quebrantar y obstaculizar la convergencia de las muy distintas expresiones de la izquierda que han de participar en el amplio frente electoral. Pero olvidan lo esencial: la presencia de un movimiento popular y ciudadano no depende de ellos. Impulsar esa gran coalición progresista, tan diversa y plural como la sociedad misma, es la tarea inmediata de las izquierdas. Hará falta inteligencia y respeto mutuo para construirla. Hay con qué.