n múltiples ocasiones hemos hecho referencia al barroco, estilo que prevaleció en la Nueva España durante la mayor parte del virreinato y que en muchos sentidos continúa vigente. Quizá vale la pena recordar que el barroco fue un periodo de la historia en la cultura occidental que produjo obras en el campo de la arquitectura, la literatura, la escultura, la pintura, la música y yo agregaría la gastronomía. Abarca desde los inicios de 1600, extendiéndose a lo largo de alrededor de 150 años.
En su época no se le nombraba así, fue años más tarde cuando críticos de arte tomaron la traducción francesa de la palabra de origen portuguesa, que significa joya falsa, o perla en forma caprichosa, que posteriormente se utilizó para describir aquellos objetos de exagerada ostentación.
En México el estilo barroco se desarrolló con profusión en todos los ámbitos. En la arquitectura surgieron personajes notables como Pedro de Arrieta, Lorenzo Rodríguez y Francisco Guerrero y Torres.
Precisamente este último es el autor de la que se considera una de las obras maestras de la arquitectura barroca: El Pocito de la Villa de Guadalupe. Les cuento su historia por si mañana van a festejar a la Virgen por su santo, para que no se pierdan de visitar esa alhaja de piedra.
Se cuenta que justo en el sitio en el que la Virgen de Guadalupe esperó a Juan Diego con las rosas, y se produjo el estampado de la imagen en la tilma, brotó un manantial al que se le atribuían propiedades curativas. Por este motivo, a mediados del siglo XVII, se construyó a su alrededor una pequeña capilla. Un siglo más tarde el franciscano Calixto González Abecenrraje, conocido como El beato del Pocito, decidió conseguir fondos para reconstruirla, para lo cual acudió a métodos pintorescos, entre otros, a hacer representaciones teatrales acerca de las apariciones y durante siete años vivió como ermitaño en el santuario, colocando a la orilla del pozo un plato para juntar limosnas, así logró recolectar ¡40 mil pesos!, una fortuna en esa época. Al llevarlos al arzobispo, éste, sorprendido, no le quedó mas que aportar los 10 mil que faltaban, para que el notable Francisco Guerrero y Torres, maestro mayor de la ciudad
, oriundo de la Villa de Guadalupe, diseñara sin cobrar honorarios la nueva capilla.
De forma ochavada, la parte central de la fachada es de cantera y la adornan columnas estípites; semeja una gran portada. Graciosas cúpulas y linternillas recubiertas de azulejos blancos y azules hacen bello contraste con el color vino del tezontle que cubre los muros y el gris plata de la elegante cantera que los decora. La parte superior de la entrada poniente muestra el escudo de armas de la Villa y en los flancos, las esculturas de San Joaquín, Santa Ana, San Felipe de Jesús y San Guillermo Abad.
En el interior, el altar mayor luce un bello lienzo de Cabrera; a los lados cuatro nichos resguardan cuadros con las apariciones, del mismo afamado pintor. Sobresale el hermoso púlpito y un aborigen como pedestal, que nos recuerda a Juan Diego. El gremio de los plateros donó las lámparas; el sastre Pablo Miller, los ornamentos; el herrero Joseph Antonio Zavala las cruces veletas; el carpintero Marcos López, la obra de madera; el talabartero Bartolomé Espinosa, el aguamanil; los comerciantes del mercado del Baratillo, los altares y tres campanas. Víctor Manuel Villegas, en su obra Churrigera y Ureña, dice: En la antología de las veinte obras supremas de la arquitectura barroca, debería figurar esta capilla
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Otra buena noticia es que El Bajío, el excelente restaurante de comida mexicana, ya tiene una sucursal en el Centro Comercial Parque Lindavista, a unos pasos de la Villa. Si va en fin de semana tiene las mejores carnitas y barbacoa y un chicharrón crujiente delicioso. De diario hay ricos antojitos en los que sobresalen las gordas infladas y de plato fuerte sin duda el mole de Xico, ¡barroquísimo!