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Ver día anteriorSábado 17 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Redefinir la soberanía alimentaria
Q

uince años después de la primera definición de soberanía alimentaria (La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas agrícolas, pesqueras, alimentarias y de tierra que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias únicas. Esto incluye el verdadero derecho a la alimentación y a producir los alimentos, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho a una alimentación sana, nutritiva y culturalmente apropiada, y a la capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus sociedades), el concepto ha ganado en amplitud y propagación. De hecho, creo que ha sido su uso y defensa, principalmente en manos de la población campesina, lo que –como algo vivo– le ha dado y dará nuevas dimensiones.

Cuando se vocifera en las marchas campesinas, es un grito de la lucha a cara descubierta frente a la sociedad capitalista y su gobernanza, convirtiéndose en una propuesta política para reorganizar el sistema alimentario global que se va imponiendo por todo el planeta. Por eso, cuando se le pregunta a La Vía Campesina sobre su concepto reivindicativo, lo dicen rotundo y sin ánimo de despistar: no queremos más políticas agroalimentarias, para nada, lo que queremos es hacer y participar en las políticas agroalimentarias. Una demanda clara de soberanía –para decir y decidir– es que “no queremos políticas agroalimentarias enfocadas como siempre en cómo y cuánto se puede aumentar la producción de alimentos, sino políticas para incrementar, producir y reproducir más y más campesinas y campesinos. En la soberanía alimentaria el campesinado es el centro y el objetivo; la agricultura y la productividad son los medios.

También la propuesta de la soberanía alimentaria como construcción de otra forma de producir y consumir, es un ejemplo para otras propuestas pensadas para la creación de un mundo fuera del capitalismo. Hoy soberanía alimentaria camina de la mano del decrecimiento, la soberanía energética, la monetaria o el buen vivir.

Quienes defienden la soberanía alimentaria exigen que las reglas de juego se han de cambiar y el pueblo soberanamente retomE el mando. Nos han robado el poder, el poder está en otras manos –dicen desde el campo–; vamos a recuperar el poder: poder hacer nuestros huertos, poder cultivar comida, poder cuidar la tierra para poder vivir del campo. Con la contundencia de quienes saben que la soberanía alimentaria es también una respuesta que da esperanza a injusticias que no pueden esperar: hambre, crisis ecológica, pobreza rural, economías en crisis…

A su vez, la soberanía alimentaria ha mostrado que en un planeta globalizado, las luchas también son globales, hermanando en este caso campesinas y campesinos del Norte y del Sur (rompiendo esquemas) que se han reconocido como iguales frente a las consecuencias de una superagricultura intensiva en manos de pocas corporaciones. De igual manera, su lucha ha generado una estrecha alianza entre la sociedad campesina y otros sectores de la sociedad civil, como los grupos de consumo responsable, las organizaciones ecologistas o algunas organizaciones de cooperación internacional implicadas en la defensa de un mundo rural vivo. Es la soberanía Alimentaria un espacio físico de encuentro del pueblo militante, y así lo dicen sus voces, que no se atrevan a salvar nuestro mundo rural, ni a impedir que lo defendamos.

Hacer soberanía alimentaria es finalmente una práctica de resistencia –ni un campesino o campesina debe desaparecer– mientras se espera el cambio de modelo. Y por qué no, Soberanía Alimentaria es para muchas y muchos una utopía necesaria, que será realidad.

¿Y cómo hacemos para explicar tanto? Pues volviendo a la definición que le dio vida. En realidad, la soberanía alimentaria no es más –ni menos– que el derecho de los pueblos a la tierra de la cual vivir, y el deber de los pueblos de cuidar la tierra de la que vivir.

*Autor de Alimentos bajo sospecha y Sin lavarse las manos