os sectores que se muestran críticos al proyecto de integración latinoamericana utilizan el argumento de la multiplicidad de organismos subregionales (Aladi, Can, Caricom, Sela, Celac, Mercosur, Sica, Unasur) para cuestionar en realidad lo sustantivo y estratégico de la perspectiva integradora. Los más conservadores prefieren a nuestros países posicionándose como periferia dependiente del mundo de-sarrollado más que naciones, segmentos económicos del mercado internacional, cada uno con esquema propio y con vínculos muy débiles con los vecinos y la región en su conjunto.
Acostumbrados a vivir al calor y copia de los modelos orientados sobre todo por los organismos financieros internacionales y los saberes hegemónicos en crisis, les cuesta concebir la región con categorías propias. Más aún les cuesta asumir el cambio de época en nuestra geografía y las transformaciones de un mundo que debe ser recusado en su actual etapa de financierización o de anarcocapitalismo, tal como definió con precisión la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la más reciente reunión del Grupo de los 20, en Cannes.
Latinoamérica vive un momento muy intenso y trascendente, con democracias generalizadas, crecimiento sostenido de las economías y dando un combate eficaz contra la pobreza y la indigencia. Agreguemos dos cuestiones que nunca estuvieron tan presentes: voluntad de integración –en un mundo que se va configurando por regiones– y protagonismo en la escena global. Tres países latinoamericanos, Argentina, Brasil, México, participan del principal foro económico mundial, que es el Grupo de los 20.
Esta situación inédita y muy positiva para nuestra región nos convoca a ordenar el proceso de integración, coordinar más y mejor los esfuerzos, especializar con más claridad las tareas de los distintos organismos subregionales y acordar programas y proyectos que puedan ser articulados economizando esfuerzos, evitando superposiciones y la duplicación de tareas u objetivos.
Se trata de administrar más eficazmente la voluntad política y, al mismo tiempo, neutralizar una crítica que en lo formal puede tener alguna razonabilidad si el proceso se vuelve muy desordenado.
Los propios organismos, bajo los mandatos presidenciales o de los cancilleres, deberíamos elevar a los países una propuesta de vertebración y de mayor coordinación construyendo agendas positivas, proponiendo acciones colectivas y un plan compartido, con metas y plazos más concretos, evitando la fuga hacia adelante, la dispersión o la ineficacia en el uso de los recursos y las capacidades disponibles.
A las cumbres presidenciales y a los documentos compartidos por los países hay que darles sustancia y contenido en el día a día de la integración, y ello reclama un salto de calidad en el funcionamiento del mapa organizativo de la región.
Si la estación final es la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, de reciente creación, esto va a requerir y necesitar de mucho trabajo previo, de una gran coordinación para articular la diversidad y mostrar en el tiempo que es algo más que un mecanismo o un foro simbólico de la unidad latinoamericana.
La región está produciendo avances y acontecimientos que nunca antes se habían dado. Necesita crecer con gradualidad y, quizás, a distintas velocidades, según las características de cada subregión. Para ser un actor gravitante en el nuevo orden que se avecina se requiere mayor integración interna y voluntad para ir sintetizando una mirada común respecto a cómo se reformula y conduce una globalización sobredeterminada hoy por la concentración de la riqueza, la desigualdad y la exclusión. Vertebración interna, construcción de una sola voz en los principales temas de la agenda global y alianzas estratégicas Sur–Sur constituyen parte de las grandes tareas de nuestra región. Y para avanzar se impone una reingeniería institucional que ordene nuestro espacio, articule la acción de los distintos organismos y podamos contar con un cierto planeamiento estratégico que demuestre a propios y extraños que más allá de cuántos organismos existen, ellos son parte activa de un proceso difícil pero inexorable hacia la integración profunda de nuestra región.
(*) Secretario general de la Aladi