Cuestión de fe
reer en Dios y entrar en una iglesia ortodoxa, en los tiempos soviéticos, no solamente era mal visto, sino podría poner una cruz –en su sentido menos religioso y más punitivo– en la carrera profesional o en los estudios de cualquier ruso.
Ahora, tan sólo 20 años después, nadie sufre represalias por seguir siendo ateo, pero son pocos –aparte de los musulmanes y creyentes de otras religiones que habitan en Rusia– los que no llevan un crucifijo colgado con una cadena de oro a la altura del pecho.
El fervor religioso se manifiesta con especial énfasis en días como Nochebuena, ayer viernes o Navidad este sábado, según el calendario juliano que sigue marcando los días de la Iglesia ortodoxa, mayoritaria en Rusia.
A pesar de que el gobierno bolchevique adoptó, como casi todo el mundo, el calendario gregoriano en 1918, cuando del miércoles 31 de enero se pasó directamente al jueves 14 de febrero, los jerarcas de la Iglesia ortodoxa no reconocen el calendario promovido en 1582 por el papa Gregorio XIII, por lo que los rusos celebran la Navidad con un poco menos de dos semanas de retraso.
Para muchos la Navidad es sólo un buen pretexto para compartir mesa con la familia o los amigos –de igual modo que para muchos católicos la semana santa es la ocasión ideal para ir a la playa–, aunque también es cierto que cada vez son más los que, desafiando las temperaturas bajo cero del invierno ruso, acuden a la solemne misa de medianoche.
El patriarca de todas las Rusias, Aleksi II, oficia la misa principal, transmitida en directo por los mayores canales de televisión y con asistencia de los otros jerarcas, los civiles que gobiernan el país, en la catedral de Cristo Salvador.
Es la misma catedral donde, del 20 de octubre al 28 de noviembre, se expuso el cinturón de la Virgen, una de las principales reliquias para los ortodoxos, traída especialmente desde el monasterio de Vatopel, en Afón, en la península de Halkidiki, Grecia, que visitaron 3 millones de personas, después de soportar en la intemperie una fila de casi 24 horas.
Die religion… sie ist das opium des volkes (La religión es el opio de los pueblos
, que diría Marx) ya no forma parte del discurso oficial en Rusia y, por el contrario, se observa una creciente afinidad de intereses entre los gobernantes y los jerarcas eclesiásticos.
Ser creyente en Rusia, como antes lo era militar en el Partido Comunista de la Unión Soviética, no parece solamente una simple cuestión de fe.
Porque suprimida la ideología de Estado –casi proscrito el marxismo-leninismo–, la gente empezó a llenar el vacío con la religión ortodoxa, impulsada desde el Kremlin como nuevo paradigma para impedir un retorno al pasado.