onaba como una buena idea. Siempre el mismo día es la adaptación a cine de la novela de David Nicholls, en que se narra el desarrollo de una posible relación amorosa a lo largo de 18 años, pero, según señala el título en castellano, en el aniversario de un mismo día, los 15 de julio, desde 1988 a 2006. Ese gimmick narrativo –que no es otra cosa que un gimmick– podría haber dado lugar a una reflexión minimalista sobre la existencia diaria.
Pero no. La directora danesa Lone Scherfig –quien mostró sensibilidad y agudeza en Una enseñanza de vida (2009)– opta por una versión prolongada de cuando Dexter (Jim Sturgess) conoció a Emma (Anne Hathaway, con errático acento británico) en su noche de graduación y, a partir de un acostón fallido, deciden llevar una amistad de amor platónico a lo largo de los años, con el consecuente enamoramiento que resulta patente para todo mundo menos ellos. Para cumplir el artificio, la mayoría de esos días 15 serán fundamentales en los vaivenes de la relación.
Gran parte de la película se dedica a recalcar qué tan diferentes son las personalidades de ambos. Dexter es un niño bien a quien la vida lo ha acostumbrado a que las cosas se le den fácilmente, empezando por las mujeres. En cambio, Emma es una ratonil chica de clase obrera con aspiraciones de escritora, cuyos humildes orígenes la llevarán a ejercer diversas chambas –mesera en un restaurante Tex-Mex, maestra de escuela—antes de conseguir su propósito. En el camino, ella hará pareja con un patético peor es nada, un cómico fracasado (Rafe Spall).
Físicamente la evolución de Emma no podría ser más obvia. Bajo la máxima de soy tan guapa que me puedo dar el lujo de aparentar no serlo
, Hathaway se disfraza de nerd: lentes de fondo de botella, un vestuario de fodonga con todo y zapatotes mineros, y un peinado poco favorecedor. Conforme pasa el tiempo, el personaje se irá refinando hasta parecer la estrella hollywoodense que es. Todo lo contrario, se supone, pasa con Dexter cuya natural arrogancia lo lleva a convertirse en un frívolo conductor de un programa televisivo musical, o sea el tipo de mamonazo que se vuelve célebre gracias al odio que genera en los televidentes. Aunque su decadencia irá aderezada, claro, de alcohol y drogas, el único signo evidente es que el hombre deja de peinarse y rasurarse.
Si en su anterior realización, Scherfig había conseguido recrear el inicio de los 60 con convicción, en este caso la veintena de años en que acontece su relato no da lugar a la observación sobre los tiempos cambiantes. Fuera de las inevitables canciones pop de cada momento y la creciente sofisticación de los teléfonos celulares, el tiempo no parece transcurrir. Y, de hecho, los protagonistas no parecen envejecer.
Desde luego, Siempre el mismo día no podría prescindir del elemento trágico pero hasta este se siente como un artificio, como algo añadido a última hora para intentar conferirle gravedad a tanta superficialidad. Al igual que dos enamorados que no pueden despedirse, la película no sabe cuándo terminar y, en efecto, da la impresión de durar un día entero.
Siempre el mismo día
(One Day)
D: Lone Scherfig/ G: David Nicholls, basado en su novela homónima/ F. en C: Benoît Delhomme/ M: Rachel Portman/ Ed: Barney Pilling/ Con: Anne Hathaway, Jim Sturgess, Patricia Clarkson, Ken Stott, Romola Garai/ P: Focus Features, Random House Films. EU-G. Bretaña, 2011.
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