l gobierno de Evo Morales ha cumplido sus compromisos fundamentales con los bolivianos. Ha restituido la rectoría del Estado en la economía, renacionalizado los hidrocarburos y aprobado en referendo una nueva Constitución que proclamó el Estado plurinacional de Bolivia. Consagró en ella el derecho de los pueblos indígenas a la tierra, el territorio y la autonomía y el control social de los recursos naturales. La población vive mejor y goza de derechos y servicios políticos y sociales impensables antes de este gobierno, la pobreza disminuye consistentemente, se erradicó el analfabetismo y casi la cuarta parte recibe atención de médicos cubanos o bolivianos formados en Cuba. Bolivia es un destacado miembro de la Alba, impulsa una política exterior propia, latinoamericanista y solidaria respetada en el mundo. Evo, por consiguiente, no tiene contrincante en las próximas elecciones.
Pero quien haya recibido acríticamente el mensaje mediático dominante en las últimas semanas pensará que el líder cocalero está a punto de ser derrocado por una insurrección popular. Sí, ha existido una escalada de conflictos sociales, pero sus protagonistas, por regla general, no defienden demandas legítimas sino privilegios, y son exiguos comparados con los movimientos indígenas o interculturales que mantienen su apoyo a Evo y al proceso de cambios. La huelga de los médicos de los hospitales públicos exigiendo conservar el derecho
a sólo trabajar seis horas se prolongó varias semanas, sumada al paro de 48 horas de los transportistas de La Paz y El Alto negados a aceptar un reordenamiento del sistema, que paralizó ambos centros urbanos. Encima la huelga de dos días de la Central Obrera Boliviana (COB), hoy ni la sombra de lo que una vez fue, pero muy eficaz para impresionar al televidente no informado cuando los mineros que permanecen en sus filas detonan petardos en marcha por la capital. No obstante existir elementos sanos entre sus cuadros, queda mucha influencia en la COB de los supuestos ideólogos de la revolución permanente encabezados por Jaime Solares, paramilitar y torturador durante la dictadura de Luis García Mesa.
Pero las citadas medidas de fuerza no deben subestimarse pues tienen toda la apariencia de un ensayo para más adelante pasar a acciones más violentas y desestabilizadoras. No debe olvidarse que Estados Unidos por boca de su embajador de entonces llamó a no votar por Evo antes de su primer mandato ni todos los posteriores intentos de desestabilización patrocinados por la representación del imperio, incluyendo el intento de golpe cívico
de los separatistas de la Media Luna. Este dirigido por el embajador Philip Goldberg, expulsado del país por eso como en su momento la oficina de la DEA debido a su actividad subversiva. Pero hay pruebas de que la embajada y las fuerzas de derecha, junto a las organizaciones no gubernamentales gringas u occidentales, continúan buscando contactos donde quiera que se vislumbra una inconformidad para estimularla y reclutar colaboradores entre sus líderes, como ha sido en el caso de algunos dirigentes de los marchistas del Tipnis (Territorio indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure) y en muchos otros.
En Bolivia, como en todo país subdesarrollado que inicia su liberación, nunca es suficiente la obra material que realicen los gobiernos por lo monumentales de las necesidades acumuladas en siglos. Pero con todo y lo difícil que es eso, mucho más lo es y toma décadas lograr el cambio cultural de la sociedad en su conjunto para vencer los traumas creados por la colonia, el capitalismo subordinado, el colonialismo interno, el racismo y el patriarcalismo. A ellos se agregan las contradicciones entre el vivir bien andino (horizonte deseado) y la necesidad imperiosa de insertarse en el mercado mundial capitalista, entre las ansias de consumo legítimas más el consumismo estimulado por los medios de difusión dominantes y el deber de cuidar el medioambiente. En el aprendizaje que cada proceso revolucionario debe realizar, sus dirigentes –por lúcidos, sensibles y autocríticos que sean– cometen muchos errores. Seguramente Bolivia no es la excepción pero no se aprecian errores de principio que pongan en peligro el rumbo.
En todo caso y con sus errores, el gobierno de Evo es del pueblo boliviano, de los pueblos latinoamericanos, es nuestro. No debe haber vacilación ni condicionamientos a la hora de defenderlo con uñas y dientes del enemigo imperialista y sus cómplices locales.