n el contexto del fmx-Festival de México, se presentó hace unos días en Bellas Artes el Cuarteto Balanescu, grupo que representa la prueba fehaciente de que un cuarteto de cuerdas sí puede adquirir el estatus de una banda de rock, gracias a su peculiar repertorio y a una dinámica escénica menos tiesa y predecible que lo usual.
El cuarteto de cuerdas es vehículo sonoro de una de las varias versiones originales que existen de Fratres, del estonio Arvo Pärt. El Cuarteto Balanescu asumió su interpretación poniendo de relieve cierta cualidad mística de la obra, que es casi como un mantra. Bien comunicado, también, el oleaje casi orgánico, de respiración quieta y profunda, que anima la pieza de Pärt. Notable la homogeneidad del sonido del inmutable segundo violín, que a lo largo de Fratres funciona como un sólido pedal, tanto conceptual como armónico.
El inglés Michael Nyman (presente esa noche en la sala) concibió su Tercer cuarteto de cuerdas parcialmente como una respuesta emocional a un terremoto que devastó Armenia. La compleja y variada obra es de una arquitectura seccional marcada sobre todo por los contrastes. La primera sección, tocada por el Cuarteto Balanescu con la insistencia cuasi-mecánica necesaria, está basada en reiterados enlaces de un círculo armónico. La engañosa sencillez de este trozo introductorio va seguida de una bien ensamblada continuidad a la que el cuarteto dotó de las necesarias gradaciones dinámicas. La versión del Balanescu a la pieza de Nyman puso en evidencia el hecho de que este Tercer cuarteto es rico y diverso en estados de ánimo, pero también es un controlado estudio en intensidades dinámicas.
Sin duda, el georgiano Giya Kancheli es una de las personalidades musicales más interesantes surgidas a la luz después de la implosión de la Unión Soviética. Su bien conocida obra Night Prayers (Plegarias nocturnas) es ante todo una exploración de las posibilidades de variedad tímbrica y, a la vez, una refinada filigrana de capas sonoras. El Cuarteto Balanescu se mostró hábil y eficaz en la exploración de ambos elementos de la obra de Kancheli. Bien expresados, asimismo, los exabruptos de angustia que brotan en medio de un discurso que si bien tiene algo de contemplativo, no ofrece paz. Los intérpretes supieron también dosificar con tino la presencia del silencio, utilizado aquí por Kancheli como una herramienta expresiva de gran potencia. El contenido de la obra y la ejecución del Balanescu se combinaron para dejar flotando en el ámbito de Bellas Artes una dolorosa e inquietante meditación.
Para cerrar el repertorio, la obra titulada Amore carne, del rumano Alexander Balanescu, música con numerosos elementos reiterativos pero que quizá no cumple del todo con los parámetros comúnmente aceptados del minimalismo. Se trata de una variada suite que tiene su origen en un proyecto fílmico y escénico de Pippo Delbono. La influencia popular es muy clara en la obra, cuyos laberintos métricos fueron resueltos con claridad por el cuarteto. No es casualidad que en Amore carne estén presentes algunos elementos de lenguaje cercanos al de Michael Nyman, ya que Balanescu fue concertino de la Michael Nyman Band en un periodo importante de la historia del ensamble. El final de Amore carne fue ejecutado por el Balanescu con una intensidad cercana al paroxismo.
De regalo (muy apreciado por el público), el Cuarteto Balanescu ofreció sus versiones instrumentales de dos clásicos del tecno-pop retro del grupo alemán Kraftwerk, The Model y Pocket Calculator, interpretadas con la justa mezcla de falsa seriedad e ironía que merecen las composiciones eléctricas del colectivo Schneider-Bartos-Hütter-Flur, en mi opinión la más efectiva dotación en la historia de Kraftwerk.
Para concluir, la gran duda: ¿enchufar o no enchufar? El Cuarteto Balanescu amplificado no se oyó mal, ni mucho menos, pero creo que sobre todo en lo que se refiere a los matices dinámicos y a ciertos refinamientos tímbricos, una sesión unplugged de este rico repertorio hubiera dado más tela de dónde cortar.