El Jeep
aya sorpresa! Después de muchos años de no vernos, de pronto se me apareció Enrique Almanza, mejor conocido como El Jeep. Debo decirle, mi nagüe, que este señor me trajo recuerdos a granel. Me da mucho gusto que todavía se encuentre en este mundo y, por lo que noté, en plenitud de facultades, caminando girito y con la alegría que siempre lo caracterizó.
Este señor y un servidor fuimos compañeros en varias agrupaciones que, la verdad, en su momento fueron sensacionales. La primera vez que nos reunimos fue cuando Humberto Cané dejó el grupo de Juan Bruno Tarraza por razones sindicales y El Jeep, como es un bajista de liga mayor, no hubo ni siquiera que ensayar.
Para que usted se dé idea de lo que había en esa guerrilla los trompetistas eran Alejandro Cardona, Caramelo y Lucas; los percusionistas, Pablo y Toño Peregrino; Rafael Mora Limón El Morro en la guitarra; en diferentes etapas, Pepe Bustos y el Viejo Luis al piano, mientras el maestro Tarraza dirigía toda una constelación. Dicho sin falsa modestia, el único que no era estrella era su asere y, dicho sea de paso, fue mi primer escalón. Me alcanzó para grabar dos números: Pachito eché y María Cristina, en la película El marido de mi novia.
Volviendo al Jeep, la segunda vez fue con Chucho Rodríguez, una orquesta a la que llamaron la academia
, en la que se encontraban músicos como El Chino Rafael Jaimes, quien, más tarde, con Pérez Prado dejó de muestra Cerezo rosa (dicen que con una basta); Toño Mezcalilla y muchos más, como el Viejo Luis, subdirector y arreglista. Con esta orquesta viajé por casi toda la República (qué linda es). Nada más me faltó Chiapas.
La tercera no fue menos. Parte de la orquesta de Chucho sirvió para formar la de Ray Montoya con otros grandes músicos que dejaron la de Ismael Díaz. Aquí nombraré a los que recuerde, porque con Ray Montoya hice dos temporadas fructíferas, una en Ciudad Juárez y otra en Acapulco, donde conocí y bailé con Ninón Sevilla, maravillosa señora, dueña de todos mis respetos, gran compañera y toda una dama.
En la orquesta había músicos de gran calidad; empezaré por los trompetistas: Honorato Altamirano, Pancho Armenta y Daniel Flores, a quien Luis Alfonso Larrain se llevó a Venezuela. En los trombones estaban Enrique Sida –¡vaya apellido!– y Cleofas Peña; en los saxos, Carlos Gutiérrez, Manuel Carlos y El Duende Daniel Martínez. Tenía que haber un prietito en el arroz y ése era el guitarrista, al que le decían El Conejo. Al piano estaba el Viejo Luis y, por supuesto, también era el arreglista.
Empezaba el cha cha chá y en la orquesta, mejor dicho en su archivo, había bastantes y, por fortuna, tuvieron aceptación desde el principio de la gira que empezó en Torreón, linda ciudad. Por supuesto, el contrabajo lo ejecutaba El Jeep. Este servidor en Ciudad Juárez tenía que llevar el contrabajo al hotel y regresarlo cada noche, porque cada tarde tenía que hacer mi tarea bajo la supervisión del Viejo y, créame, mi enkobio, que El manicero llegó a salirme de aquellita.
De todo eso nos pusimos a recordar el señor Almanza y Menda. Le aseguro, monina, que esa época la gocé de rama en rama. Cantar con esas orquestas y grupos, con esos músicos, no tuvo precio. Fue como hacer el amor con Sofía Loren y Marilyn Monroe al mismo tiempo. ¡Qué cura!, diría Ismael Rivera. Tuve la oportunidad de formar parte de grupos en que hubo elementos de mucha calidad, así que me sobran recuerdos de tanto tiempo envueltos con jícamo y saoco.
También hubo sesiones de grabación inolvidables que llegaron de improviso, como Rapsodia en cueros, que la orquesta de Billo Frometa grabó en Venezuela con el mismo arreglo, cosa que me sorprendió porque estuve en la que se efectuó aquí en la RCA Víctor, con la dirección de Bebo Valdés, con músicos que podían llevar el título de todos estrellas
.
Entre los trompetistas se encontraban Chilo Morán y Daniel Flores, pero la sección rítmica estaba integrada por Chicho, Modesto Durán, Ramoncito Castro y Yeyo Tamayo. Fue la primera vez que yo vi un okonkolo, el más pequeño de los tambores batá, que tocó Chicho: eso fue para gozar. Todavía siento ñáñaras porque estar ahí valió un potosí y ante Bebo Valdés hay que quitarse el sombrero. Además, fue la segunda vez que hacía equipo con dos tremendísimos soneros: Homero Jiménez y Lalo Montané.
La primera ocasión había sido con Memo Salamanca para terminar un proyecto inconcluso de Pérez Prado. Memo también formó parte de esa orquesta que dejó honda huella en mí, sobre todo porque en ese tiempo éste, su enkobio, era un fiñe. Entre lo que se grabó está una guajira instrumental que Pilón, perdón por no saber su nombre, le dio una interpretación maravillosa.
Me adhiero al duelo que dejó el deceso de Carlos Fuentes, para quien tuve la oportunidad de amenizar una fiesta que se celebró en su casa. También doy las las gracias a María Rojo por acordarse de éste, su admirador de siempre. Hago extensiva la admiración para Héctor Bonilla porque Rojo amanecer no fue cualquier mengambrea. ¡Vale!