as diversas impugnaciones que se han hecho desde el PRD y el PAN deben ser plenamente desahogadas con rigor jurídico y sensibilidad política. Para sectores de la sociedad existe el convencimiento de que las elecciones presidenciales no fueron equitativas por el uso de prácticas ilegales en el manejo de recursos públicos, en el uso mediático y en el manejo clientelar de la pobreza.
El hecho es que aún asumiendo los resultados electorales oficiales hasta el día de hoy, el PRI habría ganado con poco más de un tercio del total de votos emitidos y menos de un cuarto del total de los ciudadanos inscritos en el padrón. Este es un país de tres tercios en elecciones nacionales, lo cual genera cuatro dilemas.
Primer dilema: el presunto ganador. Un sector del PRI trató de conseguir mayorías artificiales a través de reformas legislativas. Ese camino se probó imposible. Por tanto, organizó su campaña a través del manejo de expectativas para establecer en el ánimo de los ciudadanos la idea de un triunfo anticipado. Esta estrategia hizo agua con el surgimiento del movimiento #YoSoy132, que rompió la percepción del triunfo inevitable del PRI. Su dilema es si mantiene el propósito de un gobierno de carro completo o comienza a ajustar su estrategia bajo el principio más realista de gobernar en la pluralidad.
Segundo dilema: las izquierdas partidistas. La unidad de los dos aspirantes a la candidatura presidencial de las izquierdas rompió una lógica suicida que hubiera llevado a su derrota. La buena campaña de AMLO redujo drásticamente los negativos que cargaba producto de campañas sucias y errores cometidos en 2006. Pero su candidatura se volvió competitiva gracias a la emergencia del movimiento #YoSoy132. Hoy siendo la segunda fuerza electoral y parlamentaria las izquierdas partidistas se enfrentan a un dilema: o partido parlamentario de oposición o movimiento de insurgencia cívica. Ambas opciones han cohabitado en el pasado con enormes costos y expresan sensibilidades que ya no coexisten orgánicamente.
Tercer dilema: el movimiento #YoSoy132. El #YoSoy132 enfrenta un doble dilema. Por una parte cómo garantizar la unidad de la movilización que supone que universidades privadas y públicas del DF y del resto del país avancen de manera conjunta, hacia formas más transparentes de representación política y estudiantil. Es decir, como transitar de la movilización a la organización. Íntimamente ligado a lo anterior, cómo consensar ese tránsito, estableciendo formas de deliberación política que garanticen participación de las bases sociales y consolidación de una dirigencia colectiva. La clave está en la autonomía del movimiento frente al gobierno, los partidos y otras organizaciones sociales. No es autarquía, sino autonomía porque garantiza agrupar lo diverso desde la autogestión local. El otro camino que han seguido muchas movilizaciones termina en la dinámica de acumulación de agravios reales y dolorosos, pero que expresada por minorías intensas, gana en rigidez discursiva lo que pierde en convocatoria.
Los poderes facticos también tienen un dilema. Pueden seguir por el camino de acumular prebendas y recursos confiando que la fragmentación social, el control represivo y la manipulación mediática eviten movilizaciones sociales que los pongan en riesgo, o rectifican hacia la reducción de privilegios y moderación de la opulencia.
Bien resueltos estos dilemas se pueden encauzar hacia la prefiguración de un gran compromiso histórico entre todas las fuerzas relevantes del país.
Se trata de confiar no en los buenos instintos de los actores sino en una mezcla de iniciativas ciudadanas, responsabilidades políticas y sentido de preservación de las elites. Para ello se necesita, como lo dijera Regis Debray hablando de las movilizaciones de 2011: fervor poético, intransigencia moral y moderación política.
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