a gira del virtual aspirante a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano, Mitt Romney, por Europa y Medio Oriente ha estado marcada por dislates verbales que ponen en entredicho la imagen de estadista
y líder internacional
que el propio precandidato ha buscado construirse con el referido periplo, y que siembran preocupaciones en torno al cariz de la política exterior de una eventual presidencia del ex gobernador de Massachusetts.
Los problemas de Romney se iniciaron desde su paso por Londres, donde criticó las medidas de seguridad adoptadas por los organizadores de los Juegos Olímpicos que se desarrollan en esa capital, lo que le granjeó duras críticas de autoridades y medios ingleses, y evocó la torpeza y la insensibilidad con que solía conducirse el ex presidente George W. Bush incluso frente a sus aliados europeos.
Mucho más graves y preocupantes fueron las afirmaciones de Romney en torno a las más importantes tensiones regionales en Medio Oriente. Ayer, en Jerusalén, el aspirante presidencial republicano se refirió a esa ciudad –disputada por israelíes y palestinos como parte de sus respectivos territorios– como la capital de Israel
. Con tal reconocimiento, el político conservador pasó por alto el amplio consenso de una comunidad internacional –Estados Unidos incluido– que considera a Tel Aviv, no a Jerusalén, la capital del Estado hebreo; atizó innecesariamente el fuego de uno de los aspectos más problemáticos de la confrontación entre israelíes y palestinos, y puso de manifiesto su desprecio a los resolutivos adoptados por la ONU en torno a dicho conflicto, los cuales, entre otras cosas, estipulan la devolución a sus legítimos dueños de la porción oriental de esa urbe (Al Qods), en los límites que se tenían antes de la Guerra de los Seis Días, en 1967.
Por lo demás, el ex gobernador de Massachusetts respaldó también el derecho de Israel a la autodefensa ante la amenaza del rearme nuclear de Irán
, y afirmó que Washington y Tel Aviv servimos la misma causa y tenemos los mismos enemigos
. A esas declaraciones se suman las aseveraciones formuladas por uno de los asesores de Romney de que éste respaldaría una agresión militar de Israel en contra de Irán, en caso de que este último país decida no frenar su programa nuclear. Tales señalamientos traen inevitablemente a la memoria la catastrófica doctrina de la guerra preventiva aplicada por el anterior gobierno estadunidense en Irak y Afganistán; pasan por alto la consideración elemental de que la principal amenaza para la paz en Medio Oriente no es Teherán, sino Tel Aviv –respaldado en forma inequívoca por Washington y sus aliados–, y constituyen en sí mismos un factor de desestabilización del frágil equilibrio en la región.
En suma, el periplo emprendido por Romney, aunque breve, permite hacerse una idea precisa de lo que podría esperar al mundo en caso de que el republicano llegue a la Casa Blanca en los comicios de noviembre próximo: profundización de la inmoralidad de Estados Unidos ante el conflicto palestino-israelí, avance de las posturas belicistas y de la arrogancia imperial que caracterizan a Washington y agudización de las tensiones internacionales promovidas y auspiciadas por ese gobierno. En pocas palabras, las próximas elecciones en el vecino país del norte colocan a la comunidad internacional en una disyuntiva entre la continuidad del decepcionante desempeño de la administración Obama en materia de política exterior o el retroceso a los tiempos de George W. Bush.