or enésima ocasión en lo que va del año, los mercados bursátiles europeos sufrieron ayer una jornada de desplomes generalizados: desde caídas leves, como la de la bolsa de Londres (que perdió 0.88 por ciento en su principal indicador), hasta descalabros considerables en Milán (4.2 por ciento) y Madrid (5.16 por ciento). Por añadidura, las bajas en los mercados de valores de España e Italia –que completan junto con Grecia y Portugal el listado de economías en serias dificultades dentro de la eurozona– se complementaron con los incrementos en sus respectivas primas de riesgo.
El desplome bursátil de ayer es atruibuido al decepcionante anuncio del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, quien la semana pasada había ofrecido enunciar acciones concretas este jueves y hacer todo lo necesario
para superar la crisis que se vive en el viejo continente, y que ayer, sin embargo, informó que la entidad a su cargo no emitirá bonos para adquirir deuda soberana de los países en problemas ni recurrirá a otras medidas no convencionales
en lo inmediato, como habían solicitado un grupo de naciones –con Francia a la cabeza–, y como habrían aconsejado el buen juicio y el sentido común, si lo que se quiere es evitar que Europa siga descendiendo por una espiral recesiva.
De tal forma, el funcionario condicionó la posibilidad de ayuda a los países en apuros a que éstos la soliciten previamente al Fondo de Rescate Europeo –lo que supondría aceptar la aplicación de los ajustes macroeconómicos diseñados por Bruselas– y terminó por ceder, con ello, a las presiones del gobierno alemán y a su empecinamiento por hacer frente a la actual crisis mediante recetas que, se sabe desde siempre, son un lastre para la reactivación de las economías.
La desilusión que se tradujo en los desplomes bursátiles de ayer no es gratuita, pues hasta ahora las medidas adoptadas en países como Grecia o España en nada han ayudado a la recuperación de las economías nacionales y regional; por el contrario, la adopción de los planes de ajuste impuestos desde Berlín ha terminado por profundizar las dificultades de esas naciones, sometidas a oleadas de despidos y de recortes presupuestales, y las ha orillado a la perspectiva de nuevas espirales de ingobernabilidad y de pasmo institucional. Es contradictorio que el propio Mario Draghi haya afirmado ayer que el euro es irreversible
, cuando el rumbo de acción adoptado por las autoridades europeas alberga el riesgo de que las naciones más pobres y dependientes del viejo continente –particularmente el país helénico–, atrapadas entre los dictados de Bruselas y la presión social de sus respectivas poblaciones, terminen por abandonar la moneda común.
La eventual salida de un solo país de la eurozona podría generar un efecto dominó en el continente y llevarlo a una depresión económica sin precedente en la historia. En tal circunstancia, las exigencias europeas –más propiamente alemanas– de sacrificar a las poblaciones y su renuencia a apoyar financieramente a las administraciones públicas de los países en problemas puede resultar muy peligrosa para la región y para el mundo.
Cabe esperar, por ello, que los órganos políticos y económicos supranacionales del viejo continente, acaso con el contrapeso que representa el gobierno francés de François Hollande, sean capaces de ver hacia adelante y de emprender, por el bien de todos los europeos, un viraje en sus desastrosas políticas de ajuste.