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ay grandes personajes con muy poca cordura a los que la Providencia viste con ropa muy fina
(Oscar Wilde, La duquesa de Padua). Un amor loco (L’amour fou), primer largometraje del francés Pierre Thorreton, es un documental sobre el diseñador de modas Yves Saint Laurent y su larga relación profesional y amorosa con el empresario y mecenas Pierre Bergé.
Dos años después de la muerte del creador, en 2008, a los 72 años, su pareja sentimental acepta abordar algunos de los aspectos más reveladores de la personalidad del diseñador. Thorreton accede a respetar el punto de vista de su interlocutor y se limita a esbozar, con entrevistas y documentos de archivo, los inicios de la carrera del artista y su impacto en el mundo de la alta costura.
La evocación sentimental de Bergé refiere como momento culminante su encuentro con Saint Laurent durante el sepelio del emblemático diseñador de modas Christian Dior, maestro y protector del tímido joven de 21 años que muy pronto tomará el relevo prestigioso. Desde ese año, 1957, la pareja será inseparable.
Ante las primeras dificultades del joven para retomar el liderazgo de la moda, debido en parte a sus ideas políticas de izquierda, Bergé aporta el apoyo moral y los recursos necesarios para que Yves Saint Laurent rompa con su primera figura tutelar e inaugure su propia casa de modas, lanzando colecciones novedosas e imponiendo un estilo muy provocador.
Si Chanel había liberado a la mujer del corsé decimonónico con el desparpajo de una ropa suelta y elegante, levemente masculinizada, Saint Laurent dará un paso más aventurado aún, dotando de un toque andrógino a la apariencia femenina. Él lo dice de modo inmejorable: Esta mujer andrógina que con su vestido se emparenta al hombre trastorna la imagen tradicional de la femineidad clásica y despliega todas las armas secretas de las que sólo ella tiene el secreto
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Son vestidos con formas geométricas que esconden las formas y evocan el misterio, atuendos diseñados a partir de obras pictóricas (colección Mondrian), trajes de novia que acentúan las desnudeces, pechos cónicos que derriban la representación tradicional del cuerpo femenino y que años después retomará la cantante pop Madonna, y es también la democratización de la alta costura en los diseños accesibles del prêt-à-porter, que combinan sobriedad y audacia estilística.
Esta modernidad tendrá a su vez competidores y seguidores (Jean Paul Gaultier, Karl Lagerfeld, Valentino, entre otros), y un Pierre Bergé, el amante y testigo privilegiado que en este documental revela facetas menos conocidas del diseñador y sobre todo la pasión que compartieron como coleccionistas de obras de arte.
El lugar común es inevitable: el dinero y la fama no procuran la felicidad ni la tranquilidad espiritual. Eso lo sabemos desde los clásicos griegos hasta ese clásico cinematográfico que es El ciudadano Kane, de Orson Welles.
Sin embargo, lo que además muestra Un amor loco es la increíble fragilidad de un hombre al que la fama precoz priva para siempre de todo goce juvenil y espontáneo. Yves Saint Laurent es un hombre envejecido y célebre antes de llegar a los 30 años, un ser increíblemente solitario en medio de las multitudes de sus galas y desfiles de moda.
Este hombre tiene como gran deseo una cama inmensa llena de gente, cuando aparentemente vive feliz al lado de su pareja, y como gran temor una posible calvicie, cuando su cabello es la envidia de quienes le rodean.
El temor de la pérdida es abrumador. Acumula pinturas y esculturas de artistas famosos, construye magníficas residencias de verano en Francia y en Marruecos, colmadas de objetos y tristemente deshabitadas, se identifica luego con Marcel Proust y a cada espacio de la mansión extravagante le coloca el nombre de un personaje del novelista.
Si hay un amor loco en esta película, no es ciertamente el del largo entendimiento amoroso de la pareja, con sus disputas convencionales y sus reacomodos hogareños, sino el desmesurado y muy compartido amor por la posesión de bienes y riquezas, el gusto por el roce social a los más altos niveles, acompañado de la estrepitosa caída de Saint Laurent en la mundanidad, el alcohol, el sexo anónimo y las drogas, para consternación de un Bergé que asiste impotente a la decadencia física y anímica del cómplice depresivo.
El saldo es patético y levemente esperanzador: la expiación o la salvación moral del empresario sobreviviente tiene como trámites la venta en subasta de la colección, luego de la muerte del artista, la renovación de viejas simpatías socialistas y un vigoroso mecenazgo en la lucha contra el sida. Un ritual de duelo en escala monumental, del que esta película sólo es uno de los episodios más difundidos.
Se exhibe en Cinépolis y otras salas comerciales.