Atracos caniculares
ulio de 2006 fue el mes más caluroso registrado en París en 150 años, y el más caluroso en Francia de los anteriores 50 años, con temperaturas nocturnas de 27º centígrados y diurnas de hasta 41º. En aquel año pudimos ver la cima de Torre Eiffel curvada en sentido opuesto al sol, que la dilataba. Pero hubo hechos más sorprendentes, como el trágico deceso de centenas de personas mayores cuyos cuerpos debieron esperar en los congeladores de la central de abasto de Rungis.
Siendo París la ciudad con más departamentos unipersonales en el mundo, en muchos se alojan ancianos o ancianas que viven gracias a la venta anticipada de su propiedad –pagada en forma de renta mensual vitalicia, lo que resulta ventajoso para el comprador, si el propietario muere pronto, o a la inversa, puede representarle una inversión del doble de su valor si resultó ser muy longevo–, pero, como sea, el Estado también proporciona a los adultos mayores una ayuda domiciliaria periódica: para llevarles abastecimiento, preparar alimentos, limpiar la habitación, eventualmente ayudarles a bañarse, en fin. Ayuda que fue insuficiente durante aquella canícula para impedir la muerte por deshidratación de tantos ancianos que, dada la costumbre francesa de guardar el cuerpo del difunto durante tres días antes de inhumarle o cremarle, no hubo bastantes lugares refrigerados para conservarlos.
Viene a cuento recordar todo esto porque desde entonces, durante el verano, las autoridades municipales despliegan su programa de vigilancia canicular
, programa que ha sido aprovechado al menos en cuatro ocasiones en la ciudad de Rennes por dos atracadoras: mientras una entrevista a la persona sobre el calor, la otra empaca todo lo que encuentra de valor. Pareciera que también por allá el agua está que hierve.
Yuriria Iturriaga