ermina el sexenio caracterizado por la guerra al crimen organizado que dejó ensangrentado nuevamente el campo y las ciudades en el país (¿100 mil muertes?). Los familiares en ocasiones sólo expresan soledad y dolor consecuentemente. En otras se observan diversas formas para mitigar la angustia; alcohol, música, negación, deseo de venganza, pero, lo que prevalece inconmovible es el sentimiento de muerte y por más intentos que se hagan por eludirla subsistirán, ¿cuál será el destino de los hijos huérfanos de las jóvenes víctimas de la guerra? Neurosis traumáticas de difícil o imposible elaboración.
Mientras tanto:
Guitarras, lloren guitarras
violines, lloren también
no dejen que yo me vaya
con el silencio de su cantar.
Gritemos a pecho abierto,
un canto que haga temblar,
al mundo que es un gran puerto,
donde unos vienen
y otros se van.
Ahora me tocaba a mí dejarla
ahora me toca a mí marchar,
guitarras, lloren guitarras
que ahí queda llena de amor
prendido de cada cuerda
llorando mares mi corazón.
O bien cantando al paisaje, piedras y viento
Soy como el viento que pasa,
soy como el viento que corre
alrededor de este mundo,
que anda entre muchos placeres,
pero no es suyo ninguno.
Soy como el pájaro en rama,
preso y hundido en tu amor
y aunque la jaula sea de oro
no deja de ser prisión.
Háblenme montes y valles,
grítenme piedras del campo,
cuándo habían visto en la vida,
amar como estoy amando,
querer como estoy queriendo,
morir como estoy muriendo.
La moderna costumbre de incinerar a los muertos, daba pie a dejar como última voluntad el que las cenizas fueran regadas en los ríos, mares o montículos cercanos. En las montañas, siempre en la interminable montaña, que decía don Silvio Zavala, hay una profunda calma y no hay nadie que camine sobre las flores silvestres, ni que nadie remueva los muertos de aquí para allá. Menos si la muerte aconteció por bombas, a manos de ametralladoras, decapitación, secuestro o picadillo
en algún paraje montañoso o en la calle de las pequeñas y grandes ciudades. O recibir visitas los días de muertos en medio de descomunales borracheras. Ni que le pongan a las lápidas cursis epitafios con un nombre que regreso a la tierra.
En cambio, uno ya cenizas o cadáver cara al sol
se puede envolver en la tierra en la misma forma que se envolvía con la morena de las parrandas, en vez de tener encima el peso de una losa. Lo que seguramente permitirá descansar más, mejor, más sosegado y menos ahogado, máxime si la vida transcurrió en nuestra agitada ciudad.
El Desierto de los Leones, Salazar y el Ajusco, por ejemplo, con sus árboles corpulentos y frondosos y su brisa húmeda entretejen capas y defiende de los rayos de sol que rara vez se logran deslizar entre las ramas para rozar la verde pradera que mejor cubrirá nuestras cenizas o cuerpos descuartizados ya acariciándose con la tierra que morena tenía que ser y los pájaros por la mañana cantando el seguí dormido entre tus brazos
. Y el musgo entre los árboles será el mejor arreglo en la contemplación de lo negro oscuro, bajo la sombra vegetal.
De la reunión de cenizas con cuerpos al viento en montañas, mares y ríos nacerá poco a poco la ternura y lentamente la sensación voluptuosa de interminables noches rodeadas de violetas de tenue perfume. Las cenizas o cuerpos irán hundiéndose en las humedades de la tierra sin que el más leve grito ni la más leve queja vibren.
Conjunción rítmica de serpientes en ondulación, haciéndose una en medio de placeres desconocidos. Se dice que en la muerte uno dejará los dolores y descansará: nadie dice que se descansará de los placeres en la muerte donde habrá dichas impensables, fantásticas.
Transportado a lo irrepresentable, los contornos se borrarán y los colores desaparecerán y todo será negro, los sonidos más negros y las cosas serán y no serán a la vez, y los espacios se transformarán en algo imposible. Hundidas cenizas y cuerpos en la tierra, atrapados y al mismo tiempo en movimiento, nos amaremos recreando las sensaciones más deliciosas, envueltos en oscuras proyecciones. Todo en medio de un silencio recordatorio de la soledad, pero, también de la compañía de la tierra.
La situación autodestructiva, el fatalismo, la melancolía profunda y la muerte se expresarán en el canto que se volvió himno guerrero:
No vale nada la vida,
la vida no vale nada
comienza siempre llorando
y así llorando se acaba.
Por eso es que en este mundo
la vida no vale nada.