E
l tiempo no respeta lo que se hace sin él
, dice un refrán atribuido a los chinos, supongo que a los antiguos, a menos que ya se hagan refranes en masa. Esta sentencia tiene muchos significados, incluso existenciales, pero otros son muy prácticos, como ocurre con las cuestiones asociadas con la producción, el consumo, el ahorro y la inversión.
Producir lleva tiempo, en algunos casos mucho tiempo, y luego hay que destinar recursos de modo constante para mantener esa producción activa; recursos que, a su vez, requieren tiempo para generarse. Esto sucede también con una serie de servicios y con la infraestructura, por ejemplo, los hospitales y las carreteras.
En distintos momentos las personas cambian sus percepciones económicas del tiempo. En épocas de desempleo, se tiende a consumir menos para tener con qué enfrentar los gastos cotidianos, y los ahorros, cuando los hay, tienden a ser de corto plazo. Así, las recesión se recrea como está ocurriendo en los países de la zona del euro, pero también en Gran Bretaña y en Estados Unidos y con secuelas en otras regiones.
Cuando el ahorro disminuye como proporción del ingreso total que se genera en la economía, o bien se coloca a plazos muy cortos, los bancos no pueden hacer las operaciones de intermediación con las que se financian los proyectos de inversión de largo plazo. Hay, pues, una distorsión del tiempo que reduce el nivel de la actividad económica y no se crea más empleo.
A este proceso se añade que los bancos centrales mantienen abierta la llave para crear más liquidez, es decir, recursos disponibles para las transacciones en el mercado, y por ello se reduce la tasa de interés, lo que hace, de nueva cuenta, poco rentable para quien puede, ahorrar a largo plazo. Añádase a esto que muchas empresas y familias intentan ahora reducir sus niveles de endeudamiento, lo que también lleva tiempo y, mientras tanto, no gastan ni invierten.
La población más joven tiene una percepción del tiempo más larga, y en situaciones de estabilidad y crecimiento adquieren deuda para consumir, comprar una vivienda o invertir, esperando pagarla en distintos periodos de tiempo. Para que eso ocurra deben tener un ingreso y, por lo tanto, un empleo. Cuando eso no ocurre hay aquí un problema severo que muestra el sustrato social del proceso de financiamiento. México es un caso en cuestión.
Cuando la gente va envejeciendo, su percepción del tiempo cambia. A medida que se acerca el retiro, los recursos ahorrados en la forma de una pensión tienen una relevancia más grande. Las pensiones se van construyendo durante el tiempo en que se trabaja y deben ser suficientes para mantener un cierto nivel de vida, que en realidad es el que se pueda en el momento del retiro. Cuando los gobiernos aseguran a las personas una pensión, los recursos deben existir, de otra forma se cargan sobre el resto de la sociedad de manera más costosa e inequitativa.
El ahorro que significa la constitución de las pensiones es esencialmente de tipo forzoso. Hoy, en México, la mayor parte del ahorro se concentra en las Afore y debe administrarse de modo que los costos que se cargan al ahorrador y las inversiones que se hacen de esos fondos hagan que cuando se ejerzan, su rendimiento sea suficiente para que el retiro pueda financiarse. Todo esto tiene al tiempo como dimensión clave para sostenerse.
En Grecia, España e Italia se reducen las pensiones como una forma de ajuste presupuestal ante la crisis fiscal. Esto provoca un efecto adverso de corto plazo para aquellos que están pensionados o a punto de hacerlo, y de más largo plazo para los que están en proceso de constituir sus fondos de retiro y que reciben ahora menor salario o, de plano, están desempleados. Si se proyecta esta situación en el tiempo se advierte cómo se está creando un conflicto social muy relevante.
Los griegos piden ahora más tiempo para arreglar las finanzas públicas en medio de un brutal ajuste, lo que parece más sensato que la demanda de más dinero de los españoles. Pero en la Unión Europea no hay tiempo, o se administra conforme a los criterios alemanes, y el horizonte de las políticas públicas se ha vuelto sumamente corto para acomodar las necesidades sociales.
Esas políticas hicieron del bien común
en esa región, durante los años de la posguerra y luego del fin de las dictaduras, una manera de configurar la sociedad: salud, educación, vivienda, pensiones. Esto se hizo con buenos y malos manejos, como ha quedado en evidencia. Hoy no se pueden proveer y la decadencia es manifiesta.
El sistema financiero se ha trastocado de modo muy significativo en la crisis económica que está en curso desde 2008. La estructura temporal de los depósitos (de corto plazo), no se corresponden con las necesidades de inversión (de largo plazo) para afianzar un nuevo proceso de crecimiento. Los bancos buscan la mayor rentabilidad posible en este entorno con operaciones especulativas.
Tampoco hay recursos, en medio de la quiebra fiscal de los Estados, para sostener el gasto de inversión con el que se recupere la expansión de la economía. Se acrecientan los impuestos en medio de la crisis, aumenta el endeudamiento público, mientras los recursos privados intentan protegerse y se agranda la dislocación de la fuente y el uso de los recursos.