or supuesto, ganar las próximas elecciones y conservar no sólo la presidencia de la República sino también la mayoría en la asamblea es obviamente la condición básica para mantener el proceso bolivariano. Chávez debe ganar –y lo hará– para dar un nuevo golpe a la debilitada derecha y a la presión de Estados Unidos, que recrudecerá una vez terminada la contienda electoral estadunidense, tanto si gana Barack Obama o, con aún mayor razón, si ganase el cavernícola Mitt Romney.
Pero la derecha, que cuenta con el apoyo de más de un tercio del electorado, no está compuesta sólo por oligarcas y fascistas. Amplios sectores de clase media e incluso obreros votarán también por ella porque están descontentos por la inseguridad, la corrupción en el aparato estatal, la imposición de los candidatos en el PSUV (que carece de independencia y es un instrumento burocrático gubernamental) y el verticalismo en la adopción de todas las decisiones. Esos obreros y clasemedieros pobres no son contrarrevolucionarios y agentes del imperialismo, como sus candidatos y dirigentes principales, sino que son conservadores y neoliberales a los que el proceso bolivariano, en vez de meterlos en el mismo saco con los que trabajan para volver al pasado, debería tratar de ganar o neutralizar, para separarlos de quienes hoy los conducen al desastre.
Los que votan por Chávez, al mismo tiempo, no están ciegos ante los problemas derivados de la corrupción, el verticalismo, el burocratismo, la conducción militar de un proceso que exige, en cambio, la más amplia participación decisiva de la población, plena discusión de las diversas opciones posibles para los grandes problemas, control popular de las obras y de las instituciones. Entre ellos hay cientos de miles que se han movilizado, han hecho huelgas que fueron reprimidas y se oponen a la forma de elección de los candidatos, muchas veces autoritarios y burócratas, y a la asfixia de la democracia de base, pero, no obstante –por madurez política,– votarán por Chávez contra la derecha nacional e internacional sin dejarse engañar por la propaganda seudoizquierdista de los lobos disfrazados de cordero que siguen a Cardiles.
Las elecciones deberían ser la ocasión para favorecer su autorganización y su politización, porque la base del chavismo es la garantía de preservación del proceso bolivariano, así como fue la fuerza que derrotó en las calles a los golpistas con su movilización cuando se dio el golpe que depuso a Chávez.
En vez de presentar una candidatura independiente y antichavista, como la del sindicalista combativo Orlando Chirino, separando a los socialistas de los chavistas, la izquierda revolucionaria habría debido trabajar junto a los chavistas partidarios del socialismo para fortalecer la autorganización de los trabajadores y, una vez derrotada la derecha, presentar batalla en mejores condiciones contra el verticalismo y los burócratas-tecnócratas que esperan la desaparición de Hugo Chávez para controlar el aparato estatal. Porque las grandes batallas se darán después de octubre.
Por un lado, porque la derrota electoral de la derecha sólo le deja el camino del golpe (que hoy no puede dar) o del asesinato de Chávez y la obliga a cortejar a la derecha burocrática chavista para el postchavismo. En efecto, la otra posibilidad –una invasión desde Colombia– quedó ahora descartada o postergada por el triunfo de la diplomacia cubana y venezolana que pacificó la frontera colombiano-venezolana, al abrir el camino para la paz entre el gobierno de Bogotá y las FARC y el ELN, lo que quita pretextos a los militares derechistas colombianos y a Estados Unidos para cualquier provocación y, al mismo tiempo, alienta el retorno a sus tierras de cientos de miles de campesinos desplazados, que se enfrentarán con los paramilitares y los narcos.
Por otro lado, porque Chávez, con su decisionismo, no permitió el desarrollo de un equipo revolucionario que pueda remplazarlo y, por el contrario, dio poder a gente conservadora y derechista que él considera leal a su persona, como Diosdado Cabello y tantos otros. El bonapartismo abre siempre el camino a la transición burocrática hacia la contrarrevolución; por tanto, para evitar ese peligro, la victoria electoral deberá dar las bases para que el pueblo venezolano cree y desarrolle su propio poder de base frente a quienes quieren tenerlo sólo como masa de maniobra y sustituirlo.
Las elecciones son una mezcla entre un proceso democrático y legal de resolución de los conflictos, una aguda lucha de clases disfrazada y mediada, y una disputa en el seno del proceso bolivariano mismo entre una casta burocrático-tecnocrática que se está afirmando en el gobierno, Hugo Chávez que se mueve de modo bonapartista y, por último, la puja popular por construir elementos de poder popular. La evolución del precio mundial del petróleo, que determina los márgenes de que dispone el gobierno de Chávez y la evolución de la salud del propio comandante, son dos elementos incontrolables y que seguirán teniendo gran peso en la evolución del proceso bolivariano después de las elecciones de octubre. Porque si el precio del petróleo cayese a causa del menor consumo mundial debido a la crisis, se agudizará la disputa por la distribución de los ingresos entre las diversas clases y sectores y, si la enfermedad del presidente recrudeciera en 2013, la lucha por sustituirlo pondría en el orden del día una alianza entre la derecha chavista y el sector más negociador de la oposición para controlar el poder en una especie de golpe de Estado incruento y burocrático. Por eso es fundamental utilizar las elecciones para sembrar ideas socialistas, aumentar la politización y la conciencia en los trabajadores y el pueblo, construir poder popular luchando por el triunfo de Chávez pero sin subordinarse al chavismo burocratizado.