aaloula. Siria. El domingo es buen día para viajar a Maaloula. Higueras, olivos y vides flanquean al camino y por un momento puede uno olvidar que Siria vive una tragedia épica. Cierto, no hay que dar vuelta a la derecha hacia Tel, donde el Ejército Árabe Sirio tiene dificultades con el Ejército Sirio Libre y existen 35 retenes militares en el viaje de 160 kilómetros a Damasco, pero en las frías montañas al este de la frontera libanesa cristianos y musulmanes conviven como han hecho a lo largo de mil 300 años. Sin embargo, la historia no los deja en paz.
Entremos a la maravillosa iglesia católica de San Sarkis y encontraremos pinturas de dos soldados romanos acantonados en el fuerte imperial de Rasafa, al norte de Palmira, que se convirtieron al cristianismo y se encontraron en una situación típicamente siria. Sergio y Pixos molestaron al gran líder de Roma –el imperio aún no abandonaba a Júpiter, Venus, Baco y demás–, quien ordenó su ejecución. Los dos legionarios se refugiaron en Maaloula, predicando el cristianismo, hasta que el largo brazo de los servicios de inteligencia romanos los encontró, y fueron llevados en cadenas a Rasafa y degollados por órdenes del emperador. Miro al anciano que relata la historia y los dos asentimos en tácito acuerdo sobre su relevancia actual. Sergio y Pixos eran desertores.
Sobre el templo romano de Maaloula fue construida la iglesia, y de allí llegó en 1942 el dos veces herido general Wladyslaw Anders, quien condujo a sus 75 mil exhaustos soldados polacos desde su presidio soviético a través de Tierra Santa para unirse a los aliados en la Segunda Guerra Mundial y luego a la batalla de Monte Casino. Anders dio a la iglesia de Maaloula un bello icono de Cristo; lo encontré dentro del portal del frente, con el nombre del general escrito en la base, pero sin ningún recordatorio sobre su misión. Su valiente Segundo Cuerpo Polaco fue condenado por el gobierno comunista de posguerra de su país como una legión de desertores.
Maaloula, desde luego, es conocida también por razones más benignas. Su pueblo, como todo turista sabe, aún habla el arameo, el idioma de Cristo –Damasco fue parte del imperio arameo–, y cuando pedí a una joven que dijera el padrenuestro en su idioma me sonó un poco a hebreo. El suspicaz Fisk se pregunta si será ésa la razón por la que, si bien existe un lenguaje escrito, la gente de Maaloula no lo aprende. ¿Será que el árabe y el hebreo descienden del arameo? Los estudiosos, palabra que siempre me parece extraña, aún no deciden al respecto.
Así pues, converso con el anciano padre Fayez, quien funge como sacerdote local y se niega a hablar de política, pero insiste en que sus feligreses, con sus viejas casas pintadas de azul, conviven con sus vecinos musulmanes; de hecho, los 20 mil cristianos y musulmanes que viven en tres aldeas aún hablan el arameo. Pero la luz solar y una sombra de claros contornos en el atrio de la iglesia reflejan la oscuridad que ha caído sobre la vida de estas personas. Se han cometido tres secuestros de cristianos, refiere el sacerdote; los tres cautivos fueron liberados tras el pago del rescate.
Luego el dueño de un restaurante cristiano salió a una aldea cercana para contratar a algunos trabajadores musulmanes y fue secuestrado en el camino. El Ejército Sirio Libre lo trajo de vuelta a Maaloula.
Me dirijo en auto a Seidnaya, cuya iglesia está construida, al estilo de Pedro, sobre una roca: la basílica de Seid Naya –la Santa Virgen, en sirio–, donde encuentro un puñado de huérfanos y un recluta del ejército sirio que en sus horas francas limpia los pisos y lleva agua a los niños.
Y entonces una monja enojada aparece en su hábito negro, aleteando como un cuervo, con unos lentes sin armazón sujetos con alfileres a su tocado. “Ustedes los periodistas quieren hacer daño a este país –gorjea–. Antes de la guerra vivíamos en paz. Teníamos fiestas, vacaciones; mujeres y niños podían caminar por las calles a medianoche.”
Se aleja, pero al cabo vuelve, como yo sospechaba, para un segundo asalto. Tiene una historia que contar, porque el Espíritu Santo –mientras tal vez se desliza por los estrechos corredores de fría piedra de Seid Naya– no puede evitar que la violencia toque la iglesia. “Un joven quería venir a orar por su boda, porque iba a casarse con una muchacha de aquí –dice la monja–. Pero hoy supimos que su padre murió en la masacre de Deraya”.
Hago una consulta a la hermana Stephanie Haddad, la que dijo que Seid Naya era un lugar pacífico –hace siete meses pasó por encima de los proyectiles que dieron en el monasterio, disparados supuestamente por el Ejército Sirio Libre–, y que ahora da albergue a refugiados de Homs, Hama, Tel y de la misma Deraya. La pregunta es obvia: ¿qué haría Jesús si apareciera hoy en Siria? Si viniera ahora, diría a la gente: no maten, no incendien, secuestren ni roben. Todo está mencionado en la Biblia.
Hay 20 mil almas en Seid Naya, entre musulmanes sunitas, ortodoxos griegos y católicos; existen 13 iglesias y dos mezquitas, y por lo menos
dos mujeres cristianas casadas con musulmanes. Interpreten esto como gusten.
A la salida de la ciudad me encuentro con un grupo de civiles en un retén militar formado con costales de arena. Aprobados por el gobierno, desde luego. Sonríen. Y están armados.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya