riedrich Gulda se presentaba en el teatro Colón, y yo sin un peso partido al medio. Avisado de tan horrenda situación, un crítico de música me rescató del pozo. Mostrando dos entradas para el concierto, dijo: ¿Cuál te gusta?
Elegí una corbata, y allí estuvimos.
En el intermedio, mi benefactor comentó:
“No es para tanto, che… musicalidad sin resonancia, acordes fallidos… ¡qué se yo!… ¿no lo sentiste algo desafinado? ¡Y esa ocurrencia de tocar sin pedal!”
Con rara mezcla de fastidio y agradecimiento, regresé a la sala. ¡El experto oidor amagaba con arruinarme la velada! Felizmente, el piano de Gulda se impuso con su magia, y el exigente auditorio del Colón quedó en estado de levitación. Con excepción del oidor, claro.
Caí en cuenta de que mi benefactor pertenecía al gremio de los observantes, legendaria cofradía de origen persa-pitagórico cuya catequesis consiste en negar una verdad absoluta (el goce del auditorio), oponiéndola a una verdad relativa (el sufrimiento del oidor experto). O bien, cuando la gente putea porque los huevos están carísimos, y los gobernantes responden qué bueno que haya libertad de expresión
.
Así transcurrían los gloriosos días de mi juventud, entre reflexiones, lecturas, música, estudios, deportes y tertulias políticas, en las que un pelirrojo peinado con fijador y raya al medio, trosco, cácaro, bizco y observante, miraba a mi novia de un modo sospechoso.
Punto de agenda: Guerra de los Seis Días
(1967). Asunto que obligaba a desmenuzar el origen del sionismo, doctrina que la ONU de los años 70 calificó de racista, y que en el decenio siguiente la revolución conservadora
de Margaret Thatcher y Ronald Reagan vio con otros lentes. Hoy, la observante Wikipedia advierte que la crítica del sionismo conlleva nuevas formas de antisemitismo
.
Los observantes pueden ser creyentes o ateos, pero no son, exactamente, optimistas o pesimistas. Son cínicos. Y cómo no, si no viven y no permiten vivir para cumplir con lo mandado
. En otras épocas, los observantes echaban paja a la hoguera de los réprobos, y en la nuestra se hacen la paja buscándolos con frenesí inquisitorial.
Salvo honrosas excepciones (Albert Einstein, Hannah Arendt y otros), los judíos de posguerra creían que la fundación de Israel traería algo de paz y concordia a la humanidad. Sin embargo, a la utopía siguió el desengaño.
Los alemanes han reconocido su complicidad en la solución final
, y que los nazis usurparon la identidad de la cultura que inspiró a Bach, Mozart, Goethe, la Bauhaus. Los israelíes, en cambio, viven cautivos de la histeria colectiva
(Ilan Pappe), negándose a entender que los sionistas usurparon el legado de Maimónides, Spinoza, Marx, Buber y tantos pensadores, luchadores y artistas judíos.
¿Cuál ha sido el aporte del sionismo a la cultura universal? ¿Los delirios chovinistas de Teodoro Herzl? ¿El fascismo judío del guerrero Zev Jabotinsky? ¿El magnífico fusil de asalto Galil, versión mejorada del AK-47 ruso? ¿Sus asesores militares y eficientes
métodos de tortura? ¿El mesianismo de Benjamin Netanyahu, quien propone erigir el tercer templo
sobre la mezquita de Omar?
Nunca hubo conflicto
árabe-israelí. Lo que hubo y lo que hay es una guerra de conquista impulsada por un Estado que carece de constitución, rige sus leyes con lecturas mañosas de la Biblia, expande sus fronteras ocupando territorios, y educa a los niños en el odio a islámicos y árabes, que se conjuga con el desprecio a los judíos de África, Asia y Medio Oriente (mizrahim).
¿Hay diferencias entre Israel y las teocracias de Irán y Arabia Saudita? Aprobado: la democracia. Mas una democracia donde los ciudadanos deben jurar lealtad al Estado judío
, resignándose a elegir entre candidatos de izquierda
que son de extrema derecha, y los de ultraderecha que son mesiánicos.
¿Y el 25 por ciento de la población que no es judía? ¿Terminarán amurallándola como en Cisjordania, o le aguarda la suerte de los palestinos de Gaza, el campo de concentración a cielo abierto más grande del mundo?
A los guardianes que en Wall Street cuidan el único templo realmente existente les vale si los observantes de Tel Aviv son humillados como en julio de 2006, cuando la milicia libanesa de Hezbolá obligó al repliegue de su invencible
Ejército de Defensa
(sic).
Conformada por un complejo mosaico nacional, la sociedad israelí ya no sabe cómo evitar la autodestrucción. Y los judíos y no judíos conscientes piensan que la razón triunfará cuando los sionistas dejen de endosar su propio terrorismo armado y verbal a los que luchan contra la ocupación, dándose un Estado auténticamente democrático, laico y generoso con los millones de refugiados palestinos.
¿Histeria o historia? Frente a las guerras preventivas
que en Washington y Tel Aviv los políticos impulsan con más entusiasmo que los militares, la parábola del buen samaritano
y las enseñanzas del judío Hillel, maestro de Jesucristo, seguirán siendo necesarias. Y la música de Friedrich Gulda, también.