hora que nos invade la marea de la crónica roja y la novela de sangre, justificada por lo demás por el gran fracaso de la guerra contra el crimen organizado, refresca el ambiente de las novedades literarias Perverso, de Patricia Plaza.
No había leído nada de esta escritora española radicada en Houston que terminó trabajando para la FBI. Tampoco era mucho: Mosaico de una despedida, su primer libro, fue publicado en 2001 y ahora resulta prácticamente inconseguible.
Cuando uno se encuentra con autores que no conoce, siempre resulta efectivo aplicar la técnica que Fernando Benítez me regaló para detectar si un libro fue escrito para nosotros: basta abrirlo en cualquier página. Si el texto nos atrapa tiene sentido leerlo. De lo contrario lo recomendable es olvidarnos, por el momento, de él. No es un pecado dejar en un estante incluso a un clásico; simplemente no fue escrito para nosotros en ese momento.
Quizá la técnica de Benítez también resulte para algunos un poco injusta porque todo libro tiene sus altas y sus bajas: existen buenos textos con alguna página ripiosa, mientras que otros sólo podrían justificar su peso por la página que el azar nos brindó cuando decidimos abrirlo… y eso no es poca cosa. En literatura no es un error reducir el todo por la parte: la parte es el todo aunque se encuentre perdida entre cientos de páginas.
Las buenas novelas nos revelan un mundo, las mejores nos emocionan. La prosa imantada de Patricia Plaza en Perverso, es emocionante: su centro es la seducción, la intimidad perturbada.
Patricia Plaza recupera en Perverso, al género epistolar. Un recurso que utilizó Dostoyevski en Pobres gentes con gran eficacia.
Todo intercambio epistolar nos muestra desde su inicio la coincidencia de dos mundos. Es un diálogo diferido, una conversación donde el silencio o el tiempo de espera nos dicen más que mil palabras. Quien escribe una carta no sólo piensa en el otro: piensa al otro, le da peso y forma, volumen, existencia mientras lo escucha en silencio. El decir y el no decir en una correspondencia es un hacer.
Federico Sánchez Mondragón, un famoso escritor setentón y Piropo, una joven redactora son los protagonistas de Perverso. Ambos se valen de la escritura como una efectiva forma de seducción. Sus diálogos silenciosos elevan la temperatura de la novela al jugar cada vez más con un lenguaje intimista que termina por desnudarlos.
Y ya separados de la retórica, expuestos el uno al otro por voluntad propia, deciden desdoblarse en dos personajes que han inscrito sus nombres en los anales de la eternidad que sólo otorgan los lectores: Henry Miller y Anaïs Nin, dos símbolos de la historia erótica de todos los tiempos.
Pero lejos de que Piropo se asuma como Anaïs, es el viejo verde quien decide travestirse y hacerse pasar por la ardiente escritora. Piropo, mientras tanto, juega a jugar el rol del viril autor de Trópico de cáncer.
Federico Sánchez Mondragón y Piropo no son perversos por su gran diferencia de edades, ni por ponerle cuernos a sus respectivas parejas sino por subvertir el rol de la pareja que hacen un hombre y una mujer.
Con una prosa ligera sin resultar banal y con múltiples guiños literarios sin pedantería Perverso también ofrece al lector una serie de agudas reflexiones sobre las vulgaridades de la sociedad española y sobre los absurdos y contradicciones que atraen y causan repulsa de la sociedad estadunidense.
En estos días de penuria por la guerra idiota contra el narco, Perverso aligera el ambiente por desviar nuestras miradas al arte de la seducción, al juego del encantamiento por el poder de la prosa, a la perversidad de un erotismo que puede convertirse en farsa, en teatro del absurdo, en esa comedia que muchas veces no vemos porque la tenemos enfrente.