Opinión
Ver día anteriorMartes 11 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Museo Tamayo remodelado
S

e ha discutido, y con sobrada razón, la denominación que llevan las salas del museo Tamayo. La primera (y principal) está dedicada al propio artista y vale la pena observarla con detenimiento, porque hay piezas que hace décadas no se veían y quizá algunas resulten prácticamente desconocidas incluso entre los admiradores del maestro.

Esa sala es la que llevó inicialmente el nombre de Hank Rohn y actualmente lo ostenta como ¡patrocinador!, no como titular. La cuestión podría dirimirse otorgando nombres históricos a esos recintos. Por ejemplo, sala Octavio Paz recordando su libro sobre Tamayo publicado en 1950. En caracteres de menor tamaño quedarían consignados en cada caso el nombre de los patrocinadores, así resultaría que si las promesas de mantenimiento y subsidio no se cumplen, se remplazan por otros... Pero los títulos de las salas siempre corresponderían a personajes tipo Alfonso Reyes o Carlos Pellicer, etcétera.

Esa primera sala amerita detenimiento y observación y es la que congrega mayor número de visitantes atentos.

Contiene varias piezas cedidas en préstamo, provenientes muchas de la colección Lewin, de Los Ángeles, pertenecientes hoy día al acervo de Los Angeles County Museum of Art (LACMA).

Entre ellas hay un Autorretrato de 1968 en el que Tamayo se autorretrata a través de la huella de su mano. Una estructura en línea de fuga acelerada (reminiscencia de Giorgio de Chirico) parecería un catafalco muticolor si atendemos al año de ejecución, pero ésta es sólo una posible interpretación, aludiendo al vaso transparente que contiene botones de flores y a la zona púrpura que hace de marco dentro de la misma tela. Posiblemente el curador del museo, Juan Carlos Pereda, pudiera dar al respecto una explicación más precisa.

La museografía congrega trabajos por temas: sandías, obras tempranas, figura humana, paisaje, etcétera, todo sobre fondo blanco uniforme, cosa no muy propicia para retener mentalmente la colocación de las obras.

Aunque la producción de Tamayo es extremamente nutrida, la muestra da cuenta de algunos de sus giros. Por ejemplo, la obra más temprana es un caserío (zona paisaje) de 1921 de cariz posimpresionista y temática local, quizá fue abocetada a la vista de lo que el pintor tenía enfrente, guarda reminiscencias con piezas de Gauguin de la época impresionista y lo flanquea una composición de 1925 que es un paisaje citadino, con cable de luz, mucho más oscuro en cuanto a paleta que el anterior.

En cambio, los preciosos gouaches de 1926 también acusan reminiscencias posimpresionistas. Tamayo gustaba de registrar los adelantos modernos, e igualmente la publicidad de la época. Entre los cuadros no muy conocidos (no provenientes de la colección MAM) está otro gouache, Propaganda eléctrica de 1934 exhibido cerca de Musas de la pintura (1932), con la figura del pintor vista de espaldas y las formas flotantes tipo Chagall que inspiran al personaje-pintor. Esta pieza se ve oscurecida si se la compara con una de 1926, Mujer con batea de fruta (colección Lewin), que en lo personal me provocó desagrado tal vez porque fue sometida a un restauro demasiado radical, en contraste con las sandías (1953) de la colección Miguel Alemán, uno de los tres lienzos con los que arranca la muestra. Observándolas se deduce que aún en sus temas reiterados (su marca se diría) Tamayo ofrecía desniveles no sólo en cuanto a armazón colorística, sino también compositiva.

En el espacio sobre la sección de figura humana y retrato las pinturas que capitanean son dos retratos de Olga, la muy conocida técnica mixta de 1982 está flanqueada por un retrato de 1935, celebratorio por tanto de la unión de la pareja. Lo que llama la atención es que el entrecruce de manos que guardan los dos retratos es idéntico, como si la segunda hubiera retomado ese detalle de la primera. A este cuadro Tamayo añadió un recurso en forma de barra horizontal que procura la llamada sección áurea.

La capacidad de contención de obra y de exposiciones en el museo Tamayo está amplificada, no es mi propósito referirme a otras instalaciones, esculturas, etcétera, pero sí me inclino a afirmar que exluyendo los tamayos, la visita pudiera parecer banal, aunque aquí y allá puedan verse piezas del acervo del propio museo, expuestas en diferentes zonas, atendiendo a las lecturas curatoriales, que se procuraron. Entre todas, el ojo queda atraído, v.gr. por el espléndido tapiz de Ben Nicholson, la escultura de Barbara Hepworth, cercana a un Burst (1972), de Adolf Gottieb, perteneciente a una de sus postreras series de: Bursts (explosiones) en el contexto del expresionismo abstracto

Creo que sería atinado tomar en cuenta a artistas mexicanos que podrían ser convocados a presentar proyectos, pues las aportaciones extranjeras (no de acervo), con algunas excepciones, no son notables ni superiores a lo que aquí se hace.